El drama de los refugiados que pueden quedarse atrapados en Grecia

The Guardian

Helena Smith —

Terminar en Eleonas no entraba dentro de los planes de Walter Mugisha. Dinamarca era el destino final de este informático ugandés, no un campamento polvoriento situado en un terreno donde en el pasado crecían los olivos y que ahora forma parte del paisaje industrial de Atenas.

Para este hombre de 32 años, como para la gran mayoría de refugiados y migrantes sirios que hacen la peligrosa travesía en barco desde Turquía, Grecia solo era un lugar de paso, una parada más de una ruta que lo tenía que llevar hasta Dinamarca. Atenas no tenía ningún problema en dejarlo pasar. Unos 850.000 hombres, mujeres y niños han llegado a las costas del país, que les ha proporcionado medios de transporte para que pudieran seguir su travesía pero que no ha atendido a la ola humana que a lo largo de un tumultuoso 2015 desafió el Mediterráneo y atravesó la península balcánica con el objetivo de llegar a los países del centro y del norte de Europa.

Mugisha, como muchos otros antes que él, llegó con las manos vacías. “Todo lo que ves, incluso la ropa que llevo, lo compré aquí”, indica con una sonrisa: “Llegué con mi biblia, que es mi escudo y lo que llevo más cerca de mi corazón. No soy sirio y no soy un refugiado que huye de una guerra, así que rezo todos los días para que me concedan el asilo político y pueda llegar a Dinamarca, donde podré vivir como siempre soñé”.

Con unas casetas numeradas, unas enormes carpas, servicios básicos y una pista de baloncesto, el campamento de Eleonas estaba llamado a ser una solución provisional para atender a la ola de migrantes que atraviesa Grecia. Sin embargo, su finalidad ha cambiado debido a fuerzas que escapan al control del gobierno griego. A lo largo y ancho de Europa han aumentado las barreras y también los argumentos de los distintos Estados miembros de la Unión Europea, uno tras otro tras los ataques yihadistas de París, a favor de reforzar el control en las fronteras y cerrar el paso a los migrantes.

Las casetas de Eleonas están al límite y las ocupan personas que, como Walter, no pueden ir al norte de Europa, ya que esos países no están dispuestos a aceptar a nadie que no pueda demostrar que ha escapado de un conflicto bélico. Y esto podría ser solo el inicio.

Bruselas se está planteando medidas drásticas para frenar el flujo de migrantes mientras crece la presión para que se cierre la frontera de Grecia con Macedonia. Ello aviva el temor de que cientos de miles de migrantes queden atrapados en Grecia, percibida como el talón de Aquiles de Europa.

En el pasado, la posibilidad de que miles de migrantes quedaran atrapados en el Estado miembro económicamente más débil de la Unión Europea podría haber parecido remota, incluso absurda. Con una economía arrasada tras seis años de medidas de austeridad impuestas por la comunidad internacional y una tasa récord de desempleo, las triquiñuelas griegas para lidiar con la situación ya no tienen el efecto deseado.

Los responsables políticos de la Unión Europea buscan desesperadamente nuevas formas para lidiar con la peor crisis de migración masiva vivida desde la Segunda Guerra Mundial pero lo cierto es que la última palabra sobre el plan de acción está en manos de la élite política al más alto nivel. Como ocurre con casi todo lo que tiene que ver con la gran crisis existencial de Europa, unas medidas que en el pasado se hubieran descartado por absurdas, ahora son una posibilidad real.

La semana pasada, a Atenas se le dio un ultimátum de tres meses para que mejore el control de la frontera, que con sus más de 14.000 kilómetros es la más extensa de Europa, así como el registro de migrantes. Si no lo hace, podría verse obligada a salir del espacio Schengen. Además, el cierre de la frontera de Grecia con Macedonia podría poner fin a esa relación de fraternidad.

Todos los que han observado cómo Grecia hacía lo imposible por mantener a raya la insolvencia están convencidos de que el cierre tendría consecuencias catastróficas.

Cerrar la frontera, una bomba de relojería

“Es una bomba de relojería que podría destruir los fundamentos de Grecia”, afirma Aliki Mouriki, una prestigiosa socióloga del Centro Nacional de Investigación Social: “Cientos de miles de refugiados están atrapados en un país en bancarrota y que tiene graves problemas administrativos y para funcionar correctamente, en un Estado que no les puede proporcionar bienes y servicios básicos. ¿Qué puede pasar?”. La socióloga intenta buscar la palabra adecuada para responder a la pregunta: “Lo que veríamos a continuación, es la definición del concepto griego de distopía, lo contrario a la utopía”.

Al igual que los alcaldes que se han visto obligados a lidiar con las situaciones de emergencia que se han vivido en las islas egeas, los políticos del gobierno creen que Turquía es la causante del problema. “Con todos los respetos hacia un país que está acogiendo a dos millones de refugiados, creo que Turquía tiene la responsabilidad de acabar con el crimen organizado y con los contrabandistas que se enriquecen en las costas”, ha indicado a The Observer el ministro de políticas de migración, Yannis Mouzalas: “Estos flujos de migrantes no son culpa de Grecia, incluso si fuera verdad que hemos sido lentos de reflejos y que los controles en la frontera y los chequeos no fueron estrictos”. “Turquía hace la vista gorda cuando los migrantes embarcan en sus costas con la intención de llegar a Grecia. Y es Turquía la que debe evitar que se suban a las embarcaciones. ¿Qué ha hecho mal Grecia? ¿Deberíamos dejar que se ahogaran?”, pregunta.

