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The Guardian en español

Putin se retrotrae a la Segunda Guerra Mundial con la remodelación de los búnkeres de Stalin

El 'búnker de Stalin' en Samara, Rusia.

Andrew Roth

Samara, Rusia —

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Hace menos de dos años, el Objeto nº 2, un gigantesco refugio antibombas construido bajo la inmensa plaza Kubyshev en Samara, era considerado por las autoridades turísticas rusas como un museo.

El diseño y la decoración originales de este refugio de la década de 1940 —construido por orden de Iósif Stalin a unos 40 metros bajo tierra, con mobiliario de oficina y otros detalles de la era prenuclear— habrían sido un añadido lógico a las atracciones subterráneas de la ciudad. Considerada la capital alternativa de la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial, la ciudad de Samara se erige sobre un enorme complejo de búnkeres subterráneos, de los que se cree que el Objeto nº 2 es uno de los más grandes.

“El llamado 'búnker de Stalin', que quizás ya ha pasado a ser la principal atracción de Samara, es un sótano patético en comparación”, dice Igor Makhtev, historiador local, que visitó el refugio por primera vez en 2002.

Las fotografías de una de las partes muestran un pasillo poco iluminado, aparentemente interminable, con bancos para que cientos de funcionarios soviéticos puedan esperar sentados durante un posible bombardeo o ataque químico. Se conservan elementos originales, como el blindaje eléctrico de mármol.

Sin embargo, con la invasión en Ucrania y la orden de Vladímir Putin de iniciar los preparativos para la defensa civil en las regiones de todo el país, miles de refugios antiaéreos rusos están siendo revisados para su remodelación y renovación en el aún improbable —hasta hace poco, impensable— caso de que se produzcan ataques con misiles en el corazón de Rusia.

Durante años, los búnkeres de Samara —según algunas estimaciones, los terceros más desarrollados en Rusia después de los de Moscú y San Petersburgo— se han convertido en objeto de culto para historiadores urbanos y excavadores, que hacen túneles ilegales bajo la ciudad.

También han sido fuente de inspiración para numerosas leyendas urbanas. Una de ellas dice que Stalin logró construir el refugio antiaéreo subterráneo Objeto nº 1 sin que nadie en los pisos de arriba se diera cuenta. Otra es que el exlíder soviético Nikita Jruschov se vio obligado a huir de multitudes enfurecidas que le abucheaban y le arrojaban tomates a través del Objeto nº 2. Otra, que algunos de los principales refugios antiaéreos, bautizados con los nombres de personalidades como Stalin, Mijaíl Kalinin y Lavrenti Beria, estaban conectados por un pasadizo subterráneo secreto que nunca ha sido hallado.

Un asunto de seguridad nacional

A pesar de que la frontera está a más de 800 kilómetros de Samara, la guerra en Ucrania ha reavivado el interés por los búnkeres. “La gente está mucho, mucho más interesada en los búnkeres”, dice Ekaterina, guía turística, mientras dirige una concurrida excursión por el Objeto nº 1, el 'búnker de Stalin', un refugio antiaéreo construido a 36 metros bajo tierra en 1942 para el alto mando del Kremlin. Ekaterina cuenta que algunas partes siguen siendo un refugio activo, bajo el control del Ministerio de Emergencias de Rusia.

Bajo tierra, da un poco la sensación de estar atrapado en el interior de un edificio municipal sin ventanas, con pintura descolorida y salas de juntas y despachos con paneles de madera. “Todo el mundo está interesado en este tipo de estructuras. Cada vez piensan más en ellas. Piensan en la protección”, dice Ekaterina. “Nos está visitando mucha más gente”. A mediados de febrero se llevaban a cabo hasta tres visitas guiadas en simultáneo.

Un exfuncionario de la ciudad y un historiador regional de Samara, la capital regional, cuentan a The Guardian que, con casi toda seguridad, el “búnker Kalinin”, mucho más grande, se tendrá en cuenta en virtud de una reciente orden de Putin de prepararse para la defensa civil. Y las informaciones de 63.ru, una web local de noticias, dicen: “Se preparará el gigantesco refugio antiaéreo bajo la plaza Kubyshev para proteger a la población”.

Makhtev, historiador local, describe el descenso al cuartel de comunicaciones del refugio antiaéreo y su sensación por “la escala de la estructura”. Hay, dice a The Guardian, “una entrada discreta en el patio del teatro, varias transiciones hacia abajo por las habituales escaleras de hormigón y más de 30 metros bajo tierra en ascensor”.

