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The Guardian en español

Un profesor británico, un falso espía ruso y una operación para luchar contra la desinformación sobre Siria

Imagen de Los Cascos Blancos de Siria publicada en su cuenta de Twitter

Peter Beaumont / Emma Graham-Harrison

4 de abril de 2021 21:45 h

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Quizás un académico más escéptico que Paul McKeigue se habría preguntado si los correos electrónicos que inundaban su bandeja de entrada, enviados por un tal “Iván”, supuesto espía ruso, eran demasiado buenos para ser verdad. 

Iván parecía compartir muchas de las obsesiones personales de McKeigue, especialmente su deseo por desacreditar a los investigadores que reúnen pruebas sobre los crímenes de guerra cometidos en Siria. Además, decía tener acceso a dinero rápido en efectivo e información secreta de los servicios de inteligencia.

Este profesor de genética de Edimburgo, que dedica gran parte de su tiempo libre a estudiar teorías fantasiosas que aseguran que los ataques sobre la población civil son montajes para ensuciar al gobierno de Bashar al-Asad, leyó detenidamente cada correo electrónico de “Iván”. 

Durante tres meses, “Iván” llenó cientos de páginas con especulaciones, incluso acusó a periodistas, investigadores y diplomáticos de trabajar como espías de las agencias de inteligencia occidentales. Le reveló la identidad de una fuente confidencial y le compartió la información que ella le había suministrado.

En realidad, McKeigue no se estaba escribiendo con un espía ruso, ni siquiera con un hombre llamado Iván. La cuenta de correo electrónico estaba controlada por un grupo de empleados de una de las organizaciones que él intentaba desacreditar. Ellos dicen que montaron esta operación encubierta porque les preocupaban las tácticas que McKeigue y sus aliados estaban dispuestos a aplicar en sus esfuerzos por defender al Gobierno sirio y sus aliados rusos. 

“Nunca pensamos que llegaríamos tan lejos. Él aceptó la comunicación inmediatamente, sin chequear nada”, dice Nerma Jelacic, una ex periodista de The Observer que ahora trabaja para la Comisión para la Justicia y Responsabilidad (CIJA, por sus siglas en inglés) y que tuvo un papel clave en esta trama encubierta. 

“Al final, teníamos unas 500 páginas de correspondencia electrónica, con fecha desde el 1 de diciembre hasta marzo”, dice la experiodista en su primer relato completo de lo que pasó. 

El peligro que se escondía detrás de la trama

La CIJA reúne pruebas documentales de Siria para que los criminales de guerra rindan cuentas ante los tribunales por las atrocidades cometidas. El trabajo de la comisión ya ha sido utilizado en un importante juicio en Alemania, donde por primera vez miembros del Gobierno sirio han sido acusados de tortura como parte de un plan de terrorismo de Estado.  

Esto aparentemente sacó de quicio a McKeigue, que está preparando un informe sobre el grupo junto a sus aliados ideológicos y buscaba información que pudiera desacreditar a la CIJA. 

“Sabíamos que estaban poniendo su atención en nosotros”, dice Jelacic. “En parte queríamos ver qué tipo de peligro representaban para la seguridad de las personas que trabajan con nosotros, en términos qué podían revelar”, asegura. 

Al ver su predisposición para colaborar con un supuesto agente ruso y la información que compartía, quedaron atónitos.

Entre las afirmación más graves que hizo McKeigue se encuentra la denuncia a un diplomático ruso de la embajada de Ginebra por estar, supuestamente, escribiéndose con miembros del “Grupo de trabajo sobre Siria, propaganda y medios” mediante sistemas encriptados.

Este grupo es una alianza de académicos e investigadores de extrema izquierda que aseguran que un grupo de periodistas occidentales, ONGs y otros están actuando por orden de la CIA y el MI6 para perjudicar al Gobierno sirio, incluyendo pruebas falsas de muertes civiles y ataques químicos. 

