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OPINIÓN

No nos podemos quedar mirando mientras la derecha manipula el concepto de libertad de expresión

La llamada “terapia para curar la homosexualidad” no es medicina, ciencia, ni tan siquiera terapia; es, simplemente, maltrato. Los profesionales de la medicina consideran que esta práctica, que percibe la homosexualidad como una “enfermedad” que tiene solución carece de toda base científica, no es ética y es dañina.

Cuando mi primer novio reconoció su homosexualidad, a los 15 años, sus padres lo llevaron a ver a un pseudocientífico para que lo curara. Por si fuera poco, también sufría acoso escolar por el hecho de ser gay. Ahora hace terapia para superar su adicción a la metanfetamina.

Esta semana, el programa Good Morning Britain sirvió de plataforma para un curandero “de la homosexualidad” llamado Mike Davidson. “Y ahora conoceremos a un hombre que asegura que puede curar a los homosexuales”, anunció el programa en un tuit: “¿Qué piensan?”. Y por arte de magia, una forma de maltrato que causa un profundo daño psicológico y que se fundamenta en la intolerancia más extrema, en la idea de que ser gay es malo y que las personas homosexuales no deberían existir, se convirtió en una idea que merecía ser explicada en un programa de televisión que se ve en todo el país.

Aunque el periodista Piers Morgan se mostró muy crítico con las teorías de Davidson, lo cierto es que su mera aparición en antena le dio una legitimidad que no se merece. Las opiniones en torno al salario mínimo o la propiedad de la red de ferrocarriles pueden ser muy variadas. Ahora bien, ¿entra dentro de la libertad de expresión afirmar que se puede poner fin a la homosexualidad con una práctica abusiva? ¿Se debe tratar esta opinión como si fuera una teoría alternativa válida? Creer que las minorías sexuales son inferiores y desear que desaparezcan de la sociedad no es una opinión a debatir. Es una muestra de intolerancia y causa un grave daño a los seres humanos.

Desde tiempos inmemoriales los miembros de la comunidad LGTBI han tenido que oír la palabra “gay” como si se tratara de un insulto. A veces han sufrido intimidaciones verbales o físicas de familiares, amigos, personas en la calle, o el rechazo de su familia. Son constantemente bombardeados con la noción de que ser lesbiana, gay, transexual o bisexual tiene algo de malo. A veces son discriminados en el trabajo. Las heridas perduran en el tiempo y son profundas. Tienen muchas más posibilidades de sufrir ansiedad, suicidarse o hacer un uso indebido del alcohol y las drogas. Imagine que usted es un adolescente que intenta comprender su sexualidad, una de las experiencias más solitarias que existen, y entonces alguien le da a un curandero la plataforma para decirte que tienes una enfermedad que debe ser tratada.

Podríamos limitarnos a afirmar que Davidson es un curandero y un charlatán si no fuera por el hecho de que muchos de los derechos que la comunidad LGTBI se ha esforzado por tener ahora se tambalean.

Esta misma semana, la vicerrectora de la Universidad de Oxford, Louise Richardson, habló con unos estudiantes que estaban molestos porque “su profesor había criticado la homosexualidad”. La vicerrectora les indicó que su labor no consiste en que “se sientan cómodos”. “La educación no tiene nada que ver con la comodidad. Me interesa más que os sintáis incómodos”, afirmó. Parece ser que si a los alumnos les molesta la opinión del profesor, lo que tiene que hacer es “rebatir sus argumentos y demostrarle que está equivocado”.

Y es aquí donde un debate falso en torno a la “libertad de expresión” entra en escena. Comparto la opinión de la Iglesia de Inglaterra, que considera que los tratamientos de “cura de homosexuales” deberían estar prohibidos en Reino Unido. Con ello no estoy afirmando que Davidson deba ser detenido o encarcelado por sus opiniones. Puede seguir expresando su opinión allí donde lo considere oportuno: en su casa, en el bar o en medio de la calle mientras distribuye folletos. Sin embargo, las cadenas de televisión no deben proporcionarle una plataforma de difusión masiva.