Makhtev dice que, en el momento de su visita, gran parte de la tecnología allí, equipada para el personal del Ejército Rojo y conectada con un cuartel militar cercano, seguía funcionando. “Me sorprendió mucho que los teléfonos que, obviamente, fueron fabricados en la misma época en que se construyó el búnker funcionaran”, dice. “Incluso pude llamar a mi oficina”. Sin embargo, señala que incluso entonces se notaba que la construcción estaba envejecida. “Definitivamente, no ha mejorado”, dice.

Un miembro de la comunidad de “excavadores” de Samara que ha estado en el búnker unas cinco veces dice que entró por otro acceso, descendiendo a la estructura subterránea utilizando cuerdas a través de un conducto de ventilación cerca de la plaza Kubyshev. En realidad son dos las estructuras debajo de la plaza: un cuartel general de comunicaciones y un refugio principal más grande, el conocido como Objeto nº 2.

También él describe la estructura como enorme y abandonada, y añade que no parece haber sido cuidada o limpiada en los últimos años. Aún así, dice, adentrarse en los túneles subterráneos conectados a algunos de los sitios más estratégicos de Samara conlleva sus riesgos. “Todo el mundo lo sabe, pero aún sigue siendo secreto, es difícil saber dónde está el límite”, dice. “Hay que planearlo con cuidado y que no te pillen”.

La ubicación de los refugios antiaéreos rusos, así como los planes para proteger a la población en caso de guerra a gran escala, se consideran un asunto de seguridad nacional, por lo que las autoridades locales han tenido cuidado al responder a las preguntas de los periodistas sobre los preparativos.

“En la región de Samara, siguiendo las instrucciones del presidente ruso, se están llevando a cabo trabajos a gran escala en las estructuras para la defensa civil, con el fin de proteger a la población. Antes de la finalización de las actividades, los comentarios sobre esta categoría de estructuras resultan prematuros”, ha dicho un representante local de la agencia federal para la gestión de la propiedad estatal, según informa 63.ru.

“No todo cumple con los estándares modernos”

A finales del año pasado, el Moscow Times informó de que cuatro autoridades y exautoridades rusas habían confirmado que se estaban llevando a cabo mejoras por orden del Gobierno nacional. Y lo que es aún más sorprendente, se estaba invirtiendo dinero en renovaciones. Según la información, en noviembre se publicó una licitación de 3,8 millones de rublos (42.000 euros) para trabajos de impermeabilización de un refugio antiaéreo en la región de Samara.

En otro caso ocurrido en Samara, se demandó a una empresa local para obligarla a renovar su refugio antiaéreo, alegando que la estructura resultaba “inadecuada para pasar rápidamente de la actividad cotidiana a la protección de la población”.

Los refugios antiaéreos de toda Rusia, de los que hay miles, muchos construidos en las décadas de 1940 y 1950, suelen alquilarse con fines comerciales, a menudo como almacenes.

Sin embargo, la larga historia de los refugios antiaéreos para la élite de Samara, que en su día buscaban permitir al personal del Kremlin y del Ejército Rojo seguir trabajando incluso bajo los bombardeos mientras la gente corriente era evacuada al campo, atrae una atención especial.

Petr Yakubson, otro historiador local, dice que, hace menos de dos años, los responsables de turismo de Samara celebraron reuniones para hablar de la posibilidad de convertir el refugio en un museo.

“Lo que se encuentra bajo tierra en el centro de nuestra ciudad ya es muy antiguo, se construyó durante la gran guerra patriótica [el término local utilizado para referirse a la Segunda Guerra Mundial]”, dice. “No todo lo que hay allí cumple con los estándares modernos. La estructura en sí es un museo. Sin ningún estatus. Solo por su antigüedad. Las cosas que hay ahí abajo, los artefactos. Las puertas, los muebles. Es un museo prefabricado que se ha conservado, en el que muy poco ha cambiado”.

Pero incluso 80 años después, indica, prepararlos para la protección civil no sería una tarea complicada. “La realidad es que estos sitios están listos”, dice. “Ya puedes ir a esconderte allí. En verdad no necesitan ninguna preparación... Parecen normales. No se están utilizando para su propósito principal, pero están en buenas condiciones”.

Traducción de Julián Cnochaert.

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