Las tiras de pinchos, barricadas, cócteles molotov y rebeldes enmascarados no dejan lugar a dudas: en el campus de Managua de la universidad más antigua de Nicaragua no hay clase.
Los carteles que exigen la salida del presidente Daniel Ortega adornan las puertas cerradas con candados de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (Unan). Tras ellas merodean estudiantes insurgentes medio dormidos que se preparan para una embestida que creen que podría llegar en cualquier momento.
“Nuestra lucha es eliminar este régimen”, señala Armando Téllez, un estudiante de primero de Económicas que lidera uno de los tres campamentos que han ocupado las universidades desde que estallaron las protestas antigubernamentales el 18 de abril. “Esta gente ha despertado y no hay forma de volverles a dormir”.
Los organizadores aseguran que 500 estudiantes rebeldes están viviendo en el campus de la Unan desde que fue ocupado el 7 de mayo.
“Estás siendo vigilado por 20 o 30 personas”, explica otro de los líderes, Jonathan López, mientras ofrece una visita por las defensas improvisadas de este bastión estudiantil, barricadas de metal, madera y cemento custodiadas por estudiantes enmascarados equipados con cascos y escudos fabricados con bidones de acero vacíos. Algunos llevan “morteros” improvisados, artefactos que disparan pequeñas cargas explosivas para disuadir a los atacantes. “Si no estuviera contigo, ya habrían soltado cinco o seis morteros”, señala el joven de 20 años con una sonrisa.
Lo ocupación de la Unan es uno de los frentes en una revuelta nacional contra Ortega que se extiende rápidamente. Ortega, el que fuera héroe sandinista y que ayudó a derrocar la brutal dictadura de Anastasio Somoza en 1979, ha dirigido Nicaragua desde su regreso electoral en 2006.
Tal es el nivel de descontento con lo que los críticos llaman el gobierno corrupto y autoritario de Ortega –y tal es la reticencia de Ortega a dejar el cargo– que algunos temen que el país más grande de América Central esté ahora al borde de una nueva era de caos.
Rolando Álvarez, uno de los miembros más veteranos de la jerarquía católica de Nicaragua, advierte de que a menos de que el presidente de 72 años y su odiada esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo, hagan concesiones inmediatas a los manifestantes, “es muy probable que Nicaragua se vea envuelta de nuevo en una guerra civil”. “Sería un desastre, un caos que no queremos”, señala Álvarez, obispo de la ciudad de Matagalpa.
“Pido al Espíritu Santo que ilumine las mentes y corazones del presidente y de la vicepresidenta”, afirma Álvarez, una figura clave en el recientemente suspendido diálogo nacional. Dicho encuentro intentaba encontrar una solución política a la crisis, pero fue abandonado porque Ortega no frenó la represión violenta de las protestas. “La pelota está en manos del presidente. Después de Dios, él tiene la última palabra”, añade.
“Nadie está a salvo”
Con la cifra de muertos aumentando y Ortega sin mostrar indicios de dimitir o convocar elecciones anticipadas, Carlos Fernando Chamorro, director de la publicación opositora Confidencial, afirma que él también siente inquietud.
Los activistas sostienen que al menos 130 personas han muerto desde que empezó el levantamiento hace dos meses, la mayoría por disparos durante la represión policial o los ataques de misteriosos hombres armados enmascarados sospechosos de formar parte de milicias apoyadas por el Gobierno.
“Daniel Ortega resistirá hasta el último momento. Y esto significa más represión, más dolor y situaciones que ni siquiera me quiero imaginar”, advierte Chamorro, el hijo de la expresidenta Violeta Chamorro.
“Sinceramente creo que estamos viviendo un momento muy peligroso porque nadie, nadie, está ahora a salvo en Nicaragua. No estoy hablando de mí. Nadie está a salvo”, añade.
Eso no es nuevo para los estudiantes de la Unan, muchos de los cuales han perdido amigos o familiares cuando las manifestaciones en las que participaban fueron atacadas con fuego real.
“He visto morir a unas 20 o 30 personas. Algunos aquí han visto morir a sus hermanos”, señala López, un estudiante de tercero de Económicas de la ciudad colonial de Granada, escenario de enfrentamientos letales la semana pasada.
