Entre el estigma y los roles de género: las mujeres viven en secreto su adicción al juego en Reino Unido

Amelia Hill

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Si hay algo de lo que Nancy se avergüenza es de jugarse las 3.000 libras –unos 3.500 euros– que su padre tenía ahorradas para su funeral. Durante cuatro años, fue adicta al juego online. A lo largo de aquellos años, no se paraba a pensar dos veces en lo que estaba haciendo.

“Las mujeres adictas son iguales que los hombres. Conseguimos el dinero como podemos y nos lo jugamos”, explica. “Lo que llama la atención es que mientras fui adicta, nadie sospechaba. Apostaba en Internet durante horas, cada día. Me sentaba en el sofá con el teléfono cuando empezaba a anochecer y cuando me daba cuenta, eran las tres de la madrugada. No me había movido más que para apretar una y otra vez el mismo botón, el que mete monedas en las ranuras. Vaciaba mi cuenta bancaria”, recuerda. 

Durante los últimos cinco años, el número de mujeres que afirma tener problemas con el juego ha aumentado al doble de velocidad que el de hombres en Reino Unido, pasando de 2.303 a 3.109 en Reino Unido. Ese aumento, según GamCare –la entidad que gestiona una línea de atención telefónica que ayuda a las personas con problemas de juego y apuestas–, es directamente atribuible a la facilidad con la que pueden apostar a través del teléfono.

En el pasado, si querían hacerlo, tenían que aventurarse entre las marañas de hombres que poblaban las casas de apuestas o asumir la exposición de los salones de juego. Hoy, el 70% de las mujeres que juegan lo hacen a través de aplicaciones en los teléfonos y páginas web.

Nancy sabe que nunca habría ido a esos lugares. “Nunca habría empezado a jugar si no hubiera podido hacerlo en secreto, en el teléfono. Tenía cientos de cuentas diferentes para jugar en la red. Cuando se me acababa el crédito de una, me iba a otra aplicación y creaba otra. Tenía cinco tarjetas de crédito, varios préstamos y demasiados créditos de devolución inmediata con altas tasas de interés. Era una esclava del juego”.

Cuando pidió ayuda, ya se había gastado 75.000 libras –cerca de 89.000 euros– jugando y debía 25.000 más, cerca de 29.000 euros. Se había fundido todos sus ahorros, su salario y cualquier cantidad de dinero que cayera en sus manos. “Una persona que tenga la razón en su sitio no puede entenderlo. Es imposible. Pero estaba en esa burbuja y no podía escapar. Solo pensaba en eso. En apostar, en jugar y en cómo pagar las deudas. Recuerdo un miércoles, al llegar a casa del trabajo, llorando y temblando en la cocina porque sabía que tenía que apostar. Era esclava cualquier juego al que estuviera jugando”, repite.

Pese a su obsesión, Nancy nunca hizo muestras públicas de haber perdido el control. Incluso hoy, solo dos personas muy cercanas, amigas, saben por lo que ha pasado. No puede siquiera plantearse contárselo a su marido. “Soy inteligente, sensible, me preocupo por los demás. Es difícil decir por qué hice lo que hice pero si me pasó a mí, puede pasarle a cualquiera”.

Al final, Nancy fue a ver un trabajador sanitario por otro problema y se quebró. “Solo hizo falta que me preguntara '¿qué haces para divertirte?' y todo cobró sentido: ¿en qué había caído? ¿por qué hacía eso?”. Comenzó a ver a un psicólogo del servicio público de salud y a recibir apoyo de GamCare y se está recuperando.

“Hay un estigma sobre las mujeres que apuestan”

Ian Semel dirige Breakeven, una organización que apoya a personas con adicción al juego en Reino Unido. Cree que las cifras actuales ocultan el número real de mujeres con problemas de acción porque son muy pocas las que piden ayuda. “Hay un estigma sobre las mujeres que apuestan”, explica. “La sociedad tiene los roles de género muy claros y sabe lo que espera de las mujeres. Que sean proveedoras de cuidados. Quien los rompa se expone a que se la juzgue y se la exponga a la vergüenza y la culpa”.

Liz Karter es terapeuta especializada en mujeres con problemas de adicción al juego. Dice que las mujeres que juegan son diferentes de los hombres. “En las reuniones de jugadores anónimos, los hombres decían a las mujeres que no eran jugadoras auténticas porque no lo hacían por la prisa y las ganancias”. En cambo, “lo hacen como vía de escape, para relajarse, disminuir el estrés y distraerse”.

