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EN PRIMERA PERSONA

Una pregunta desde Leópolis: ¿vais a dejar que nos enfrentemos solos al loco de Putin?

Leópolis (Ucrania) —

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Empecé a escribir este artículo desde un garaje reconvertido en refugio antiaéreo en la ciudad de Leópolis, en el Oeste de Ucrania. La ciudad está situada a unos 80 kilómetros de la frontera con Polonia y los militares rusos todavía no la han bombardeado. Durante la primera semana de la invasión contra mi país, las sirenas sonaban a diario. Pero el martes por la noche fue la primera vez que decidí acudir al refugio. Estaba tratando de ganar puntos de cara a mis padres: ellos estaban a punto de cruzar la frontera hacia Polonia y necesitaban ver que su hija, empeñada en quedarse en Ucrania, no se estaba poniendo en peligro a sí misma. 

Sin embargo, el daño en mi país está por todas partes. Vladímir Putin, más conocido en Ucrania como juilo (“gilipollas”; mi gente nunca se ha definido por su corrección política) planeaba conquistar este país en dos días. Su delirio ha quedado en evidencia con un artículo escrito por adelantado, 'Ofensiva rusa y un mundo nuevo', que uno de los medios de comunicación rusos publicó por error el 26 de febrero. Putin ha fracasado en su intento de machacar a las fuerzas armadas de Ucrania con su mortífero blitzkrieg [guerra relámpago] y ha comenzado a aterrorizar a su población civil

Miles de civiles llegan cada día a Leópolis desde el Este del país y desde la capital. Duermen sobre el suelo en teatros e institutos de investigación. Los negocios locales están transformando sus operaciones comerciales para apoyar el esfuerzo bélico. Una conocida cervecera ahora llena sus botellas con cócteles molotov. Una planta metalúrgica especializada en cables de cobre está fabricando obstáculos antitanques. Hay adolescentes fortificando puestos de control con sacos de arena en lugar de ir a clase. Cientos y cientos de voluntarios se ponen a la cola de las oficinas de registro del Ejército para apuntarse y sumarse a los militares. Y aunque los más vulnerables están huyendo hacia el oeste, más de 80.000 ucranianos que migraron por cuestiones económicas -hombres en su mayoría- han vuelto a casa para luchar. Me siento identificada con ellos: dejé Londres a principios de febrero para volver aquí y ayudar, en previsión de la gran guerra que se avecinaba.

De momento, Leópolis se ha librado del fuego de artillería, pero mi región natal de Zaporiyia -en el Este del país- es una zona de batalla activa. Allí los rusos han bombardeado la planta nuclear más grande de Europa y la que provee a Ucrania de una quinta parte de su energía. Antes de que comenzara el bombardeo, hubo ciudadanos que se congregaron pacíficamente a la entrada de Energodar, la pequeña ciudad donde se encuentra la central, para hacer frente a los invasores. Un puñado de civiles tratando de proteger al mundo de una catástrofe nuclear con sus propios cuerpos. Un incendio provocado al inicio de los bombardeos ya está sofocado, pero los rusos han tomado control de la planta y el peligro está lejos de llegar a su fin. 

Los militares y la sociedad civil de Ucrania no tendrían que estar enfrentándose solos al loco del Kremlin y a sus tropas. Ya es suficiente con que la comunidad internacional haya mirado para otro lado durante ocho años, desde que Rusia inició la guerra contra Ucrania. Ya es suficiente con que el mundo no haya cumplido la promesa que hizo a Ucrania para protegerla cuando, tras la caída de la Unión Soviética, el país renunció al arsenal que lo había convertido en la tercera potencia nuclear mundial. A cambio, el mundo aseguró que garantizaría la seguridad de Ucrania. 

Qué debemos hacer

Llegados a este punto, el mundo se enfrenta a la disyuntiva de plantarse frente a los tanques rusos o colocarse detrás de ellos. Es la opción que se les ha negado a los ucranianos con las estrategias occidentales de apaciguamiento e inacción. Son necesarias más sanciones y más dolorosas; una zona de exclusión aérea sobre Ucrania para proteger a los civiles; un parón de todo negocio con empresas rusas; dejar de comerciar con su petróleo y gas; y un aumento del apoyo militar a Ucrania. Esto forzará al agresor a negociar un alto el fuego en lugar de aparecer en las negociaciones con grotescos ultimátum.

Me despedí de mis padres al séptimo día de la invasión rusa de Ucrania. Ya han cruzado la frontera con Polonia y están a punto de reunirse con mi marido en Alemania. Yo me he quedado en Leópolis para ayudar a coordinar a las personas desplazadas desde el Este y a los periodistas que llegan de Occidente. Prometí reunirme con mi familia bajo un cielo de paz y brindar por la victoria de Ucrania. Saben que soy cabezota cuando se trata de cumplir mis promesas. Sin embargo, necesitaré un esfuerzo mundial sin precedentes para ayudarme con ésta.

* Sasha Dovzhyk es comisaria de exposiciones para proyectos especiales en el Instituto Ucraniano de Londres. Actualmente está en Leópolis.

Traducción por María Torrens Tillack.

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