- Ahora condenado a cadena perpetua por el genocidio de Sbrenica, Mladic dio la orden de matar a miles de personas y pasó 14 años fugitivo. Luego se presentó ante los jueces como la víctima de una conspiración.
Ratko Mladic había prometido no sucumbir jamás a la humillación que sufrió en la mañana del miércoles: ser juzgado por un tribunal extranjero. Para asegurarse de que cumpliría su palabra, le había dicho a sus oficiales que no lo agarrarían vivo y que llevaría una bolsa llena de armas a lo largo de todos sus años de fuga.
Pero cuando llegó el momento crítico, el hombre que había dado la orden de matar a miles de personas no pudo terminar con su propia vida. Cuando los oficiales de paisano del Ministerio del Interior serbio aparecieron el 26 de mayo de 2011 en su último escondite (una habitación en la casa de su primo en un remoto pueblo del norte), el viejo general, debilitado por dos derrames y un infarto, dejó la ametralladora Heckler & Koch en el fondo de un armario, donde la había escondido entre sus calcetines.
“Supongo que la gente se preguntará por qué no me suicidé”, le dijo a uno de sus partidarios semanas después, en la cárcel. “No fui psicológicamente capaz de hacerlo y no quería que dijeran que somos una familia de suicidas”.
Unos 17 años antes, en febrero de 1994, el conflicto bosnio estaba estancado en un sangriento punto muerto y Ana, la hija de Mladic, usó la pistola favorita de su padre para matarse. Estaba enamorada de un médico al que le horrorizaba la matanza que se estaba cometiendo en Bosnia en nombre de la nación serbia. Él solo se casaría con ella si renunciaba a su padre. Ana resolvió el dilema quitándose ella misma de enmedio.
Mladic nunca admitió que sus propias acciones pudieran tener algo que ver con la muerte de Ana. En lugar de eso, inventó teorías de conspiración para echar la culpa a otros, a los históricos enemigos de los serbios. Su sed de venganza se redobló. En una vida rodeada de muerte, Ana era una de las pocas personas que le importaban.
Primeros pasos
Mladic nació para el conflicto. Su nombre puede ser traducido como “juventud guerrera”. El padre, un partisano, murió en la guerra en 1945, cuando Mladic tenía dos años. La madre, Stana, crió a los tres hijos por su cuenta.
De adolescente, Ratko probó a ser aprendiz de hojalatero antes de abandonarlo todo para dedicar su vida al ejército nacional yugoslavo. Luchó en Croacia para mantener unida a una Yugoslavia dirigida por serbios y perdió. Luchó por una Bosnia dominada por serbios y también perdió, en una batalla donde murieron 100.000 personas. Luego pasó 14 años como fugitivo pero, finalmente, esa batalla también la perdió.
“Encontraron lo que buscaban”, dijo a los oficiales de la unidad de crímenes de guerra que lo capturaron. Mladic se sentó sobre una gorra militar negra y arrugada en los asientos traseros del coche que lo llevó hacia el sur, de vuelta a Belgrado. Una vez allí, hizo dos peticiones al juez. Visitar la tumba de su madre en Bosnia, y la de Ana en Belgrado. El juez sólo accedió a la segunda. Mientras los funcionarios del gobierno esperaban para llevarlo en avión a La Haya, él se quedó de pie frente a la tumba murmurando palabras para su hija.
14 años fugitivo, seis detenido
En los seis años que ha pasado detenido en Scheveningen, en la periferia de La Haya y frente al mar, y en los más de 500 días que ha pasado en las cortes del Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, Mladic se ha presentado como la víctima de conspiraciones extranjeras para acabar con el pueblo serbio. Es el mismo culto a la victimización que disparó su marca de nacionalismo agresivo y que ha demostrado ser un combustible fenomenal para la crueldad.
En varias ocasiones Mladic ha descrito su campaña de “limpieza étnica” en Bosnia, dirigida abrumadoramente contra los bosnios musulmanes, como una venganza contra el imperio otomano. En julio de 1995, cuando entró con sus asistentes militares en Srebrenica (el supuesto “refugio seguro” protegido por la ONU que nunca lo fue), dijo que su “victoria” era una venganza por una antigua masacre sufrida por los serbios a manos de “los turcos”. Las cámaras lo grabaron mientras acaricaba la cabeza de un niño bosnio y hambriento de ocho años, Izudin Alic, al que también le dio una barra de chocolate y le aseguró que la gente de Srebrenica estaría a salvo. En pocos días, el padre del niño sería localizado y asesinado por las tropas de Mladic junto a más de 7.000 hombres y adolescentes bosnios.
