Este no ha sido un buen mes para el Comité para la Prevención de la Tortura, una ONG rusa. El grupo de derechos humanos, que lleva ante la justicia a policías y funcionarios rusos que han torturado a prisioneros, ha tenido que lidiar con el asalto de sus oficinas en Chechenia. Por otra parte, un grupo de hombres armados asaltaron otra de sus oficinas, situada en la vecina Ingushetia, donde se archiva mucha de la documentación desde que el año pasado un incendio acabó con la anterior sede chechena.
Esa misma tarde, unos hombres enmascarados abordaron un minibús en el que viajaban un grupo de periodistas invitados por la organización. Los hombres lo pararon en la frontera entre Chechenia e Ingushetia, golpearon a los reporteros y les dijeron que debían mantenerse alejados de Chechenia. También quemaron el vehículo. El conductor del autobús tiene varias costillas rotas y otras lesiones, y se recupera en el hospital.
Cuando la semana pasada el responsable de la organización, Igor Kalyapin, llegó a Grozni, la capital de Chechenia, con la finalidad de celebrar un encuentro con periodistas, fue expulsado del hotel donde se alojaba, con el argumento de que las personas que critican a Ramzán Kadírov, el líder checheno nombrado por el Kremlin, no son bienvenidas.
Más tarde, un grupo de unos 15 jóvenes enmascarados lo atacaron en plena calle. Además de golpearlo, le tiraron huevos, harina y un producto químico.
La labor del grupo no está exenta de polémica en Rusia, un país donde la policía tortura a los detenidos de forma sistemática. Sin embargo, en algunas partes del país el grupo ha obtenido algunas victorias: ha logrado meter en la cárcel a más de 100 agentes y en 2012 Kalyapin fue invitado a unirse al Consejo de Derechos Humanos ruso, auspiciado por el presidente Putin. Esta conexión no le ha sido de gran ayuda en Chechenia. Los juristas de la organización no han ganado un solo caso en la región y Kadírov, acusado de estar implicado en varios asesinatos, entre ellos el de la activista Natalia Estemirova en 2009, reacciona con agresividad cuando se critica a sus policías y milicias.
Kalyapin y los demás miembros del grupo son conscientes del peligro. Sin embargo, el responsable de la ONG reconoce que el ataque contra el autobús con periodistas le cogió desprevenido. “La verdad es que me quedé conmocionado. Nos han robado pertenencias, las han quemado, nos han asaltado y nos han amenazado pero hasta ahora no habían aporreado a personas, mujeres incluidas. No me lo esperaba”, admite.
“Es demasiado peligroso”
Con un suéter de color verde oscuro, su complexión robusta y su voz de barítono, Kalyapin, de 49 años, parece un soldado del ejército ruso y en cierto modo mantiene su optimismo. Durante la larga entrevista con The Guardian, fuma sin parar y bebe un té fuerte. A las dos de la madrugada se disculpa, ya que tiene una reunión con el comité y tiene que cerrar los viajes de las próximas dos semanas a Chechenia.
En las demás regiones del país, el comité contrata a abogados y consultores locales. Sin embargo, en Chechenia manda a abogados de otros sitios, por motivos de seguridad. Estos juristas van rotando.
Aunque es imposible ganar un caso contra los hombres de Kadírov, y de hecho algunos investigadores han sido atacados cuando han pedido a los miembros del batallón que aporten pruebas, a veces sí consiguen que las víctimas queden amparadas por el programa de protección de testigos o puedan solicitar asilo en otro país. Puntualiza que seguirán trabajando a pesar de los obstáculos: “Ya no pernoctamos en Chechenia, es demasiado peligroso”, explica. “Si incluso yo, que soy un miembro del Consejo de Derechos Humanos del presidente Putin, he sido atacado delante de uno de los hoteles más exclusivos de la ciudad, es obvio que no existen limitaciones. Pero no podemos abandonar nuestra labor. Debemos asumir algunos riesgos, no tenemos opción. Todas las semanas debemos asistir a una o dos audiencias judiciales. Mientras los ciudadanos quieran nuestra ayuda, nosotros estaremos aquí”.
En parte, Kalyapin debe su estoicismo a experiencias que vivió en el violento sector de los negocios de los años noventa.
