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The Guardian en español

OPINIÓN

La principal lección de Afganistán es que la “guerra contra el terror” no funciona

Situación en el exterior del aeropuerto de Kabul la semana pasada.

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Me opuse a la primera invasión en Afganistán bajo el argumento de que el terrorismo es un crimen atroz, pero no una guerra. Creía que debían implementarse técnicas de vigilancia e inteligencia mientras se abordaban las causas subyacentes del terrorismo, en lugar de optar por la intervención militar para afrontar el problema.

Muchos de nosotros dijimos que los atentados del 11-S deberían haberse considerado crímenes de lesa humanidad, no como un ataque de un Estado extranjero. Los terroristas deberían haber sido calificados como criminales, no como enemigos. Como dijo el distinguido historiador Michael Howard, la expresión “guerra contra el terror” otorgaba a los “terroristas un estatus que desean y no merecen”.

La “construcción nacional”

Tras la invasión, estuve a favor de una estrategia de seguridad humana que proporcionara estabilidad a Afganistán y protegiera a los afganos y a sus familias. El presidente Biden llamó a este plan “construcción nacional” y ha dicho que nunca debería haberse llevado a cabo.

Este fue el enfoque de Naciones Unidas y, aunque puede argumentarse que los esfuerzos por construir una nación son a menudo demasiado “de arriba hacia abajo”, técnicos y que deben integrar a la sociedad civil y a las iniciativas locales, estas no son las razones por las que la construcción nacional fue tan inapropiada en Afganistán.

Ha habido sin duda avances notorios para la educación y los derechos de las mujeres, así como una mayor conciencia democrática, como ejemplifican las protestas recientes en Jalalabad. Sin embargo, la construcción nacional falló porque la seguridad de los afganos se veía constantemente perjudicada por la manera en que Estados Unidos priorizaba las operaciones antiterroristas, lo que significa atacar militarmente a los talibanes y a Al Qaeda y, más recientemente, al ISIS.

“Señores de la guerra” y corrupción

En realidad, no hubo insurgencia alguna hasta cinco años después de la invasión. La insurgencia comenzó por dos motivos. En primer lugar, las incursiones nocturnas, los ataques con drones y los bombardeos produjeron una reacción contraria.

En segundo lugar, los aliados de EEUU en la lucha antiterrorista eran los llamados “señores de la guerra”. Muchos de ellos —o sus padres— habían sido reclutados por la CIA para luchar contra los soviéticos en la década de 1980. La presencia continua de estos señores de la guerra depredadores dentro del gobierno afgano es lo que explica su corrupción sistémica y su falta de legitimidad. Las organizaciones de la sociedad civil fueron claras e insistentes al exigir justicia y el fin de la corrupción. Pero sus demandas fueron desoídas.

Antony Blinken, secretario de Estado estadounidense, tuvo la osadía de culpar a las fuerzas de seguridad afganas por no defender a su país a pesar de todo el dinero que Estados Unidos ha destinado. En realidad, muchos de ellos han muerto defendiendo a su país. Pero gran parte de los billones de dólares gastados en equipar y entrenar a las fuerzas de seguridad fueron a parar a los bolsillos de los aliados de EEUU en la “guerra contra el terror”: los señores de la guerra afganos y los cargos corruptos.

Además, los contratistas de seguridad privada utilizados por el Gobierno estadounidense se retiraron repentinamente, llevándose consigo la infraestructura logística que las fuerzas de seguridad necesitaban.

La decisión de retirarse, tomada por el Gobierno de Trump y sostenida por el Gobierno de Biden sin condiciones, ha dado lugar a conversaciones de paz con los talibanes que han excluido al Gobierno afgano y a la sociedad civil y han dado mucho poder a los primeros. Para muchos miembros de las fuerzas de seguridad, la apresurada retirada parecía indicar que Estados Unidos había cambiado de bando y ahora apoyaba a los talibanes, y esto fue lo que minó la voluntad de luchar.

Qué hacer con los talibanes

Hay que desterrar cualquier ilusión de que los talibanes son de algún modo "diferentes" –a pesar de los asesinatos de intelectuales y el horrible trato a las mujeres–. El Gobierno talibán no debe ser reconocido. Si se aplican sanciones, deben ser selectivas para no causar más sufrimiento a los ciudadanos afganos de a pie.

Lo más probable es que se produzca más violencia a medida que surjan facciones dentro de la coalición talibana que compitan entre sí para disputarse los recursos menguantes del Estado y el control de las actividades delictivas. Al-Qaeda, el Estado Islámico del Gran Jorasán y la red Haqqani, por no mencionar a las diferentes milicias étnicas, forman parte de la coalición talibana.

Si queremos ayudar a la gente común en Afganistán, no debemos pactar con los talibanes ni iniciar una guerra contra ellos. Las continuas operaciones aéreas antiterroristas, como ha sugerido Biden, solo lograrán fortalecer el apoyo a los talibanes.

En cambio, deberíamos dar comienzo a una intervención humanitaria para establecer refugios seguros y corredores humanitarios para asistir a aquellos que necesitan huir y entregar ayuda. Esto no se trata de una guerra, aunque podría emplearse personal militar. El objetivo sería proteger a la gente en lugar de matar a los enemigos.

El aeropuerto debería pasar a estar bajo control internacional (Naciones Unidas o la Cruz Roja Internacional) y deberían establecerse corredores humanitarios seguros para llegar a él. Es increíble que el caos en el aeropuerto prosiga después de tantos días. La ONU también podría establecer lugares protegidos para la población civil y corredores terrestres seguros hacia otros países, como por ejemplo Mazar-i-Sharif hacia Uzbekistán o desde Herat hacia Irán.

Debería considerarse la creación de un refugio seguro en el valle del Panshir, la única zona de Afganistán donde los talibanes no han tomado el poder. Al mismo tiempo, deberían otorgarse visados a todos los refugiados afganos, como hace Reino Unido con los ciudadanos de Hong Kong que huyen del autoritarismo.

La lección principal de la experiencia afgana es que la “guerra contra el terror” no funciona. 20 años después de la invasión, los extremistas islámicos celebran su victoria. Es cierto, como dice Biden, que Estados Unidos lleva a cabo operaciones antiterroristas en múltiples lugares. La consecuencia ha sido la expansión del extremismo no solo en Afganistán y en Oriente Medio sino también en amplias zonas de África.

Si nos tomamos en serio este peligro, entonces debemos abordar la seguridad humana de un modo distinto. Uno que combine la vigilancia y la inteligencia con la lucha contra la injusticia, el establecimiento de una autoridad política legítima y que apunte a marginar y detener a los terroristas en lugar de convertirlos en mártires.

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Mary Kaldor es profesora de Gobernanza global y directora de la unidad de investigación sobre conflictos y sociedad civil de la London School of Economics.

Traducción de Julián Cnochaert

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