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The Guardian en español

OPINIÓN

Lo que pasó en Washington DC está pasando en todo el mundo

Un partidario de Trump en el interior del Capitolio
10 de enero de 2021 23:17 h

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Tan solo un día después de que mujeres negras, una vez más, protegieran la democracia de Estados Unidos en el estado de Georgia, hombres blancos atacaban en Washington DC el símbolo más ilustre de esa democracia.

De hecho, el primero de los ataques fue preparado desde dentro, por un grupo de congresistas republicanos que habían cuestionado la victoria del presidente electo Joe Biden. El segundo ataque empezó fuera como una protesta pro-Trump y terminó dentro con una turba de extrema derecha que rompió el sorprendentemente débil cordón policial y acabó entrando en el Capitolio de EEUU.

Llevo estudiando el movimiento de extrema derecha a nivel internacional aproximadamente 30 años y nunca los había visto más envalentonados como en estos últimos años. Para que quede claro, no se trata únicamente de Donald Trump o de Estados Unidos. Hace apenas un año, los antivacunas, que muchas veces son de extrema derecha, quisieron tomar el Reichstag, el Parlamento alemán, lo que mostró la débil resistencia policial.

En Países Bajos, desde el año 2019, campesinos enfurecidos, a menudo ligados al grupo de extrema derecha Fuerzas de Defensa de los ganaderos y agricultores, destrozan oficinas gubernamentales y amenazan a la clase política. Incluso en 2006, una turba de extrema derecha asaltó la sede de la televisión estatal en Hungría y se enfrentó a la policía durante semanas en las calles de Budapest. Esto promovió la radicalización política y el regreso al poder del actual primer ministro Viktor Orbán.

¿Cómo y por qué hemos llegado a esto? En primer lugar, a través de un largo proceso de cobardía, fracasos y oportunismo de la derecha convencional. Ya en 2012, tras el mortal ataque terrorista contra un templo sij en Wisconsin, escribí: “Se debe tomar en serio la retórica extremista que utilizan quienes se consideran patriotas y defensores de la ley”.

También aconsejé a los líderes republicanos ser “más cautelosos en elegir con quienes se juntan y qué insinuaciones hacen”. Sin embargo, lo que ocurrió fue lo contrario: cada vez se normalizan más las ideas y personas de extrema derecha en lugar de verse marginadas.

Como en estas y en tantas otras cosas, Donald Trump no ha sido el primero, sino que ha sido el catalizador de un proceso preexistente. La radicalización de la derecha estadounidense precede a Trump por décadas. Incluso precede al Tea Party, que ayudó a traer la extrema derecha al corazón del Partido Republicano.

Obviamente, el racismo ha sido una parte clave de este partido desde que en la década de 1970 lanzaran la infame 'Estrategia del Sur' para atraer a votantes blancos en los antiguos estados confederados, pero la ofensiva actual va mucho más allá. Hoy la radicalización no sólo es ideológica, es antisistema. 

En décadas pasadas, políticos y expertos de los medios de derecha halagaron de manera oportunista al electorado de extrema derecha definiéndolo como 'gente real', de carne y hueso, y alegaban que esta minoría vociferante era una mayoría silenciosa y victimizada.

Aunque este es un proceso mucho más generalizado, en Estados Unidos se encontró un escenario de excepción, donde se vio amplificado por una floreciente red de medios 'conservadores', desde la emisión de determinados shows hasta Fox News, así como por la todavía formidable infraestructura de la derecha religiosa. Los resultados de esta homilía habían sido tan exitosos que, ya antes de que Trump ganara la presidencia, la mayoría de los evangelistas blancos podían creer que la “discriminación contra los blancos es ahora tan crítica como la discriminación contra los no blancos”. Un año más tarde, una encuesta mostró que la mayoría de ellos creía que eran más discriminados que los musulmanes en Estados Unidos. 

Sin embargo, el discurso de la 'victimización blanca' ya no es un fenómeno puramente derechista. Cada vez que el éxito de la extrema derecha toma por sorpresa a los medios y políticos, estos se exceden y pasan de ignorar a 'los racistas' a defenderlos e incluso a exaltarlos. Durante años, los periodistas y políticos han minimizado la importancia del racismo y en cambio han promovido la narrativa de la 'ansiedad económica'. Los racistas se convirtieron en 'los abandonados por el sistema' o, en fórmula más breve, 'la gente' incluso en países donde la extrema derecha apenas representaba el 10% del voto nacional. 

Indudablemente hay políticos y comentaristas de derechas que realmente se creen su propia propaganda, pero la gran mayoría sabe muy bien que la extrema derecha constituye sólo una minoría del electorado y que la población blanca, sea o no evangélica, no se enfrenta ni de lejos a tanta discriminación como los musulmanes u otros grupos no blancos y no cristianos. Y si no lo creen, basta con hacerles una pregunta: ¿ustedes creen realmente que la multitud que ingresó en el Capitolio lo habría logrado si hubieran sido afroamericanos o musulmanes?  

La mayoría de los políticos y de los expertos inicialmente fueron amigables con estos grupos por razones oportunistas, porque esperaban poder así ganar el apoyo de votantes de extrema derecha. Pero a medida que la extrema derecha fue ganando valentía y violencia, la derecha convencional se mostró más y más atemorizada. Muchos políticos de derecha y otras élites ya no se atreven a elevar la voz en contra de estos grupos por miedo a verse atacados política y personalmente por las fuerzas de choque ultraderechistas

La violencia cada vez más descarada de grupos de extrema derecha debe servir de alerta para despertar a todos los que les facilitan las cosas a los ultraderechistas o que negocian con ellos. No les controlas. Ellos te controlan. Y aunque estos grupos violentos no representan a la mayor parte de la población con ideas ultraderechistas o que votan a sus partidos, comparten una visión del mundo similar. En esta visión no hay espacio para el matiz o el acuerdo. O eres un aliado o un enemigo. Y no hay piedad para los enemigos, ni siquiera para los antiguos aliados. Y si no, pregunten al gobernador de Georgia Brian Kemp o a Brad Raffensperger, el secretario de estado.

Ha llegado por lo tanto el momento oportuno para que todos los periodistas , políticos y comentaristas progresistas y defensores de la democracia vean a la extrema derecha como lo que es, una amenaza para la democracia liberal. Una amenaza tremenda, es cierto, pero ninguna amenaza puede tener éxito si no es con la ayuda tácita de los medios de comunicación y la opinión pública, sea por la formación de coaliciones oportunistas o por la ausencia cobarde de respuestas adecuadas.

Ya no estamos en la década de 1930. Hoy, la enorme mayoría de los europeos y norteamericanos apoya las democracias liberales. Pero se han convertido en la nueva mayoría silenciosa a la que sus representantes ignoran y dejan cada vez más desprotegida. 

Es tiempo de enfrentarse a la extrema derecha y de defender la democracia liberal. Es tiempo de denunciar el racismo y los discursos y conductas antidemocráticas de la extrema derecha. Y es tiempo de rechazar clara y abiertamente la narrativa tóxica de la victimización blanca. Por supuesto, debemos reconocer las dificultades de buena parte de la población blanca, en especial las de los trabajadores agrícolas y los obreros industriales, pero nunca a expensas de la población no blanca ni de la democracia liberal. 

Traducido por Alfredo Grieco y Bavio.

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