A finales de los años ochenta, se unió a los movimientos que abogaban por la apertura democrática y fue expulsado de un instituto de física en Nizhny Novgorod. Decidió entrar en el mundo de los negocios. En 1992 fue detenido y acusado de haber participado en el robo de un banco en Moscú. Cree que algunos competidores sobornaron a la policía para que lo detuvieran. Pasó tres meses en la cárcel y explica que la policía lo golpeó todos y cada uno de los días que pasó encerrado para sacarle los detalles de un delito que él no había cometido. Cuando ya estaba en el corredor de la muerte, lo liberaron porque encontraron a los auténticos atracadores. Poco después fue secuestrado y torturado con descargas eléctricas. También secuestraron a la hija de su socio.
En el año 2000 ya trabajaba como defensor de los derechos humanos a tiempo completo. “Decidí entrar en el mundo de los negocios porque quería ser un hombre libre, ganar dinero y no depender de nadie. Lamentablemente me percaté de que dependía de los sobornos de los policías corruptos. Cuando empecé a llevar casos de derechos humanos me di cuenta de que me sentía muy bien conmigo mismo y que tenía menos estrés”, indica.
Torturas en la cárcel
El uso de la fuerza para arrancar una confesión sigue siendo una práctica habitual en Rusia y las denuncias suelen caer en saco roto, incluso cuando los moretones son más que evidentes y un médico lo ha constatado. En el juicio de Oleg Sentsov, un director de cine de Crimea acusado de conspiración para cometer actos terroristas durante la anexión de la península a Rusia, la acusación indicó que los hematomas que tenía Sentsov por todo el cuerpo, no eran en realidad producto del interrogatorio sino de prácticas sexuales masoquistas.
Los batallones de Kadírov actúan con total impunidad. El año pasado, un miembro de alto rango de uno de ellos fue acusado del asesinato de un político de la oposición, Boris Nemtsov, en Moscú. De hecho se sospecha que la orden fue dada desde más arriba. Los que han conseguido salir de una cárcel chechena o de una comisaría de policía cuentan historias de torturas consistentes en descargas eléctricas y otras medidas igualmente brutales.
“En Chechenia no parece existir en Estado de derecho y la tortura es una práctica generalizada, indica Tanya Lokshina, de Human Rights Watch: ”Kalyapin y su equipo son prácticamente los únicos que se atreven a defender los derechos humanos en Chechenia, a pesar de las amenazas y los ataques“.
Trabajan en la ONG cerca de 40 personas, la mayoría de las cuales no trabajan en Nizhny Novgorod. Debido al hecho de que gran parte de su financiación procede de donantes extranjeros, se ha visto obligada a registrarse como “agente extranjero”, en virtud de una polémica ley. Aunque hicieron una pirueta jurídica para cambiar el nombre de la organización, que en un primer momento se llamaba Comité contra la Tortura, el mes pasado la nueva ONG también se tuvo que registrar como agente extranjero.
Kadírov ha repetido hasta la saciedad que el grupo es un “agente extranjero”. “No sé si él dio la orden de que me atacaran, pero todas las semanas explica en televisión que recibo dinero de la CIA y del MI6 y que se lo doy a terroristas, y que soy un enemigo del pueblo”, explica Kalyapin.
Cuando le preguntamos si además de soportar las constantes insinuaciones de Kadírov tiene que hacer frente a amenazas, lo niega: “de hecho, no. Obviamente que en las redes sociales encontrarás a muchos tipos que quieren romperme las piernas y los brazos y hacerme de todo, pero nada más grave que eso”.
Todo parece indicar que su estoicismo solo tiene una limitación. Tras haber sido agredido en Grozni, y tal vez en una muestra de que Moscú desaprueba los últimos acontecimientos en Chechenia, el nombre de Kalyapin apareció en la televisión nacional. El portavoz de Putin, Dmitry Peskov, indicó que el ataque era “inaceptable”. Kalyapin explica que después del ataque, mientras un amigo lo sacaba de Chechenia y él todavía estaba empapado de productos químicos y huevos, llamó a su hija.
“Le pedí que dijera que el televisor ya no funcionaba. Si mi madre se llega a enterar de lo que me pasó, tendría un ataque cardíaco”.
Traducción de Emma Reverter