Proporcionar una plataforma de esta envergadura no tiene nada que ver con la libertad de expresión aunque ahora se intente manipular esta noción para equipararlas. Si alguien se niega a prestarte un micrófono no está vulnerando tu derecho a expresarte; simplemente no te deja utilizar un recurso que le pertenece y que te permitiría llegar a mucha más gente y difundir tus opiniones. En el mundo hay millones de personas que nunca pueden expresar sus opiniones por televisión, la radio o en un periódico y no por ello se está vulnerando o atacando su libertad de expresión.

La derecha populista de ambos lados del Atlántico clama que la izquierda ha declarado la guerra a la libertad de expresión. Sin embargo, su noción de libertad de expresión es la siguiente: “El derecho a decir lo que quiera sobre las minorías sin que nadie me contradiga”. Cualquier persona que se muestre crítica con sus opiniones llenas de prejuicios está atacando su libertad de expresión. Como han hecho los opresores a lo largo de la historia, se presentan como las víctimas de la opresión: son mártires sitiados por el populacho de izquierdas.

Si hay una libertad que realmente defienden es la libertad de incitar a la intolerancia. Esta libertad está por encima del derecho que tienen las minorías a vivir libres de prejuicios, discriminación y de amenazas a su integridad personal. Las palabras tienen consecuencias. Cuando en el contexto del referéndum del Brexit algunos políticos difamaron a los inmigrantes, dieron pie a la creación de movimientos pequeños y minoritarios de fanáticos que se creen que ahora están legitimados para llevar a cabo su misión: cometer crímenes de odio por las calles de Reino Unido.

Irónicamente son las mismas personas de derechas que vulneran la libertad de expresión de los demás las que se sienten constantemente agredidas. Mientras que los de izquierdas se oponen a la persecución de las minorías y de las mujeres, a los de derechas les ofenden las críticas hacia los privilegios, los intentos de reconciliación con el pasado o simplemente cualquier idea que intente acabar con las injusticias. Cuando la periodista Afua Hirsch criticó el pasado racista de Reino Unido y dejó entrever que el hecho de que el almirante Nelson apoyara la esclavitud planteaba dudas sobre su estatura moral, la derecha que defiende “la libertad de expresión” no salió en su defensa. Todo lo contrario; mostró su indignación.

Cuando L’Oréal despidió a la modelo Munroe Bergdorf por instar a los blancos a enfrentarse a un racismo sistemático alimentado por siglos de esclavitud, guerras, opresión, colonialismo y las consiguientes hambrunas y genocidios, la brigada de derechas que defiende la “libertad de expresión” no proclamó que la modelo tenía el derecho a decir lo que pensara. Bergdorf fue bombardeada con insultos y amenazas.

Aquellos de derechas que defienden el Brexit se sienten constantemente ofendidos por los que critican, e incluso “analizan”, cómo el Partido Conservador está abordando la salida de la Unión Europea. Los tildan de “saboteadores” y “enemigos del pueblo”.

Cualquier intento de analizar los privilegios, por razón de clase, raza, género o sexualidad, recibe críticas salvajes por parte de los comentaristas de derechas; hombres blancos heterosexuales y de familias adineradas que creen que es profundamente ofensiva la noción de que durante generaciones su familia se ha beneficiado de un sistema que jugaba a su favor. En la actualidad la derecha populista afirma sentirse ofendida y defiende la noción errónea de que la lucha de las minorías y de las mujeres por conseguir la igualdad es un insulto y un ataque a los hombres blancos y heterosexuales.

En un contexto en el que los prejuicios y la intolerancia gozan de una legitimidad renovada, el hecho de que una televisión nacional proporcione una plataforma a un homófobo es peligroso. La libertad de expresión es sagrada, un derecho que los poderosos tuvieron que conceder tras mucha sangre derramada. La libertad de expresión no implica que la derecha pueda incitar al odio y menos en plataformas públicas de terceros. Los fanáticos que se esconden detrás del discurso de la libertad de expresión no tienen ningún interés en defender esta libertad fundamental; solo quieren tener el derecho a odiar a los demás sin que nadie les contradiga.

Traducido por Emma Reverter