Este jueves, el Reino Unido registró más de 39.000 nuevos casos de coronavirus y casi 600 muertos. Sólo en la última semana, ha habido más de 14.000 ingresos nuevos en el hospital. Todo esto antes de que se levanten las restricciones para que en las zonas con menos contagios de Inglaterra (fuera de Londres y el sureste) tres burbujas familiares puedan mezclarse el día de Navidad. Si las familias optan por quedar y celebrar juntos estas fiestas, el consenso de los médicos y profesionales de la salud es que más personas contraerán el virus, más personas morirán y la Sanidad pública podría saturarse.
Todos somos muy conscientes de esta realidad. Sin embargo, al hacer planes para pasar estos días en compañía de sus seres queridos, muchos optarán por dejar de lado estos pensamientos. Es difícil percibir el hogar en el que creciste o el tiempo que pasas con tus allegados como “riesgos”. Es probable que no seas consciente de la “paradoja de la intimidad”, según la cual podemos estar en una situación de más peligro con las personas y los lugares que nos son más familiares y con los que nos sentimos más seguros.
Dos experimentos
Durante muchos años, he estudiado cómo se tejen los lazos de intimidad entre las personas, especialmente en grupos, y cómo afecta a nuestros sentimientos, pensamientos y acciones incluso en el nivel más visceral. En un estudio que hice en la Universidad de St. Andrews, donde imparto clases de Psicología, pedimos a los estudiantes que olieran camisetas sucias y sudorosas. Algunas camisetas tenían el logo de nuestra universidad y otras el de la Universidad de Dundee. Cuando se trataba de las camisetas con nuestro logo, la situación les perturbaba ligeramente. Cuando terminaban, se limpiaban las manos, usaban un poco de jabón y sólo hacían un lavado superficial. Pero cuando el logo era de otra universidad, hacían muecas de asco, se apresuraban a limpiarse las manos y lo hacían con mucho jabón y de forma prolongada. En resumen, la aversión al sudor del grupo propio era mucho menor que la del grupo ajeno.
Esta pérdida de aversión al grupo propio se puede explicar con el deseo de una mayor proximidad física con los compañeros del grupo. En otro estudio, dividimos a las personas en dos grupos en base a un criterio cualquiera (por ejemplo, que hubieran sobrestimado o subestimado el número de puntos en un patrón). Luego les dijimos que hablarían con alguien que estuviera en el mismo grupo que ellos o en el otro grupo, y les pedimos que colocaran las sillas de la manera en la que se sintieran más cómodos. Si creían que iban a hablar con alguien de su grupo colocaban las sillas un 20% más cerca que si creían que lo iban a hacer con alguien del grujo ajeno.
El sentimiento de identidad
Ahora pasemos del laboratorio experimental a la confluencia de los ríos Ganges y Yamuna, un lugar sagrado en el norte de la India que alberga el Prayag Kumbh Mela, un festival hindú anual de un mes de duración que cada 12 años atrae a más de 100 millones de personas. Se ha descrito, sin que sea una exageración, como “el mayor espectáculo de la Tierra”. Se trata de un evento muy concurrido, es incesantemente ruidoso e indescriptiblemente antihigiénico. Y pese a ello, cuando se pide a los peregrinos asistentes (kalpwasis) que lo describan, utilizan términos como “sereno” y “dichoso”. Es más, a pesar del hecho de que todos estos factores deberían ser perjudiciales para la salud, y a pesar de las preocupaciones sobre el Mela como lugar de propagación de enfermedades infecciosas, nuestro trabajo muestra que, en general, la asistencia es positiva para la salud física y mental de los participantes.
Y la razón, como en los estudios sobre camisetas sudorosas y sillas, vuelve al sentimiento de identidad compartida en un grupo, el hecho de que la gente no ve a los compañeros kalpwasis como “otros” sino como parte de un “yo” social ampliado. En consecuencia, los ven como una ventaja más que como un obstáculo, que están ahí para apoyar más que para obstaculizar las actividades. Esto aumenta su sentido de control, de capacidad para hacer frente a la situación. Reduce el estrés. Aumenta el bienestar.
Por lo tanto, vemos cómo la creación de lazos de intimidad tiene efectos poderosos en el cuerpo así como en la mente. Estos son altamente positivos. Entonces, ¿dónde está el peligro? ¿Y dónde está la paradoja? La razón es que percibir a los demás en términos tan positivos, como un activo y un apoyo, esconde peligros.
Bajar la guardia
Se nota en el trabajo sobre los peregrinos en otro gran evento: el Hajj, o peregrinación a la Meca. Los peregrinos que se identifican mucho con los demás se sienten más seguros cuando están más juntos, pero esto puede aumentar la densidad de la muchedumbre, lo que ha llevado a tragedias terribles como el desastre de 2015 en el que 2.400 personas murieron aplastadas. Ese deseo de proximidad física con aquellos que sentimos psicológicamente cerca, que hemos constatado en nuestros estudios, puede ser literalmente mortal en la práctica.
Nuestro trabajo en el Mela y otras reuniones masivas apunta a más peligros. La intimidad y el hecho de bajar la guardia pueden llevar a la gente a descuidar su salud, a excederse y a compartir comida y bebida, maquillaje e incluso cepillos de dientes.
Ver a nuestros allegados como fuentes de apoyo y seguridad nos lleva a tomar riesgos que nos ponen en peligro, especialmente en presencia de un virus.
Y así toda esta explicación nos lleva de vuelta a la cruda realidad de esta Navidad en tiempos de COVID-19. ¿Qué puede ser más familiar que un encuentro en familia en el hogar familiar? “Familia” son aquellas personas con las que uno puede relajarse.
La definición misma de hogar es un lugar donde uno puede olvidar las convenciones y restricciones de la esfera pública y bajar la guardia contra la mirada desaprobadora de los extraños. Y a medida que olvidamos estas restricciones y convenciones, a medida que nos acercamos y nos alimentamos de la misma olla, las condiciones para la propagación de la infección se vuelven cada vez más perfectas.
Y es por eso que el motivo de preocupación de estas fiestas no es sólo que nos mezclemos, sino que nos mezclemos en casa. Porque este espacio íntimo y este espacio con allegados puede ser el mejor de los mundos en tiempos ordinarios. Pero, por las mismas razones, puede ser el peor de los mundos en un contexto de pandemia.
- Stephen Reicher es profesor de Psicología en la Universidad de St. Andrews y miembro del grupo asesor del Gobierno británico sobre ciencias del comportamiento
Traducido por Emma Reverter