Olvídense de la geopolítica: el coste de la salida de EEUU de Afganistán lo pagarán las mujeres
Narges y Hasina (nombres ficticio) son dos mejores amigas de 15 años a las que conocí hace poco en Kabul. Narges me contó que soñaba con estudiar Matemáticas y Hasina me regaló un cuadro en el que una niña contemplaba el amanecer de un cielo con tenues tonos púrpuras mientras una estrella fugaz pasaba sobre ella. Las dos mostraban ese entusiasmo tímido y risueño de adolescentes con toda la vida por delante. Las dos también tenían parientes viviendo en zonas que habían caído hacía poco bajo el control de los talibanes.
Cuando me marché, su tía me hizo una pregunta en voz baja: “¿Qué opinas? ¿Kabul está en peligro?”.
Los talibanes han arrasado en las últimas semanas Afganistán, asediando las principales ciudades y apoderándose de zonas que hasta ahora eran bastiones contrarios. En las áreas bajo su control, los comandantes talibanes ya están prohibiendo que las niñas vayan al colegio y las mujeres son azotadas por “adulterio”, una categoría que incluye todas las relaciones sexuales fuera del matrimonio, incluida la violación. Si una mujer intenta defenderse en un tribunal talibán, su testimonio solo vale la mitad del de un hombre, dijo un juez al periódico The Observer.
Pensé en Narges y en Hasina al leer a un destacado académico estadounidense describir la salida de tropas extranjeras, mientras los talibanes hacían incursiones relámpago, como una “oportunidad [para los afganos] de encontrar su propia estabilidad a largo plazo”. Volví a pensar en ellas, y en otras amigas afganas cuando Joe Biden se encogió de hombros ante las preguntas sobre el futuro de Afganistán, justo cuando sus propios subordinados habían dicho que las últimas tropas estadounidenses abandonaban el país. “Quiero hablar de cosas alegres, hombre”, respondió un Biden irritado a los periodistas.
A los afganos también les gustaría hablar de “cosas alegres”, pero para muchos eso es casi imposible, especialmente para las mujeres con estudios y profesionales que tienen al grupo militante extremista en las puertas de su casa. En los debates sobre Afganistán y su futuro hay una insensibilidad profundamente inquietante. Se menciona como un problema geopolítico abstracto que debe resolverse; o tal vez, archivarse; y no como un país de 38 millones de habitantes con vidas, seres queridos y sueños, que se preguntan desesperadamente por su futuro.
Consecuencias desastrosas
Criticar la forma y el momento en que las tropas estadounidenses se están yendo de Afganistán se suele equiparar con defender la presencia extranjera permanente; o con pasar por alto el alarmante historial de muertes, abusos y corrupción que ha dejado tras de sí la intervención militar occidental. Pero una puede pasarse años siendo profundamente crítica con la forma en que se lleva a cabo una guerra –yo llevo más de una década informando sobre sus abusos y errores– y aún así pensar que la forma en que esta se termina es cruel y temeraria.
Es probable que las actuales prisas por salir tengan consecuencias humanas desastrosas, que irán incluso más allá de los abusos contra los derechos humanos cometidos por los talibanes. Es casi inevitable un aumento de civiles muertos y heridos por el resurgimiento de las milicias y el aumento de la violencia, con los fondos de cooperación hundiéndose justo en medio de una sequía catastrófica.
Desde el punto de vista de la seguridad, también puede resultar irresponsable. Los representantes del ISIS en Afganistán están creciendo y no queda claro si los talibanes han cumplido o no con su promesa de romper lazos con Al Qaeda. El caos provocado por la brutal guerra civil tras la retirada de la Unión Soviética contribuyó al nacimiento de los talibanes que luego darían refugio a Osama bin Laden.
La arrogancia de EEUU
Muchos de los generales y políticos que llevan dirigiendo la guerra afgana desde 2001 han mostrado un desprecio sorprendente por las lecciones de la historia, tal vez confiados en el excepcionalismo estadounidense. La campaña militar de Afganistán se vendió como una forma de lograr justicia por los atentados del 11-S en EEUU pero se libró como una misión de venganza.
