El señor Rob, el héroe de Calais que casi acaba en la cárcel

Josh Halliday

Un exsoldado que casi es enviado a prisión por intentar meter a una niña refugiada de contrabando al Reino Unido afirma que volvería a intentar poner a salvo a un menor de edad si estuviera seguro de no ser pillado.

En septiembre de 2015, la imagen del niño de tres años Aylan Kurdi yaciendo boca abajo sin vida en una playa cercana al puerto turco de Bodrum despertó una ola de indignación en todo el mundo. Para Rob Lawrie, un limpiador de moquetas autónomo del pueblo de Guiseley, cerca de Leeds, esa imagen lo cambió todo.

Unas semanas después de ver las fotografías de Kurdi, Lawrie –de 50 años– fue arrestado por la policía francesa en la frontera de Calais. Los agentes descubrieron a una niña afgana de cuatro años, Bahar Ahmadi, en un compartimento sobre el asiento del conductor de su furgoneta.

Lawrie estaba haciendo trabajo voluntario en un campo de refugiados en Calais y, en un impulso que describe como “irracional, irracional, irracional”, cedió ante los ruegos desesperados del padre de la niña para que la llevara a Reino Unido, donde viviría con familiares en Leeds.

El pasado enero, un tribunal francés perdonó a Lawrie el ingreso en prisión por lo que él llama un “delito de compasión”. Inmediatamente se hizo famoso, ganándose el apoyo de miles de seguidores virtuales y recaudando donaciones para los niños refugiados. Un productor de Hollywood está escribiendo un guión titulado “Sr. Rob”, el nombre por el que se hizo conocido en Calais, y sigue recaudando donaciones para niños desplazados en toda Europa.

Pero la fama no ha sido gratuita: su matrimonio quedó destruido y dice que casi pierde su casa en West Yorkshire si no hubiera sido porque el propietario fue “extremadamente comprensivo”. ¿Cómo ve todo lo que le sucedió en 2016 en retrospectiva? “No estoy seguro de querer reflexionar sobre eso, así que sólo sigo adelante”, dice. “Seguí yendo a Calais, seguí yendo a París. Acabo de regresar de Grecia”.

“Todo ha cambiado en mi vida”, explica tras una pausa. “Todavía tengo a mi familia. Todavía tengo a mis hijos. A estas alturas del año pasado yo era un hombre de familia feliz. Pero en un año mi vida ha cambiado completamente. Iba a dejar de hacer esto, pero cuando todo se vino abajo, seguí adelante y me fui metiendo más y más en el tema”.

El mes pasado, Lawrie llevó una furgoneta llena de donaciones a Salónica, donde miles de refugiados están sobreviviendo en condiciones extremas. Llevó una estufa de leña oxidada que le donó un desconocido. “Cualquiera habría creído que era de oro”, señaló.

“Te diré por qué lo hago, porque no me da nada de dinero. Durante la primera mitad de mi vida fui como la mayoría de las personas: trabajaba para vivir. Ganaba más y más dinero para tener un coche mejor, comprar una casa más grande, viajar dos veces al año en lugar de sólo una, comprarme un traje Armani en lugar de uno marca Next. Pero no me llenaba. Esto me aporta mucho más a nivel personal”.

Como soldado del Cuerpo Real de Transporte, Lawrie sirvió en Bosnia y en Irlanda del Norte antes de dejar el Ejército para ir a la universidad. Después montó un exitoso negocio de mensajería en el noreste de Inglaterra. Pero en 2003 se contagió meningitis bacteriana. Cuando pudo salir del hospital, dice que sus bruscos cambios de humor destruyeron su primer matrimonio.

Pasaba de sentirse eufórico –y comprar viajes a California o una Range Rover nueva– a desplomarse por completo. Un día, relata, se compró una motocicleta de alta potencia Honda Hornet que acabó como siniestro total el mismo día, y con él en el hospital. Finalmente le diagnosticaron trastorno bipolar. “Quería tirarme de lo alto de un árbol”, explica.

Lawrie tocó fondo poco después de curarse la meningitis, dice, cuando se quedó sin hogar y dormía en los vestuarios de una piscina abandonada en Otley. “Viví allí durante tres meses,” afirma.

Ahora tiene un propósito.

“Quería hacer cosas positivas”

“Si te pones a pensar, me deben quedar unos 30 años en este mundo. No puedo cambiar el pasado, pero puedo aceptar mi presente y hacer cosas positivas por el futuro,” asegura. “Sé que parece un lugar común, pero es lo que creo. Si logro mejorar la vida a una o a cinco personas, ya estoy hecho. Y si todos pensaran de esta manera…”

Pero no todos consideran a Lawrie un héroe. Él dice que lo han agredido los “guerreros del teclado” y le han dejado un mensaje en Internet diciendo que “deberían colgarlo por intentar entrar al país a una futura terrorista suicida”. Según él, el ascenso de la extrema derecha ha llenado Europa del mismo odio que precedió a la Segunda Guerra Mundial.

A su vez, la crisis de refugiados ha inspirado a gente común a hacer cosas extraordinarias. Recientemente, una mujer se puso en contacto con Lawrie y le envió 2.360 euros para que alquile una furgoneta para llevar donaciones a Grecia. Dijo que no podía salir de casa porque su marido tiene cáncer, pero igualmente quería ayudar de alguna forma.

Lawrie está enfurecido con el gobierno británico, que el mes pasado detuvo el proceso de ingreso de unos 750 niños refugiados que están en Calais. “En lo que respecta a los niños refugiados, es una atrocidad”, dice. “Hace que me sienta avergonzado de ser inglés”.

Lawrie sigue en contacto con Bahar, o Bru –como la llama él– y con su padre Reza. Dice que ambos están a salvo en Francia. Un año después de tomar la decisión de introducir una niña pequeña de contrabando desde Calais, ¿lo volvería a hacer?

“No lo volvería a hacer,” dice, negando con la cabeza mientras sonríe. Pero luego agrega: “Pero, ya sabes, ¿pondrías un niño a salvo si supieras que no te pillarán? Yo sí. Eso seguro”.

Traducido por Lucía Balducci