Han pasado dos años desde que Reino Unido abandonó la Unión Europea y poco más de uno desde su salida del mercado único y la unión aduanera. Sin embargo, como ha señalado un destacado partidario del Brexit, nadie parece haber muerto de hambre. Una vara de medir baja, ciertamente, pero uno toma lo que puede en estos tiempos arrasados por la pandemia.
Aunque todavía tengamos comida en las estanterías en Reino Unido, el Brexit ya es un lastre para la economía británica. Todo parece indicar que esto persistirá en el tiempo, aunque no queda tan claro qué implicaciones tendrá en el debate en curso sobre el Brexit.
Hubo muchas pasiones alrededor del referéndum y sus repercusiones. Hubo mucha palabrería lanzada desde ambas partes. Afirmaciones como la que llevaba aquel autobús en el que se decía que Londres enviaba 350 millones de libras a la UE y que con eso se podía financiar la sanidad. O la advertencia del entonces ministro de Hacienda, George Osborne, sobre la necesidad de un presupuesto de emergencia en caso de que se votara a favor de la salida. En general, eran afirmaciones exageradas.
La retórica de los remainers (los que votaron a favor de permanecer en la UE) dio impulso a los favorables al Brexit. En respuesta a las advertencias de 2017 sobre el “precipicio” que suponía el Brexit, un portavoz del líder conservador galés Andrew RT Davies dijo mordazmente: “Según el 'proyecto miedo', a estas alturas deberíamos estar refugiados en un páramo postapocalíptico con ropa raída y comiendo latas de conservas”.
Sin embargo, el Brexit ya estaba empezando a escocer. Mucho antes de la fecha de salida, los informes de John Springford, del think-tank Centre for European Reform, mostraban que el PIB de Reino Unido estaba por debajo de su nivel esperado. Para septiembre de 2021, Springford había llegado a la conclusión de que el comercio de bienes de Reino Unido estaba un 11,2% –el equivalente a 8.500 millones de libras– por debajo del valor que hubiera alcanzado si Reino Unido hubiese permanecido en el mercado único y la unión aduanera de la UE.
De hecho, una de las razones por las que la frase tan repetida sobre el “borde del precipicio” no se ha materializado es porque que llevamos un tiempo deslizándonos por él y, en consecuencia, tenemos menos altura desde la cual caer.
Más impuestos
Y está empezando a resultar evidente. Ian Mulheirn, del Tony Blair Institute for Global Change, ha señalado que las recientes subidas de impuestos –se prevé que el Gobierno introduzca 29.000 millones de libras en impuestos adicionales hasta 2025– no habrían sido necesarias si Reino Unido hubiese permanecido en la UE. Se estima que el Brexit tiene un coste neto de unos 30.000 millones de libras anuales para las finanzas públicas.
Pero, ¿por qué no se habla más de esto? Bueno, por varias razones, pero ante todo por la pandemia. La COVID ha suprimido todo lo demás y ha sido un chivo expiatorio fácil para todas las alteraciones económicas. También ha causado que gran parte de la actividad económica que se habría visto –y se verá– afectada por el Brexit (pensemos en los proveedores de servicios que viajan a la UE para vender sus productos) se haya paralizado.
Entonces, ¿qué es lo que aún está por venir? El comercio será más difícil: no será hasta julio cuando el Gobierno británico instaurará el resto de los controles necesarios según establecen las condiciones de su acuerdo comercial con la UE. La Oficina de Responsabilidad Presupuestaria (OBR, por sus siglas en inglés) ha estimado que, a largo plazo, el impacto agregado sobre el PIB británico será del 4%. Nuestras estimaciones en 'UK in a Changing Europe' son ligeramente superiores: entre un 5,8% (en un escenario de política migratoria liberal) y un 7% (bajo un régimen más restrictivo).
¿Y qué pasa con las afirmaciones de que el Brexit nos ofrece oportunidades para recuperar estas pérdidas mediante acuerdos comerciales y una regulación nacional más eficaz? Lo primero parece desesperadamente optimista, dado no solo el impacto de la geografía en el comercio, sino también las limitaciones del acuerdo firmado con Australia. Aunque existe la posibilidad de que Reino Unido regule de forma más eficaz que la UE, en especial en áreas emergentes de la actividad económica como la robótica o la inteligencia artificial, estas ganancias aún no están aseguradas y, tal y como están las cosas, es imposible ver cómo podrían compensar la magnitud del impacto negativo generado por la caída del comercio con la UE.
El Brexit, por supuesto, ha influido en mucho más que en la economía de Reino Unido. También fue fundamental para un realineamiento político que supuso la elección de Boris Johnson con una mayoría parlamentaria que aventaja en 80 escaños a los laboristas y cuya coalición de votantes favorables a la salida incluye un gran número de votantes laboristas tradicionales. Sin embargo, en los últimos tiempos ha habido señales de que esta coalición podría no ser tan sólida como parecía en un principio.
Las encuestas
Hoy, más de la mitad de la gente considera que el Brexit ha tenido un impacto negativo en el suministro de alimentos y bienes, mientras que el 51% (entre los cuales más de un tercio ha votado a favor de abandonar la UE) piensa que ha afectado negativamente al coste de vida. En general, el 57% de los británicos cree que el Gobierno está haciendo un mal trabajo en la gestión del Brexit. Algo menos de la mitad dice lo mismo sobre la gestión de la economía, lo que supone la peor calificación para un Gobierno desde 2013.
De hecho, por primera vez la mayoría de los votantes partidarios del Brexit consideran que Johnson está haciendo un mal trabajo. Tras su victoria en las “elecciones del Brexit” en diciembre de 2019, el 74% de quienes apoyaban la salida de la UE dijo que el primer ministro estaba haciendo un buen trabajo. Al llegar la pandemia, en abril de 2020, ese porcentaje subió al 86%. Ahora, el número de votantes del Brexit con una visión positiva del primer ministro ha caído al 36%.
Por lo tanto, quizá el Brexit no es el señuelo electoral que alguna vez fue. Mientras sus efectos persisten, y especialmente a medida que la COVID retrocede, es al menos concebible que cada vez más personas lleguen a relacionar la decisión de abandonar la UE con los problemas económicos a los que se enfrentan en casa. Como dijo Peter Foster, del Financial Times, aunque “es una angina de pecho y no un ataque al corazón”, vivir con una angina de pecho a largo plazo puede ser una experiencia desagradable.
Esto está lejos de implicar que haya un deseo de reabrir el proceso, y menos aún de pensar en reincorporarse. Pero sí habla de la imprevisibilidad de los efectos políticos del Brexit.
Anand Menon es director de 'UK in a Changing Europe' y profesor de Política Europea y Asuntos Exteriores en el King's College de Londres.
Traducción de Julián Cnochaert.