Los talibanes, rápidamente derrotados, pidieron la paz y quisieron negociar hace dos décadas, tras ser vencidos por las fuerzas especiales estadounidenses aliadas con sus antiguos enemigos. El establishment estadounidense los desoyó pensando que sería más fácil reconstruir el país a su imagen y semejanza, una arrogancia alimentada por la riqueza de Estados Unidos en comparación con la pobreza de Afganistán –¿quién no quiere una vida mejor para sus hijos?–, y por su impresionante poderío militar, desplegado frente a un ejército guerrillero de pacotilla.
Vine por primera vez a Afganistán en 2009, durante el aumento de las tropas del entonces presidente Barack Obama. Me pasaba gran parte del tiempo rebatiendo la visión oficial de que, en términos de seguridad, todo iba bien. Los generales y los diplomáticos tenían sus frases hechas. “Los talibanes están perdiendo fuerza”, nos decían en las ruedas de prensa, mientras miles de soldados volaban hacia Afganistán y sus alrededores. Esquivaban nuestras preguntas sobre por qué una amenaza menguante necesitaba cada vez más fuerza para ser contrarrestada.
El 4 de julio, una de las principales fiestas nacionales de EEUU, fue la fecha inicialmente elegida por el equipo de Biden para la salida de las últimas tropas. Una decisión sorprendente que parecía tener como objetivo marcar como victoria lo que gran parte del mundo veía como una retirada humillante –pero a medida que se fue acelerando el avance de los talibanes, la Administración Biden dio marcha atrás con la fecha y las últimas tropas abandonarán el país en agosto–.
Entre los que apoyan la decisión de Biden de salir de Afganistán lo más rápido posible desde el punto de vista logístico hay quienes argumentan que, en muchos otros lugares, del mundo las mujeres, o las minorías, sufren un trato igual de brutal, o incluso peor, que el que sufren los afganos bajo los talibanes, y no por eso Estados Unidos interviene. Pero eso es obviar los 20 años que han llevado a Afganistán al punto donde está hoy. El país que EEUU y sus aliados están abandonando es el país al que ellos dieron forma.
La corrupción propagada por todo el sistema ha llenado los bolsillos de afganos y de occidentales. Los señores de la guerra que en un principio ayudaban a Estados Unidos a expulsar talibanes se han afianzado en el poder y sus anteriores abusos han sido olvidados. Cuando los consideraban eficaces, los estadounidenses daban confianza y ascensos a comandantes más jóvenes por mucho que tuvieran un historial de torturas y ejecuciones extrajudiciales. Las organizaciones de derechos humanos advirtieron de que esta violencia solo alimentaba un ciclo de una guerra civil, advertencias que fueron en gran medida ignoradas.
Apoyemos a las mujeres
Pero, en Kabul y otras ciudades importantes, estas dos décadas también han sido de una relativa paz y estabilidad. Una generación ha recibido educación, ha formado familias, ha creado empresas y ha luchado por una vida mejor. Casi dos terceras partes de la población afgana tiene hoy menos de 25 años. Nunca experimentaron, o no recuerdan, aquellos años en que la ideología extremista de los talibanes regía sobre todo el país.
Un estudio reciente sobre las mujeres afganas de zonas rurales puso en entredicho esa idea de que la labor de las activistas feministas que luchan por la educación, la libertad de movimiento y otros derechos es la de una élite. Son objetivos que comparten con sus hermanas hasta en las zonas rurales más conservadoras. A medida que los talibanes se acercan, las que respaldamos su lucha desde otros países debemos encontrar la manera de seguir apoyando a las mujeres afganas. Si la comunidad internacional se preocupa lo suficiente como para emplear su capital diplomático en esto, todavía hay oportunidades.
Tenemos que asegurarnos de seguir financiando los servicios para mujeres y el activismo de mujeres, de seguir escuchándolas, y coincidiendo en que un gobierno que trate a las mujeres y niñas como hacen los talibanes hoy nunca gozará de legitimidad internacional, sea cual sea el territorio que ocupen.
Traducido por Francisco de Zárate.
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