“El juego relaja a las mujeres y, para ellas, es una forma de adormecer el dolor”, dice la doctora Henrietta Bowden, psiquiatra especializada en adicciones que pasa consulta en el Hospital Nightingale de Londres. “A veces, comienzan a jugar debido a un duelo o porque cuidan de alguien a quien aman, y es una responsabilidad demasiado agobiantes. Muchas no piden ayuda porque temen que les quiten a sus hijos. Muchas defraudan o roban dinero y temen ir a prisión si alguien lo descubre”.

Es habitual que las mujeres comiencen a jugar más tarde que los hombres pero, una vez que lo hacen, desarrollan problemas más rápido. Los expertos creen que se debe a que eligen juegos de mayor riesgo económico como las tragaperras virtuales o el bingo.

Una vida paralela y secreta

Kerri Nichols, de 37 años, nunca había jugado antes de que ella y su novia comenzaran a hacer pequeñas apuestas online de una libra cada una. Apostaban juntas al fútbol. Les encantaba ver juntas el partido. “Empezamos para hacer los partidos más interesantes”. La web que usaban ofrecía 200 libras en apuestas gratuitas, unos 240 euros. “Solo que, claro, resultó no ser gratuita, tenían ciertas limitaciones”, matiza Kerri.

“Al principio era divertido, pero cuando mi novia regresó a la Universidad, yo me sentí atrapada en un trabajo que no me gustaba demasiado y en un apartamento que tampoco me gustaba mucho. Como ella estaba en la Universidad, sentí que necesitaba ganar más dinero y jugar me pareció un buen modo de conseguirlo”, explica.

Apenas seis meses después de apostar su primera libra, Kerri ya jugaba todos los días. “Ya no era divertido. Pasaba tiempo revisando cuanto perdía. Se convirtió en algo emocional. Era una adicta”, reconoce. Kerri comenzó a aumentar las sumas de dinero que se jugaba y pronto se vio fuertemente endeudada. “Después de pasar por apoyo psicológico, ahora sé que utilizaba el juego para escapar del resto de mis problemas. Me sentía abandonada y el juego reemplazaba lo que no tenía. Podía pasar el tiempo y abandonar ciertas ideas y problemas”.

La adicción duró cinco años. Le costó 50.000 libras –casi 60.000 euros–, y fue, en sus propias palabras, “una experiencia que duraba 24 horas”. “Preparaba el teléfono para que me despertara de noche con notificaciones con los resultados de los partidos que se jugaban en otras partes del mundo y en los que había apostado. Mi pareja, que dormía conmigo, nunca supo nada”.

“No sé cómo mantuve el empleo. Solía levantarme de la mesa sin parar y salía a jugar con el teléfono. Jugaba mientras estaba sentada comiendo con mi padre en algún restaurante. Me sentía muy sola. Vivía una vida aparte, secreta, que me tenía obsesionada y que parecía no importarle a nadie porque nadie se daba cuenta. Eso incrementó mi sensación de aislamiento. Me avergüenzo mucho de las mentiras que conté. Soy una persona honesta. Asusta pensar que podía mentir tan bien. Las mentiras salían solas”, relata.

La primera vez que Kerri intentó parar de jugar, solo logró hacerlo durante seis semanas. “Pensé que una vez lo había admitido, mejoraría. Mi padre pagó 25.000 libras de deudas pero, como no había resuelto mis problemas, pagar la deuda solo sirvió para que pudiera empezar de nuevo. En poco tiempo acumulé una deuda nueva que duplicaba a la anterior”.

Estuvo a punto de suicidarse tras un encontronazo con su madre, su novia y la madre de su novia por culpa de este problema. “Sentí que mi vida se desmoronaba. Había pensado sobre la mejor manera de hacerlo ya unos días antes. Aquella vez, sentí que no cabía esperanza alguna. Fue a más. Estaba confusa. No quería seguir. No veía el modo de cambiar el curso de la situación”.

Se sentó en el borde de un canal. Una señora se paró y le habló. Le preguntó si estaba bien y eso hizo, dice, “que alguna pieza regresara a su lugar”. Kerri se puso en contacto con GamCare y otra organización de ayuda a las personas con adicción a las apuestas y comenzó a recibir ayuda a través de videollamada una vez por semana. Empezó a acudir a reuniones de jugadores anónimos.

“No he vuelto a jugar”, dice ahora. “Le he dado mis tarjetas de crédito a mi madre, tengo un teléfono sin acceso a Internet y ya no veo deportes. Lo más importante fue comenzar a hablar con la gente. Ahora soy una persona muy abierta. Pienso más. No me trago lo que pienso o lo que me pasa”.

Kerri quiere convencer a otras mujeres que tienen problemas con el juego para que pidan ayuda. “A cualquier jugador que me lea le diría que hablen con alguien. Que pidan ayuda. Existe. Y funciona”.

Traducido por Alberto Arce

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