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The Guardian en español

Si Occidente va a bombardear Corea del Norte, que lo haga con capitalismo

"Lo mejor que se puede hacer con Corea del Norte es ignorarlo. No tiene un interés real en bombardear Japón o Estados Unidos", afirma el autor.

Simon Jenkins

Gracias, Corea del Norte. El último lanzamiento de un misil al Pacífico pasando por Japón es el mejor ejemplo del fracaso de la diplomacia occidental en tiempos modernos. Otro misil se hunde en el Pacífico. No hay muertos, ni territorio conquistado ni exigencias amenazadas. Es el ligero sonido de un viejo sable con una simple intención: humillar al tan fácilmente humillado Occidente. Solo eso.

Corea del Norte está acabando con las dos armas más inútiles en las relaciones internacionales: el abuso verbal y las sanciones económicas. La condena vacía a Pyongyang por parte de Washington, Londres, Naciones Unidas e incluso sus aliados desesperados –Rusia y China– está provocando un éxtasis de deleite a su líder de pacotilla, Kim Jong-un. Puede disparar bombas molonas al mar, sentarse y después ver como las naciones más poderosas de la Tierra se llenan de rabia impotente. El ratón ruge una y otra vez.

Creer que las sanciones comerciales pueden mejorar las políticas de burdos dictadores es una falacia absoluta. Todas las pruebas en los últimos 50 años muestran que empobrecen, aíslan, atrincheran, fosilizan y prolongan. Premian a los más poderosos y castigan a los más débiles. Se ha demostrado en su imposición en Cuba, Irak, Irán, Afganistán, Zimbabue, Myanmar, Libia, Rusia y muchos otros países. Se podría decir que las sanciones prolongaron una década el dominio blanco en la entonces Rodesia (la actual Zimbabue) y Sudáfrica. Se trata de una agresión autocomplaciente de bajo coste que responde a la ética global de: “Algo hay que hacer”.

Lo mejor que se puede hacer con Corea del Norte es ignorarla. No tiene un interés real en bombardear Japón o Estados Unidos y, si lo tuviese, sería un suicidio. Si Occidente quiere realmente impulsar el cambio en Corea del Norte, debería hacerlo desde dentro, no desde fuera. Debería bombardear el país con comercio, pudrirlo con contactos, comprar y sobornar a su aparato y sus familias, fomentar intercambios de estudiantes y conquistarlo con capital. Debería favorecer grupos de poder alternativos al monolito que constituye el Ejército, tal y como está ocurriendo lentamente en China.

El enemigo de una dictadura comunista no es la grandilocuencia, sino el capitalismo. Frenen la guerra verbal e intenten la paz económica. Esto es lo que empezó a hacer Obama de forma sensata con Cuba e Irán, y lo que está intentando frenar Donald Trump.

Mientras tanto, China puede relajarse al tiempo que su hijo demente ve al paranoico Estados Unidos como un tigre de papel semana tras semana. Sabe que Trump no va a destruir Corea del Norte solo con ruidos de sables. Corea del Sur y Japón pueden seguir con sus asuntos y los diplomáticos occidentales pueden pensar en sinónimos más espeluznantes de “inaceptable”. Mientras haya normas estúpidas, Kim Jong-un seguirá con rostro sonriente en todas las portadas.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti

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