Durante más de siete años, mucho después de que los huesos de los muertos hubieran sido recuperados de las fosas comunes, y de que los crímenes del ejército de Mladic hubieran sido expuestos al mundo, el ejército serbio cuidó de Mladic en nombre de la solidaridad étnica frente a un mundo hostil.
La frágil mentira vigente en Bosnia, como la del este de Ucrania hoy, era que las fuerzas serbo-bosnias eran luchadoras de la libertad sedientas de independencia. Lo cierto es que operaban con la guía y el apoyo de un vecino más fuerte, el régimen de Slobodan Miloševic en Belgrado.
Protegido por el ejército al principio
A Mladic y a otros oficiales serbo-bosnios les pagaba el 30º Centro de Personal del Ejército Yugoslavo, dirigido por Belgrado. En 1997, cuando los cuerpos de paz de la OTAN y los servicios occidentales de inteligencia en Bosnia comenzaron a tomarse en serio la búsqueda de sospechosos de crímenes de guerra, Mladic fue refugiado y cuidado por toda Serbia en recintos recreativos del ejército.
Según John Sipher, un exoficial de la CIA que participó en la caza de sospechosos de crímenes de guerra en los Balcanes, “el gobierno y el ejército serbio estaban claramente protegiendo a Mladic”. “Recuerdo que los montenegrinos nos hablaban de los viajes que hacía para ver a viejos amigos del ejército; estaba claramente protegido y se sentía cómodo viviendo en Serbia”, dijo Sipher.
La CIA sabía que Mladic pasaba parte de su tiempo como uno de los hombres más buscados de Europa en su propia casa, en una rica zona residencial de Belgrado donde también viven empleados de la embajada estadounidense. No había nada que la agencia pudiera hacer.
Tras la caída de Miloševic en el año 2000, el nuevo primer ministro del país, Zoran Dindic, ofreció a Estados Unidos y al Reino Unido que entraran con sus tropas para atrapar a Mladic. Pero Dindic no controlaba el ejército y los aliados declinaron la oferta. No quisieron arriesgarse a un enfrentamiento con armas a partir de la poco segura información que les proporcionaba un político en una posición precaria. Dindic fue asesinado en 2003.
Hasta que un día incluso el ejército tuvo que ponerse bajo el control de los gobiernos civiles electos, y Mladic se vio obligado a confiar en un círculo cada vez menor de fieles refugiándose en apartamentos anónimos y parcelas rurales de familias. Pero aún así siguió manteniéndose fuera del alcance de sus enemigos.
“No teníamos fuentes que hubiéramos podido contrastar durante mucho tiempo, aunque alguien te dijera que Mladic estaba en algún lugar cercano a la frontera donde incluso era posible llegar, habría sido una lotería total”, recordó Sipher.
Un triunfo parcial
Al final, a Mladic lo entregaron sus compañeros serbios, cansados de las sanciones y del aislamiento. Pero incluso con la culminación del juicio de cinco años y de su condena, el triunfo de la justicia internacional sobre la impunidad está muy lejos de ser total.
El nacionalismo ha vuelto a Serbia y a la república serbobosnia, junto con la negación generalizada de los crímenes de guerra. El gobierno serbio anunció en octubre que un criminal de guerra convicto, Vladimir Lazarevic, comenzaría a dar conferencias en la academia militar del país. Salió de la cárcel en 2005 tras cumplir dos tercios de su condena.
Uno de los miembros del equipo de investigación del tribunal de La Haya que coordinó la caza de criminales de guerra de los Balcanes hizo este verano una nostálgica gira en moto por Bosnia. En Kalinovic decidió hacer un desvío para pasar por el municipio serbio donde nació Mladic. Al bajarse de su moto lo recibió un mensaje de dos palabras pintado con spray en la pared: “Mladic - Héroe”.
Traducido por Francisco de Zárate