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The Guardian en español

Las periodistas afganas, contra los tabúes y las amenazas de muerte

Presentadora afgana del recién lanzado canal Zan TV (Mujeres TV).

Sune Engel Rasmussen

Kabul —

Cuando Radio Shaista calla, los talibanes están cerca. La radio dirigida por mujeres fue saqueada y destrozada cuando el grupo capturó Kunduz. La toma de la disputada ciudad al norte de Afganistán en 2015 provocó la huida de las periodistas. Incluso tras la derrota de los talibanes en la ciudad, las periodistas que han vuelto han estado en guardia.

Zarghoona Hassan, directora de Radio Shaista, huyó después de que hombres armados llamasen a la puerta de su casa. La acusaron de convertir a sus oyentes al cristianismo e incluso anunciaron una fecha para su ejecución.

Hassan afirma que hablar de empoderar a las mujeres alimentó la ira de los talibanes. La radio emitía discusiones con académicos religiosos sobre los derechos de las mujeres y emplazaba a las madres de los combatientes talibanes a que impidiesen a sus hijos ir a luchar.

“Tuvimos conversaciones sobre mujeres estudiantes y hablamos de mujeres piloto”, cuenta Hassan. Ahora, la directora pasa su tiempo entre Kunduz y la capital, Kabul. Desde 2015 ha echado el cierre dos veces en su cadena de radio por el miedo a los avances de los talibanes.

Uno de los grandes éxitos del Afganistán posterior a 2001 es tener unos medios de comunicación vivos. Sin embargo, la posición de las mujeres en los mismos es débil. Para muchas familias afganas, cuando la seguridad empeora, la protección de las mujeres se antepone a la mayor parte del resto de preocupaciones.

“[Cuando empezamos], las mujeres acudían en masa a la radio a trabajar, incluso gratis. Pero cuando se acercaron los talibanes, en 2012, la actitud de la gente cambió”, cuenta Hassan, que ha fundado otras dos emisoras de radio en Kunduz. “Muchas mujeres en Kunduz quieren trabajar en medios de comunicación, pero sus familias no les dejan”.

Estas preocupaciones ponen de manifiesto las complejidades en torno a los esfuerzos occidentales para empoderar a las mujeres afganas, especialmente fuera de las clases urbanas liberales. Y cuando los esfuerzos para promover los derechos humanos hacen visibles a las mujeres afganas, normalmente son presentadas como víctimas.

La Vogue afgana

VogueUna revista espera cambiar esto. En mayo, el primer número de Gellara, la primera revista femenina de estilo de vida, llegó a los kioskos.

“Hasta ahora, los medios se han centrado en mujeres que sufren violencia, baad [práctica mediante la cual la familia de un criminal entrega a una mujer a la familia de la víctima como sirvienta o prometida] o que han recibido cortes en la cara”, afirma Fatana Hassanzada, de 23 años, la fundadora y editora de la revista. “Queremos mostrar otras caras de la vida de las mujeres”.

Basada en revistas internacionales como Vogue, Gellara se dirige a las mujeres afganas como consumidoras de moda y cultura, como lectoras de libros y en busca del amor. “Como seres humanos”, concluye Hassanzada.

La portada del primer número mensual, del cual se han impreso 2.000 copias en oficinas en Kabul, está dedicada a la cantante afgano-canadiense Mozhdah Jamalzadah con el pelo al descubierto. En el interior, artículos sobre el cáncer de mama y el yoga acompañan piezas sobre una película iraní y sobre belleza.

“Queremos mostrar que una mujer puede tener una cara bonita y estar bien vestida. Estamos intentando enseñar a la sociedad a no sorprenderse por estas cosas”, explica la jefa de contenidos, Aziza Karimi.

Quizá más polémica es una introducción a la aplicación de citas Tinder en un país donde los matrimonios concertados se siguen imponiendo de forma muy generalizada.

Preguntada sobre cómo pueden recibir las zonas rurales conservadoras la revista, Hassanzada se ríe. “Intentamos llegar a todo el mundo. Hay cosas para las ciudades y cosas para los pueblos”, cuenta, aunque reconoce que muchas mujeres de zonas rurales probablemente solo tengan acceso a la revista si su marido la trae a casa.

Los prejuicios hacia las mujeres en televisión

Este mes, Afganistán también ha visto el lanzamiento de Zan TV (la Televisión de las Mujeres), el primer canal dedicado a las mujeres. Las presentadoras de televisión son algo común en Afganistán, pero Zan es la primera cadena de televisión cuyas presentadoras son todas mujeres (aunque su dueño es un hombre).

Mehria Afzadi, presentadora de 25 años, cuenta que sus padres se opusieron a que trabajase en los medios hasta que su esposo les convenció. “Algunas personas de provincia creen que las mujeres en televisión destrozan la unidad de la familia”, indica Afzadi. “Pero llevamos el hijab apropiado. Somos un canal islámico”.

Las condiciones para los periodistas afganos se están deteriorando. El año pasado fue el más sangriento para los trabajadores de los medios de comunicación desde 2001, de acuerdo con el Comité de Seguridad de Periodistas Afganos.

Aunque las ciudades ofrecen una audiencia más grande y liberal, no siempre son seguras. Hace unos años, Hassanzada, entonces presentadora de televisión, huyó a Kabul desde Mazar-i-Shariff con su familia después de que un grupo de hombres apuñalasen a su hermano pequeño en la calle exigiendo que su hermana dejase de trabajar.

En Kabul también se enfrenta a amenazas. En una visita esta semana a la Universidad de Kabul para promocionar la revista, los estudiantes de la facultad de derecho islámico intentaron intervenir, calificando la revista de “infiel” antes de que la seguridad les bloquease.

Hassanzada afirma que no volverá a la universidad. “Pero tres o cuatro reporteras estudian ahí. Me preocupa que les pase algo”.

Aun así, cuenta, informar sobre temas polémicos merece la pena. “Somos la segunda generación de democracia en Afganistán. En una revolución, siempre habrá sacrificios”. “Esta revista no es peligrosa. Es la sociedad la que es peligrosa”.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti

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