Una aventura mental conocida por la mayoría de los estudiantes: llenar la mente de conocimientos cuando se acerca el examen; una vez que la prueba termina, extraer alegremente del cerebro todas esas cosas que tanto costó aprender y que ya no son necesarias. En cuestión de días, apenas recordamos el tema que estudiamos. Mucho menos, los pequeños detalles. Es como si nos hubiéramos olvidado a propósito.
Aunque parezca sorprendente, hasta hace poco, no había muchsa pruebas científicas que demostraran que la gente puede incidir de manera directa sobre las cosas que olvida. Pero en los últimos años un pequeño grupo de técnicas experimentales han demostrado que, en las condiciones apropiadas, es posible olvidar cosas a propósito. Los efectos son sutiles pero prometedores: la capacidad de olvidar a voluntad sería una habilidad fantástica para la vida.
¿Cómo funciona el mecanismo para olvidar?
Un nuevo y fascinante estudio de Jeremy Manning y Kenneth Norman arroja luz sobre el tema. Durante años han desarrollado maravillosos trabajos sobre la memoria. Mediante un fantástico e ingenioso experimento demostraron que, para olvidar, la gente descarta el contexto mental por el que esos recuerdos entraron en nuestra mente.
El estudio es bastante complejo y vale la pena leer el original desde la fuente (para que lo tengan en cuenta, la sección de Métodos de un artículo científico es siempre la mejor parte). Esencialmente, lo que hicieron Manning y Norman fue pedir a un grupo de gente que de forma deliberada recordara u olvidara palabras aprendidas recientemente. Luego les escanearon el cerebro para ver qué sucedía dentro.
Manning y Norman observaron que, cuando el cerebro trata de recordar, mantiene activo el contexto mental que estaba en funcionamiento al momento de aprender algo. También se dieron cuenta de que cuando el cerebro intenta olvidar, descarta ese contexto y, de esa manera, deja escapar la estructura en la que (probablemente) se había apoyado la construcción de esos recuerdos.
Es sorprendente que el contexto sea la clave para olvidar. Aunque por otro lado también suena lógico: es la clave para recordar. La técnica más eficaz para acordarse de cosas, “el palacio de la memoria”, aprovecha el poder del contexto espacial para mejorar la memoria. Se trata de imaginar los objetos en secuencias de lugares (los contextos); de esa forma, luego se puede acceder a esa parte de la memoria visitando esos contextos.
Se recuerda bien, es un buen recuerdo
Por poner un ejemplo más cercano, todo buen anfitrión sabe que las mejores fiestas son las que se desarrollan en varios ambientes. Las que se llevan a cabo dentro de un mismo espacio se vuelven un lío de recuerdos desorganizados. Por el contrario, cuando una fiesta se desarrolla en ambientes diferentes, esa variedad se refleja rápidamente en la memoria haciendo posible recordar con precisión lo que se experimentó en cada lugar y disfrutar cada momento por su propio valor como recuerdo.
La calidad de una experiencia se relaciona casi directamente con lo bien que queda registrada en la memoria. Por lo general, mientras están ocurriendo, las experiencias más maravillosas y significativas están llenas de sufrimiento e incertidumbre. Pero esos detalles triviales se van borrando de la memoria. Sabemos que fue un momento maravilloso cuando el único recuerdo que queda de una aventura es el del glorioso estallido de amistad y sentido que encontramos al final del agotador y empinado camino.
Se dice que vivimos en una época que no valora la memoria, algo que podría resultar preocupante si tenemos en cuenta que la memoria juega un papel fundamental en la creación de significados. No estoy del todo de acuerdo con esa preocupación: nunca antes ha sido tan fácil recordar. Pero del estudio de Manning y Norman sobre la importancia del contexto para recordar y olvidar podríamos aprender una manera de conservar mejor nuestras experiencias.
Pensemos en la costumbre que tenemos hoy en día de fotografiar los momentos más importantes de la vida en lugar de vivirlos. Le estamos quitando importancia a la experiencia de primera mano porque confiamos en que tendremos registrado el momento sacando (y tal vez compartiendo) una foto. Eso hace que tengamos menos posibilidades de recordar directamente la experiencia original: dejamos que la foto recuerde por nosotros.
La vida se inclina cada vez más hacia lo visual y hacia lo que se puede compartir, pero la visión es el sentido menos emocional, el que genera menos pasión. Lo que compartimos hace que nuestros recuerdos se centren en los momentos en que nos veíamos hermosos y felices, en lugar de aquellos en los que realmente lo fuimos. Así, los recuerdos de nuestra vida se vuelven menos consistentes y más imprecisos.
Esta forma de vida es lo que la difunta Doris McIlwain llamaba “Living Palely” (Una vida pálida). Recomiendo mucho leer su libro: para vivir y recordar con plenitud, nos insta a aceptar racionalmente las emociones irracionales.
Tal vez algún día podamos recordar a voluntad los mejores momentos de la vida y olvidar los otros que no nos permiten avanzar. Tenemos técnicas a nuestra disposición para las dos cosas. Pero es necesario no solo cambiar la manera en que nos relacionamos con nuestros recuerdos, sino también la manera en que vivimos. Todo un desafío.
Traducción de Francisco de Zárate