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¿Por qué Thomas Cook entró en bancarrota? El Brexit, bancos que evitan los riesgos, olas de calor en verano, el ascenso de Airbnb, el triunfo a largo plazo de las aerolíneas low-cost. Todo ha contribuido al cierre de Thomas Cook. Pero un factor destaca sobre los demás: la enorme deuda -1.922 millones de euros, según el último informe- que el operador turístico ha cargado sobre sus hombros durante la última década.
Lo principal que hay que saber sobre esa deuda es que las sucesivas gestiones no lograron reducirla significativamente. Para cuando la junta directiva propuso un paquete de rescate en julio, la empresa ya estaba desesperada. Debían contener a un grupo de bancos y tenedores de bonos en una industria en la que el tufillo a inestabilidad puede generar una ola de pánico entre hoteleros y clientes. La tarea resultó imposible, pero hace tiempo que se estaba gestando este fracaso.
“No hay duda de que todo el proceso del Brexit ha hecho que muchos clientes británicos retrasen sus planes de vacaciones de este verano”, explicó en mayo el director ejecutivo de la empresa, Peter Fankhauser. Esa afirmación estaba en línea con las de la competencia y es posible que la incertidumbre sobre la última fecha límite del Brexit del 31 de octubre haya afectado el humor de los bancos. Entonces, sí, podríamos decir que el Brexit contribuyó a empujar a la tambaleante Thomas Cook más cerca del precipicio.
Pero el Brexit no puede ser la única razón. Recordemos que la unidad más sólida de Thomas Cook -la línea aérea Condor- trabaja con el mercado alemán y sería forzado decir que el Brexit ha afectado a las ganas de los alemanes de viajar a Turquía o a las Islas Canarias. Además, la archi-rival Tui, que se enfrenta a los mismos vientos en contra del Brexit, no se ha desmoronado: ha logrado mantenerse a flote porque su estado financiero era más sólido.
Sí, el clima ha sido un problema, como suele sucederles a los operadores turísticos. La ola de calor que sufrieron el año pasado el Reino Unido y los países escandinavos hizo que muchos potenciales turistas se quedaran en casa, generando una baja en los precios de “último momento” en los que se apoyan los operadores turísticos para rematar paquetes que han quedado sin vender. Esto parece que se ha prolongado hasta el 2019, ya que los clientes han aprendido que esperar para reservar es una estrategia conveniente.
Pero el clima, igual que las huelgas de los controladores aéreos franceses, son un riesgo conocido. En 2010, Thomas Cook tuvo un mal año porque las cenizas volcánicas de Islandia afectaron a vuelos de toda Europa. El truco es saber gestionar los eventos inesperados.
Un movimiento de pinza realizado por Airbnb y las vacaciones de bajo presupuesto han modificado el comportamiento de consumo turístico, pero igualmente Thomas Cook se las arregló para vender 11 millones de paquetes de vacaciones el año pasado. También llegó a un acuerdo comercial con Expedia para intentar atraer al público digital y estaba intentando, al igual que Tui, adquirir sus propios hoteles y generar fidelidad a través de la “diferenciación”.
El plan era sensato pero para reinventar el modelo de negocio eran necesarias fuertes inversiones. Thomas Cook nunca estuvo en condiciones de invertir grandes sumas de dinero. Fankhauser habló elogiosamente de cómo la Casa Cook y la línea de hoteles del Club Cook atraerían a “gente que antes no hubiera creído que un paquete turístico era algo para ellos”, pero Thomas Cook ya era un caso perdido. El año pasado, pagó 140 millones de euros de intereses a sus acreedores, mucho más de lo que podía gastar en inversiones.
El juego de la culpa está en su máximo esplendor. Algunos empleados de Thomas Cook sospechan que los acreedores, liderados por el Royal Bank of Scotland y el Lloyds Banking Group, nunca se comprometieron de verdad con el paquete de rescate financiero y lo que hicieron fue intentar dilatar las conversaciones con la esperanza de que el gobierno ofreciera un préstamo de apoyo y así la posición de los acreedores mejorase.
La prueba de esta teoría parece ser el aumento descontrolado del valor del paquete propuesto: comenzó en 848 millones de euros de recapitalización respaldada por la empresa china Fosum, el mayor accionista de Thomas Cook; luego subió a 1.017 millones de euros y después a 1.244 millones de euros. Por su parte, los bancos argumentan que hace años que sostienen a una empresa en problemas. Los detalles sobre por qué fracasaron las negociaciones se revelarán en el informe del Servicio de Bancarrota.
Sea cual sea la verdad sobre lo que sucedió el fin de semana, lo que sabemos es que el dinero que Thomas Cook debía era mucho. La culpa subyacente de esa situación se remonta a una década atrás, a los acuerdos gestionados por el ex director ejecutivo Manny Fontenla-Novoa.
Es increíble ahora recordar que, a fines de 2007, poco después de la fusión con MyTravel, Thomas Cook pensó que le sobraba tanto efectivo que podía recomprar sus propias acciones. Cuatro años después, la empresa lograba, exitosamente en esa ocasión, escapar de la quiebra.
La moraleja de la historia es que los operadores turísticos deben encontrar financiación de forma conservadora. Si su balance general es débil, quedan a merced de los acontecimientos en una industria en la que la mayor parte del efectivo llega en verano y luego se va en invierno.
En 2013, Thomas Cook recaudó 480,5 millones de euros de sus accionistas y la primavera pasada parecía estar rumbo a la salvación. En mayo de 2018, la empresa estaba cotizada en 2.261 millones de euros. En retrospectiva, ese fue el momento en el que los accionistas deberían haber reunido el dinero para reducir la deuda lo máximo posible. En ese momento, la ola de calor todavía no había llegado y Thomas Cook tenía beneficios por 283 millones de euros.
Pero perdieron la oportunidad.
Frank Meysman, presidente de la empresa desde 2011 y por ende veterano de las primeras batallas de Thomas Cook contra el fantasma de la bancarrota, tendrá que explicar qué hicieron mal. En los últimos días, ha estado casi desaparecido en combate.
Traducido por Lucia Balducci.
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