Entre ellos, está el polémico profesor de la Universidad de Bristol David Miller, que ha sido acusado de antisemitismo por sus propios estudiantes, acusación que él rechaza, y la bloguera Vanessa Beeley, que ha viajado frecuentemente a Siria invitada por el Gobierno. 

Miembros de este grupo han cuestionado la veracidad de los ataques con armas químicas que ha sufrido Siria y afirman que Rusia fue falsamente incriminada en el envenenamiento de Sergei Skripal en Salisbury en 2018.  

También formaron parte de una campaña pública de varios años de duración contra los Cascos Blancos, una organización civil de rescate que enfureció a los sectores pro-Siria y a rusos al grabar y difundir vídeos de atrocidades que presenciaron mientras intentaban salvar vidas.

El fundador de la organización, James Le Mesurier, murió en un aparente suicidio en 2019, en medio de una intensa presión pública que incluyó no solo ataques al trabajo del grupo sino a sus formas de financiación y a su vida personal. La CIJA temía que podía sufrir ataques similares.  

“¿Por qué lo hicimos? Vimos lo que le sucedió a James Le Mesurier”, dice Jelacic. “Sabíamos que no irían solo a por la organización sino también a por su líder, Bill Wiley, y dirían que, ”es un espía, un corrupto’“.

Un nivel de desinformación nunca antes visto

Durante el tiempo que duró su correspondencia, McKeigue buscó información personal tanto contra Wiley como contra la administración de la CIJA, después de que surgieran interrogantes sobre la contabilidad de la organización por parte de la Oficina Europea contra el Fraude. Ninguna de estas cuestiones afecta a la credibilidad del archivo que la CIJA ha reunido. La Comisión defiende su administración financiera. 

“Por lo que sabes sobre Wiley”, le preguntaba McKeigue a “Iván” en un correo electrónico, “¿crees que es posible que tenga algún problema de drogas, por ejemplo con la cocaína? Solamente estoy especulando, pero eso podría explicar parte de su comportamiento irracional e impredecible”.

A Jelacic, que huyó cuando era adolescente de la ex Yugoslavia junto a su familia, los intentos de McKeigue y el Grupo de trabajo para poner en duda lo que está sucediendo en Siria le recuerdan a las campañas que realizaba la extrema izquierda para negar el genocidio en Bosnia. 

“La diferencia es que este es un nivel de desinformación nunca visto antes. Lo preocupante es que sea algo que se tolera”, dice.

“Incluso en ámbitos académicos tradicionales, este tipo de desinformación y negacionismo se pinta como una cuestión de libertad de expresión…Tenemos el deber moral de enfrentarnos al revisionismo y al negacionismo”, asegura. 

McKeigue dice que la operación encubierta fue “un astuto engaño”, y que habría utilizado un “lenguaje más cuidado” si hubiera sabido que los intercambios saldrían a la luz. Cuando le preguntaron sobre su supuesto contacto con un diplomático ruso se negó a responder directamente, aunque dio a entender que quizás haya exagerado en algunas afirmaciones.

“Las personas detrás de esta operación encubierta lograron que yo revelara información que me proporcionaron otras personas, que no se suponía que debía salir a la luz, junto con otra información que puede haber sido adornada”, dijo. “Fue un fallo por mi parte, del que me hago responsable y me disculpo con aquellas personas afectadas”. 

El profesor negó haber hecho nada malo o ilegal, aduciendo que siempre tuvo la mente abierta respecto de la persona con quien se estaba escribiendo. 

En un comunicado, la Universidad de Edimburgo dijo que, “las acciones a las que se refieren los medios de comunicación fueron realizadas por Paul McKeigue en su calidad de ciudadano particular y no como empleado de esta universidad. Respetamos los derechos de nuestros profesores de tener intereses no relacionados con sus roles dentro de nuestra institución. Sin embargo, si recibimos quejas sobre la conducta de cualquier empleado que consideremos que perjudica nuestra reputación, evaluaremos si merece una investigación y tomaremos las medidas correspondientes”.

Traducido por Lucía Balducci.

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