Las orquestas afganas, en peligro: “No me puedo imaginar una sociedad sin música”
Durante más de una década, Ahmad Sarmast ha cogido a los niños y las niñas pobres de las calles de Afganistán y ha llenado sus vidas de música. Una de ellas, una niña huérfana que vendía chicles en una de las zonas más conservadoras del país, se convirtió en directora de la primera orquesta femenina de Afganistán. Ahora, a medida que los talibanes afianzan su poder, todo eso está en peligro.
“En este momento, mi mayor preocupación es la seguridad de mis alumnos y alumnas y el futuro que les espera. Teniendo en cuenta la visibilidad de la escuela, estamos muy preocupados por la seguridad de todos”, ha explicado Sarmast a The Guardian. “Parece improbable que los talibanes nos permitirán continuar”.
Sarmast, fundador y director del Instituto Nacional de Música de Afganistán, abandonó Kabul rumbo a Melbourne el mes pasado para pasar las vacaciones de verano con su familia y recibir tratamiento médico. “No pude prever el colapso total de mi país”, lamenta. Su vuelo de regreso, previsto para mediados de septiembre, es ahora una incógnita.
La última vez que los talibanes se hicieron con el poder, Afganistán se convirtió en “un país en silencio”. “A la gente no se le permitía escuchar música, ensayar o tocar, no se le permitía experimentar la belleza de la música”. Sarmast espera que ahora el país no siga “el mismo camino que en la década de los 90”. “Espero que los talibanes respeten los derechos culturales del pueblo afgano”.
Sarmast fundó el instituto, que ahora cuenta con 350 alumnos, en 2010. “En este centro están niños y niñas desfavorecidos cuyas vidas han sido transformadas por la música. La escuela les ofrece una educación sin importar las circunstancias sociales, la etnia o el género”, afirma. En este sentido, subraya que “la escuela siempre ha promovido y sigue promoviendo la igualdad de género. Empezamos con una sola niña y ahora un tercio del alumnado son mujeres”.
Entre sus formaciones están la Orquesta Sinfónica Nacional, la Orquesta Juvenil Afgana y Zohra, la Orquesta Femenina Afgana, que según Sarmast se ha convertido en un “símbolo de la emancipación de la mujer”.
Además de proveer música a Afganistán, estas orquestas se han forjado una reputación internacional, actuando en el Museo Británico y en el Royal Festival Hall de Londres, en el Carnegie Hall de Nueva York y en prestigiosos auditorios de Europa.
“Hemos utilizado el poder de la música para tender puentes dentro de Afganistán y con otros países”, explica Sarmast. “Creo firmemente en el poder de la música. No es sólo un entretenimiento, sino una fuerza poderosa para transformar las comunidades y las vidas de las personas”.
Aunque el instituto ha contado en general “con el apoyo del pueblo afgano”, Sarmast reconoce que dicho apoyo no ha sido universal. “Muchos sectores conservadores del país piensan que la música está prohibida en el sagrado Islam”. La música interpretada por mujeres y niñas es especialmente tabú.
En 2014, la orquesta sinfónica del instituto actuaba en el centro cultural francés de Kabul cuando una bomba destrozó el local. Sarmast quedó inconsciente, se le perforaron los dos tímpanos dejándolo sordo y recibió graves heridas de metralla. Tras meses de tratamiento en Australia, recuperó la audición.
Tras el ataque, los talibanes emitieron un comunicado en el que mencionaban a Sarmast y le acusaban de corromper a la juventud afgana.
Sarmast, profesor de musicología, afirma ser “una persona optimista” y estar orgulloso de los logros del instituto. “Cuando ves que un niño o una niña que trabajaba en la calle sin más perspectivas se convierte en un embajador cultural del país, es una fuente de felicidad”.
Señala que si los talibanes impusieran el cierre del instituto “estos estudiantes perderían sus sueños. El impacto no sería sólo para los alumnos, sino para todo el país.
“No me puedo imaginar una sociedad sin música, sería una sociedad muerta, no sé cómo podría sobrevivir. No se puede extirpar la música del corazón de las personas”.
Traducido por Emma Reverter
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