Dos meses después de que la Unión Europea, en un gesto sin precedentes, obsequiara a las autoridades de Ankara con 3.000 millones de euros para contener el éxodo, Atenas reza para que efectivamente sea así. Si Turquía lograra impulsar medidas que incentivaran a los sirios a quedarse en el país y trabajar, terminar con los traficantes que trabajan en las costas y cerrar un acuerdo de readmisión, Jordania y Líbano impulsarían las mismas medidas.

Lamentablemente, el optimismo es un bien escaso. Turquía exige más dinero, con el argumento de que los Estados miembros, liderados por Italia, todavía no han pagado la cantidad inicialmente prometida porque ahora lamentan haber llegado a ese acuerdo.

Es una carrera contrarreloj. La canciller alemana Angela Merkel deberá hacer frente a unas elecciones regionales de gran importancia en marzo y quiere que para esa fecha la cifra de inmigrantes se haya reducido considerablemente. La Comisión Europea también ha indicado que la continuidad del espacio Schengen depende de un acuerdo que deberá alcanzarse en unas semanas, no meses.

“Si Turquía no cumple con lo pactado, lo siguiente que hará Europa es ordenar a Grecia que cierre la frontera con Macedonia y convertirá al país en un gran campamento de refugiados”, indica Mujtaba Rahman, el responsable de análisis en torno a Europa de Eurasia Group, una consultora de riesgos.

El auge del Amanecer Dorado, un partido neofascista

“El cierre de la frontera representaría un enorme varapalo político para el gobierno de Tsipras, que lucha por llevar a cabo la reforma económica exigida por el rescate”, indica Rahman. “El gobierno mostraría una menor voluntad de cooperar en otros aspectos relativos a la situación de los refugiados y Tsipras podría considerar que las elecciones anticipadas son su única vía de escape, lo cual sería catastrófico para la economía del país, y ya no digamos para la política, si consideramos la creciente popularidad del [partido neofascista] Amanecer Dorado”, añade.

Desde la semana pasada se sopesa la idea de perdonar la deuda a Grecia a cambio de que acoja a los refugiados indefinidamente. La respuesta de los griegos es todavía más vehemente. “Un acuerdo de estas características es inaceptable. Grecia tiene su dignidad”, indicó el normalmente apacible alcalde de Atenas, Giorgos Kaminis: “No vamos a vender nuestra dignidad y nuestro bienestar para reducir la deuda”.

La frustración de Kaminis no debería ser ignorada. Atenas está lejos de Lesbos, Kos y de otras islas que se encuentran en la primera línea de fuego de la crisis de los refugiados, pero también se ha visto sacudida por este vendaval. Este verano, en los momentos de mayor tensión de la crisis de refugiados, miles de migrantes y refugiados convirtieron las plazas y los parques de la capital en un improvisado campamento. En las sucias calles y en las arenosas plazas de la ciudad se palpa la tensión. Solo en enero, más de 50.000 migrantes y refugiados consiguieron llegar a las costas de Grecia pese al mal tiempo y a la mala mar. La Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) estima que al menos el 9% de los migrantes que pasan por la capital griega, como Walter, se quedarán atrapados en el país y no podrán ir al norte de Europa

Nadie cree que la cifra de migrantes y refugiados vaya a disminuir. El sábado, al menos 39 migrantes, algunos de ellos menores de edad, se ahogaron cuando intentaban llegar a la costa griega desde Turquía. El Ejército de Salvación, cuyo equipo trabaja en unas oficinas cercanas a la Plaza Victoria, el principal punto de encuentro para los recién llegados, cree que la cifra aumentará. Hace dos semanas abrió un nuevo centro de día para refugiados, donde se almacenan envíos procedentes de todo el mundo, con ropa, zapatos y sacos de dormir.

“El año pasado la situación era caótica pero al menos había movimiento”, indica Polis Pandelides, un trabajador del Ejército de Salvación: “Este año, las vallas parecen indicar que el caos será estático y que toda esta gente se quedara atrapada aquí”. Pandelides, que vivió unos años en el Reino Unido, transmite serenidad gandhiana sentado bajo la sombra de las moreras de la Plaza Victoria mientras charla con Omar y Ali, dos jóvenes marroquíes que llegaron el lunes procedentes de Turquía y cuyo destino soñado es Suecia.

Como Walter, parecen ajenos a los planes de los países escandinavos de limitar la llegada de migrantes. “En Grecia hay un problema enorme, enorme, no hay dinero”, explica Omar: “Cruzaremos las montañas (de Albania y Bulgaria) si es necesario”. Pandelines echa un vistazo a todos los que se han dado cita en la plaza, situada en un barrio decrépito y pobre que se ha convertido en uno de los bastiones del partido xenófobo Amanecer Dorado. La mayoría se parece a los dos chicos marroquíes: son jóvenes, tienen fuerza de voluntad y determinación, y observan con atención.

“Nadie sabe lo que va a pasar”, dice Pandelides: “Lo que sí sabemos es que el problema crecerá, la violencia aumentará y también la tensión si tenemos otros miles de migrantes en la calle y el gobierno no encuentra la forma de devolverlos a sus países o mandarlos a un tercer país”.

Traducción de Emma Reverter