ANÁLISIS

La apuesta de Biden por el Estado del Bienestar marca el final de cuatro décadas de doctrina económica de Reagan

David Smith

Washington —
11 de marzo de 2021 22:19 h

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Hace unos días Joe Biden recordaba sobre la última vez que una administración demócrata tuvo que rescatar una economía en ruinas después del mandato de un presidente republicano.

“Los economistas nos dijeron que, literalmente, salvamos a Estados Unidos de una depresión”, dijo el presidente ante el grupo demócrata en la Cámara de Representantes la semana pasada. “Pero no explicamos lo suficiente qué era lo que habíamos logrado; Barack era muy modesto y no quería dar, como él mismo dijo, una 'gira de la victoria'; yo le decía 'cuéntale a la gente lo que hemos hecho' y él me respondía ‘no tenemos tiempo, no voy a hacer una gira de la victoria'. Y pagamos un precio por eso, irónicamente, por esa humildad”.

El presidente número 46 de Estados Unidos suele ser elogiado por su humildad, pero no esperen que repita el error de Obama. Una vez firmada su ley con inversión y ayudas de 1,9 billones de dólares por la crisis del coronavirus, su plan es dar una larga gira de la victoria por todo el país para promocionarla.

Biden tendrá varias versiones del discurso. Dirá que la ayuda está en camino tras el año infernal de una pandemia que ha provocado la muerte de más de 540.000 personas en Estados Unidos y ha dejado a millones sin trabajo. El estímulo está entre los mayores de la historia e incluye 400.000 millones para dar pagos directos de 1.400 dólares (unos 1.200 euros) a la mayoría de los estadounidenses (a diferencia de Donald Trump, la firma de Biden no aparecerá en los cheques); 350.000 millones de dólares en ayudas a los gobiernos estatales y locales; y mejoras en la financiación para la distribución de vacunas.

Tres de cada cuatro estadounidenses apoyan el plan

Políticamente, es un triunfo. El riesgo de no hacer nada era inmenso y el riesgo de hacer algo es moderado. Según las encuestas de opinión, tres de cada cuatro estadounidenses apoyan el estímulo, lo que hace aún más sorprendente la implacable oposición de los republicanos en el Congreso. 

Pero Biden ha tomado una sabia decisión al insistir en subrayar su victoria, teniendo en cuenta la falta de memoria de los votantes: las investigaciones académicas y los resultados de las elecciones de mitad de mandato sugieren que Obama obtuvo poco reconocimiento por el rescate de 2009.

En segundo lugar, su misión también es restaurar la fe en el gobierno. En sus declaraciones de la semana pasada, el presidente dijo que la confianza en el gobierno había “ido cayendo en picado desde finales de los años 60 hasta lo que es ahora”. Su ley, denominada Plan de Rescate de Estados Unidos, podría rectificar esa percepción gracias a la mayor expansión del Estado del Bienestar que ha habido en décadas.

Sus defensores afirman que el paquete de ayuda reducirá la pobreza infantil a casi la mitad y que disminuirá en un tercio el número de estadounidenses pobres. Contiene la mayor inversión federal de la historia en programas para comunidades nativas-americanas, dotados con 31.000 millones. También es la ley más importante en medio siglo para los agricultores negros, con una asignación de 5.000 millones en reducción de deuda, subvenciones, educación y formación.

En palabras del congresista demócrata Jim McGovern, que preside la comisión de normas de la Cámara de Representantes, “este proyecto de ley ataca la desigualdad y la pobreza de una manera nunca vista en una generación”. La Casa Blanca la ha calificado como “la pieza legislativa más progresista de la historia”. 

Deshacer la política de Reagan 40 años después

Biden sabe mejor que nadie lo que significa eso. Nació en 1942 bajo el mandato de Franklin Roosevelt, el presidente responsable del enorme paquete de programas, obras públicas y reformas financieras conocido como New Deal que tuvo como objetivo mitigar los efectos de la Gran Depresión. Cuando Biden estudiaba en la Universidad de Delaware, Lyndon Johnson se embarcó en su proyecto llamado The Great Society para poner la maquinaria del gobierno al servicio de la reducción de la pobreza, de los derechos civiles y de la protección medioambiental.

Pero entonces llegó un retroceso monumental. Como senador, Biden fue testigo del escándalo del Watergate que empañó la imagen de toda la clase política y por el que Richard Nixon dimitió. Luego vino Ronald Reagan y su conocida ocurrencia: “Las nueve palabras más aterradoras de la lengua inglesa son ‘vengo del gobierno y estoy aquí para ayudar’”.

En 1986, Reagan supervisó una gran reforma fiscal que dio lugar a una profunda desigualdad y a un gigantesco déficit presupuestario. Calificó el programa contra la pobreza de Johnson como una política fundamentalmente errónea y se dispuso a desmantelarla. 

Reagan tuvo tanto éxito en definir la agenda que el propio Biden se creyó la ideología. En 1988, escribió en una columna de opinión: “Todos estamos cansados de escuchar historias de madres que viven de la beneficencia conduciendo coches de lujo y llevando un tren de vida que imita al de los ricos y famosos. Sean exageradas o no, detrás de estas historias está la preocupación generalizada de que el sistema de asistencia social no está funcionando: que solo reparte cheques de asistencia y que no hace nada para ayudar a los pobres a encontrar trabajos productivos”.

Esa ortodoxia se mantuvo y prevaleció en el centro político. En 2017, Trump siguió el ejemplo de Reagan con el proyecto de ley del billón y medio de dólares recortando impuestos a las corporaciones y a los ricos (incluidos él y sus aliados). Fue su primera gran victoria legislativa. Difícilmente podría ser más opuesta a la de Biden.

El plan de ayudas actual tiene alguna decepción para los progresistas, especialmente por la ausencia de un salario mínimo de 15 dólares por hora. Todo un avance de lo difícil que será para Biden gestionar un Senado dividido a partes iguales. Razón de más para que Biden quiera disfrutar ahora de su gira de la victoria y celebrar el fin de cuatro décadas de reaganismo y de economía de “efecto derrame”, la que defiende las mínimas regulaciones e intervención en el mercado.

Traducido por Francisco de Zárate