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The Guardian en español

La población de Gaza, tras 16 años de asedio, se enfrenta ahora a la perspectiva de una ofensiva terrestre israelí

Vista de la mezquita de Al Amin Muhammad destruida por un ataque aéreo israelí, en Khan Yunis, sur de la franja de Gaza, el 08 de octubre de 2023.

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Esta semana se cumplen 50 años desde que Israel se enfrentó a una amenaza a su propia existencia tras el sorpresivo ataque conjunto de Egipto y Siria que marcó el inicio de la guerra de Yom Kippur. En la madrugada de este sábado, último día de las fiestas judías, la historia parecía repetirse. Los israelíes se despertaron con cohetes y sirenas antiaéreas cuando Hamás lanzó el mayor desafío militar al que se ha enfrentado Israel desde aquel día de 1973.

Por primera vez en los 75 años transcurridos desde la creación de Israel, las fuerzas palestinas lograron hacerse con el control de zonas situadas dentro de la Línea Verde, al otro lado de las supuestas fronteras de un Estado palestino independiente. Más de 300 israelíes han muerto, y es probable que el número de víctimas aumente considerablemente, junto con al menos 230 palestinos. Se cree que decenas de civiles israelíes permanecen secuestrados en sus hogares o han sido llevados a la franja de Gaza.

El secuestro y asesinato de tres israelíes en la Cisjordania ocupada provocó la guerra de 2014 entre Hamás e Israel. Pero en el conflicto árabe-israelí no ha ocurrido nada parecido. Mientras que la de 1973 fue una guerra entre ejércitos convencionales, esta vez es probable que las consecuencias para los civiles de ambos bandos sean terribles.

Los dirigentes de Hamás, el movimiento islamista que se hizo con el control de la franja de Gaza en 2007, suelen afirmar que responderán a Israel “en el momento y lugar” que elijan. Pero el momento y la escala del ataque aéreo y terrestre de este sábado, sin precedentes, han cogido por sorpresa tanto a israelíes como a palestinos.

En principio, parece que se lanzó en respuesta a las visitas de judíos durante las vacaciones al complejo de la mezquita de Al Aqsa en Jerusalén, que es el lugar más sagrado del judaísmo y el tercero más sagrado del islam. Sin embargo, en el pasado Hamás se ha conformado con ataques menos graves a cambio de violaciones mayores del statu quo de Jerusalén.

También ha suscitado el temor de que la operación, bautizada por Hamás como “diluvio de al-Aqsa”, pueda desencadenar una conflagración más amplia, que se extienda por Jerusalén y Cisjordania, o por Hezbolá en el Líbano. Todavía están muy frescos los recuerdos de la violencia intercomunitaria que consumió las calles de Israel durante la última guerra con Hamás, en 2021.

El ataque representa un grave fallo de inteligencia para el establishment de seguridad israelí, que concluyó que Hamás no buscaba una guerra a gran escala: las dos partes acababan de negociar una tregua, con la mediación de Qatar, Egipto y la ONU, después de tres semanas de violencia y disturbios en la valla de separación.

Parte de los cálculos de Israel parecían basarse en que Hamás no querría poner en peligro un salvavidas económico de los últimos dos años: la concesión de 18.500 permisos para que hombres de Gaza trabajen en la construcción y la agricultura en Israel.

La estrategia, introducida tras la guerra de mayo de 2021, ha hecho que en los últimos 30 meses haya salido de Gaza más gente que en los primeros 14 años de asedio juntos, y ha aportado más de 2,3 millones de euros al día a los 2,3 millones de habitantes de la franja, más de la mitad de los cuales vive por debajo del umbral de la pobreza.

Pero las Brigadas Qassam, brazo militar de Hamás, y la Yihad Islámica Palestina, una facción más pequeña y de línea más dura también activa en Gaza, tenían otros planes. Cisjordania está sufriendo la peor oleada de violencia de los últimos 20 años, en gran parte alimentada por Hamás, que parece seguro que desencadenará una tercera Intifada, o levantamiento palestino.

Parece que los líderes del grupo querían golpear primero, según sus propias palabras. Con ello, intentan presentarse, en lugar de la Autoridad Palestina de Cisjordania, acusada de débil y corrupta, como los verdaderos representantes del pueblo palestino.

El ataque sorpresa también puede hacer fracasar la normalización de las relaciones entre Israel y Arabia Saudí, sede de los dos lugares más sagrados del Islam y ancla geopolítica de la religión, que en teoría podría allanar el camino para la aceptación del Estado judío en el mundo musulmán. Hamás también recurrió a la violencia en la década de 1990 para expresar su desaprobación del proceso de paz de Oslo entre Israel y Al Fatah, el partido gobernante de la Autoridad Palestina.

Lo que no está tan claro es qué pretende conseguir Hamás a largo plazo, ni cuánta coordinación y apoyo recibió un ataque de tal magnitud por parte de elementos externos, como Hezbolá o Irán. Como mínimo, el ataque es una clara señal de que el asedio de Gaza, que dura ya 16 años, no es sostenible.

Los acontecimientos también plantean importantes desafíos al gobierno de extrema derecha de Israel, que ha supervisado el caos interno desencadenado por sus propuestas de revisar el poder judicial, así como la escalada de tensiones con los palestinos, desde que asumió el poder el pasado diciembre. Para los más ultras del gabinete del primer ministro, Benjamin Netanyahu, se trata de un pretexto más que suficiente para volver a la guerra a gran escala en la región.

Es probable que Israel responda con una ofensiva terrestre, la primera desde 2014. Lo único que parece seguro es que los habitantes de Gaza, ya maltratados por cuatro guerras a lo largo de 16 años, van a pagar el precio más alto.

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