La universidad ha sido atacada. Los estudiantes denuncian tiroteos desde vehículos tras las barricadas levantadas en torno a la Unan. “Llegará una moto y vaciará un cargador entero. Ya ha pasado varias veces”, señala Téllez.
Un joven de 25 años licenciado en Anestesiología que dirige cinco clínicas en el campamento sostiene que sus médicos voluntarios han tratado cinco heridas de bala desde que los estudiantes asaltaron el campus el mes pasado. “En la espalda, el cuello, el brazo y la cara”, asegura el doctor, que prefiere dar solo su apodo, Veneno. “Desearía estar en casa dándome duchas frías y viendo películas, pero mientras la gente no se rinda, nosotros tampoco lo haremos”.
Puede que la Unan no pueda ofrecer a sus invitados mucho en términos de seguridad, pero tiene muchos refrescos. Un garaje se ha convertido en centro de distribución para provisiones alimenticias donadas por simpatizantes. Los terrenos silvestres de la universidad están llenos de fruta fresca. “Tenemos mangos, mamones y jocotes”, señala Téllez. “¡Somos autosuficientes!”.
La cerveza nicaragüense también ha conseguido entrar en el campamento y hay latas vacías de la marca Toña tiradas cerca de una de las barricadas.
“Ortega es un animal político muy decidido”
También hay muchos refugios. El Instituto de Geología y Geofísica, un edificio de dos plantas lleno de vitrinas de cristal con piedras preciosas y fósiles, es ahora un hospital-residencia-cantina donde los manifestantes pueden cenar al aire libre en un pequeño césped rectangular antes de tirarse en los colchones y sofás repartidos por los pasillos. Fuera, decenas de ocupas más acampan bajo lonas negras o en hamacas colgadas entre los árboles.
“Estamos cansados, algunos frustrados”, reconoce el jefe del campamento Téllez, que recuerda que muchos de los manifestantes no ven a sus familias desde hace semanas.
Mensajes de apoyo colgados por la ocupación pretenden levantar el ánimo. “Queridos estudiantes, estamos agradecidos por el heroísmo y la humanidad de todos aquellos que están resistiendo en el bastión Unan”, reza una carta escrita a mano y enviada por aliados en la ciudad norteña de Ocotal. “Como jóvenes y ciudadanos nicaragüenses valoramos el ideal de una sociedad más democrática en la que la gente pueda vivir junta en armonía... Vosotros representáis el ideal de una lucha auténtica, justa y no violenta. El ideal de una Nicaragua justa y libre... la verdad y el pueblo siempre saldrán victoriosos”, añade.
Chamorro describe a los estudiantes rebeldes de Nicaragua como miembros clave de una coalición más amplia que se necesitaría para expulsar a Ortega a través de una mezcla de diálogo, diplomacia, protestas callejeras y presión económica. “La solución requiere un esfuerzo de máxima presión”.
Pero el periodista, que trabajó con Ortega en los años 80 cuando dirigía el periódico sandinista Barricada, advierte de que aquellos que están intentando derrocar al que fue un revolucionario no han considerado bien la astucia de un hombre que ha dominado la política nicaragüense durante décadas.
“No se puede subestimar a Ortega. Es un animal político. Es un animal político muy decidido. Y me preocupa lo lejos que pueda llegar en términos de represión”, explica. En la Unan, los jóvenes rebeldes que desafían a su presidente septuagenario insisten en que no serán intimidados.
“Defendemos la democracia en nuestro país”, afirma un joven de 28 años que abandonó la carrera de Química y que gestiona la barrera en el extremo sureste del campus. “Estoy preparado física y psicológicamente para el desastre que pueda venir”, afirma con la cara tapada por un pasamontañas azul y con un cuchillo pegado al muslo.
Unas horas más tarde, se produjo uno. El jueves, pasadas las 9.30 de la noche, dos coches deportivos con paramilitares armados bajaron en una de las fortificaciones de la Unan y empezaron a llenarla de balazos. Chester Javier Chavarría, de 19 años, fue alcanzado en el pecho y murió de camino al hospital.
“Su muerte no será en vano. De una u otra forma, pagarán por su muerte”, jura otro estudiante rebelde. “[El Gobierno] habla de paz y amor, pero el amor no se muestra con tiroteos”.
Información adicional de Juan Diego Briceño.
Traducido por Javier Biosca Azcoiti