Si no hubiera vendido mi cuerpo para mantenerme cuando estaba en la universidad y luego durante el año que hice prácticas sin sueldo, no estaríais leyendo mis palabras. No estoy ni orgullosa ni especialmente avergonzada de mi pasado, pero las cosas como son. Tuve que tomar decisiones difíciles para abrirme camino como periodista, un ámbito muy competitivo que a menudo parece –igual que el resto del Reino Unido– manejado por ricos para el beneficio de otros ricos. Así que estoy totalmente de acuerdo con Alan Milburn, director de la Comisión por la Movilidad Social, cuando dice: “Las prácticas sin sueldo son un escándalo moderno que se debe terminar”. Según un estudio reciente, la gente está de acuerdo con él: el 72% de la población respalda un cambio en la ley, mientras que el 42% “apoya fervientemente” que se prohiban.
Hoy en día me va bastante bien como periodista autónoma. Pero crecí en un hogar pobre. Por favor, dejemos de lado los eufemismos. No era “desfavorecido”. No era “clase trabajadora”. No era “desamparado”. Éramos pobres. Mi padre es albañil y mi madre fue camarera hasta que consiguió un trabajo mejor como dependienta. Mi abuelo trabajó en la cantera. ¡Así que sí se puede! ¿Verdad? Vale, dejadme que os cuente cómo lo logré.
Cuando me mudé a Londres al acabar la universidad, hice un año de prácticas mayormente sin sueldo en revistas. Como soy comprometida y descarada, de a poco me las arreglé para sacarles algo de dinero a la gente para la que trabajaba, ya que reconocieron que estaba aportando trabajo valioso a la empresa y no podía esperarse que viviera del aire. Al principio fue dinero para traslados. Luego conseguí 56 euros a la semana y luego más. Pero sólo después de trabajar gratis durante meses.
Pude hacer esto porque en ese momento me mantenía mi novio de entonces, un chico de clase media con un buen salario del ayuntamiento. Qué chica afortunada. La organización de caridad a favor de la promoción de la movilidad social, el Sutton Trust, calcula que seis meses de prácticas sin sueldo le cuestan a una persona soltera en Londres unos 6.240 euros –1.040 euros mensuales–, una cifra muy precisa y a la vez atemorizante. Sin mi novio y si no me hubiera prostituido durante ese tiempo, no habría podido pagar el alquiler, la comida, no habría podido hacer las prácticas y no habría tenido carrera profesional.
Y, como la gran mayoría de los pobres del Reino Unido, no tendría voz propia.
Dudo que muchas personas con las que me he cruzado en mi carrera se hayan tenido que parar en la tienda a preguntarse si tenían suficiente dinero para una lata de judías. A pesar de que la población transgénero no está prácticamente representada en el periodismo, hace ya un tiempo que pienso que la razón por la que soy una novedad en este ámbito se debe más a ser de clase trabajadora.
Recuerdo hace unos años haber ido a Radio 4 y pensar que todos los que trabajaban en la oficina de radiodifusión hablaban raro. Al principio no entendía por qué. Y luego me di cuenta. Hablaban como la gente que sale en la televisión. Como la gente que habla por radio. Como la gente que presenta las noticias. Como hablan los políticos. Recuerdo estar sentada en el coche camino a casa y pensar: “Vaya, sois vosotros los que mandáis en todo”.
Y esto no sólo sucede en el periodismo. No sé qué es peor: ver a mis amigos de clase trabajadora con veintipico o treintipico años, de distintas profesiones, abandonando sus sueños, o a los que nunca se sintieron capaces de intentarlo en primer lugar. Personas talentosas que no lograron que les vaya bien en el ámbito laboral que eligieron. ¿Y por qué? Pues porque no tenían padres ricos que les presentaran a sus conocidos, les consiguieran prácticas sin sueldo y les quitaran la preocupación y el fastidio de tener que pagar el alquiler.
Mientras tanto, veo por todos lados a gente mediocre de clase media prosperar. No es toda la gente de clase media, pero es la suficiente. Vosotros también los conocéis. Es un escándalo. Si hubiéramos tenido más apoyo al principio de nuestras carreras, quién sabe lo que yo y los otros alumnos de mi deteriorada escuela pública habríamos logrado a esta altura.
Pero no es sólo que no se está apoyando a las personas a llegar al máximo de su potencial. Es que no es está apoyando al Reino Unido en sí mismo. En los años 60, cuando los pobres comenzaron a recibir beneficios del Estado de Bienestar (que ahora se está atacando), salió a la luz una generación entera de talentos de clase trabajadora. Pero la noción del Reino Unido como una meritocracia se está convirtiendo en un concepto cada vez más ridículo.
Las industrias innovadoras celebran la diversidad y le dan la bienvenida al talento, venga de donde venga. Los clubes cerrados se anquilosan. Todos estaríamos mejor con una fuerza laboral diversa, y eso incluye diversidad de clase. En su nuevo libro, Diversificar, June Sarpong cita estudios que demuestran que sólo el 4% de los médicos, el 6% de los abogados y el 11% de los periodistas provienen de hogares de clase trabajadora. Además, a las mujeres se les paga un 14% menos que a los hombres; y sólo uno de cada 16 puestos gerenciales está ocupado por una persona de una minoría étnica. Esto me obliga a hacerme constantemente la misma pregunta: ¿Y si la cura del cáncer está atrapada en la mente de alguien que no tiene dinero para ir a la universidad?
¿Cuál es la solución? David Lammy le pide a Oxford y Cambridge –las fábricas que producen la élite dirigente del Reino Unido– que se esfuercen por atraer a personas de orígenes diversos. Se les hacen más ofertas a los graduados de una escuela –Eton– que a los que viven de ayudas sociales en todo el país.
Otra posible solución sería un ingreso básico y universal, pero no puedo evitar pensar que si la gente tuviera más dinero en el bolsillo, los alquileres aumentarían aún más. Y sí, prohibir las prácticas sin salario también sería una buena medida. Pero no solucionaría el problema.
Lo que tiene el privilegio es que siempre encuentra la forma de reacomodarse para asegurarse de que las personas que lo disfrutan puedan seguir haciéndolo. Si el gobierno obliga a las empresas a pagar a los becarios, probablemente haya menos puestos de prácticas y por ende menos oportunidades para los jóvenes que quieren salir adelante. ¿A quién le darán las prácticas con sueldo? Los jóvenes con títulos de universidades caras estarán primeros en la lista, junto con los recomendados y los que tienen experiencia previa. Los jóvenes pobres quedarían al final de la cola.
Necesitamos urgentemente que el gobierno arme una comisión que analice independientemente las complejidades de la discriminación de clase y cómo se puede solucionar. No parecería que los conservadores se tomen la movilidad social muy en serio, pero si Jeremy Corbyn –que logró que Theresa May lo acompañe en varios temas el año pasado– los presiona, nunca se sabe. Lo que está claro es que hay que tomarse en serio la brecha social. En el Reino Unido moderno, está mal que jóvenes pobres como yo se vean forzados a prostituirse para poder alcanzar a nuestros contemporáneos ricos.
Traducido por Lucía Balducci