Cuando preguntan en privado a los diputados conservadores británicos si su partido saldrá de la espiral interminable de división ahora que Rishi Sunak está al frente, la mayoría dice que “puede” o que “tiene que” hacerlo, pero no hay una respuesta afirmativa.
El nuevo primer ministro cuenta con que sus colegas le den un respiro en sus ácidas sesiones informativas, mientras los que trataron de mantenerlo fuera de Downing Street por todos los medios se escabullen para lamerse las heridas y los escépticos más moderados se alinean.
Pero es probable que sea una luna de miel efímera: Sunak se enfrenta a muchos de los problemas que aquejaron a su predecesora, Liz Truss. Entre ellos, unas previsiones económicas nefastas y el derrumbe de los índices de popularidad.
Aunque Sunak era el claro favorito para los parlamentarios tories, con el apoyo público de casi 200 diputados, seguía siendo visto con escepticismo por los que trataban de convertir la “coronación” en una competición entre él y Penny Mordaunt, o entre él y Boris Johnson.
Los diputados del Gobierno estaban tan divididos que el lunes uno de ellos llegó a admitir: “Mi cabeza está con Rishi, mi corazón con Penny y mi alma, con Boris”.
Una fuerza estabilizadora
Sunak es percibido, en gran medida, como una fuerza estabilizadora. Atacado por sus adversarios políticos durante el verano por ser la “ortodoxia del Tesoro” personificada, a partir de ahora llevará probablemente esa etiqueta como un distintivo positivo.
La mayoría de los diputados tories dicen estar hartos de ser los protagonistas de un culebrón político que ya ha durado demasiado, y esperan que Sunak, exministro de Economía, sea la persona adecuada para calmar los nervios de la City y recuperar el aura de competencia y prudencia económica de los conservadores.
Cuando se reunieron para escuchar sus primeras palabras como sucesor de Truss al llamado Comité 1922 del Partido Conservador, el estruendo de los diputados golpeando escritorios, paredes y puertas para mostrar su apoyo a sus declaraciones resonó en los pasillos del poder.
Entre los asistentes estaban algunos de los que trabajaron desesperadamente para colocar a otro en el número 10 de Downing Street. La propia Mordaunt fue cordialmente recibida en la sala, mientras sus partidarios se escabulleron obedientemente para figurar entre los primeros en declarar ante las cámaras su apoyo a Sunak.
Dejando ver su adhesión estaba incluso James Duddridge que, tras dirigir la operación de apoyo de diputados a Boris Johnson, había anunciado confiadamente el sábado por la tarde que el ex primer ministro ya tenía más de 100 simpatizantes (el umbral que necesitaban para poder presentarse). Truss se mantuvo al margen, pero también publicó en Twitter su apoyo.
¿Una paz duradera?
Sin embargo, es demasiado fácil sobrestimar estas muestras inmediatas de lealtad en público como algo parecido a una paz duradera. Hubo varios que dieron su apoyo en el último momento porque vieron hacia dónde soplaba el viento y querían ganarse el favor de los nuevos responsables de Downing Street.
Un miembro del Gobierno que dio su apoyo a Sunak asegura haberlo hecho a regañadientes. “Solo ha hablado conmigo dos veces, las dos durante elecciones internas para nombrar al nuevo líder”, dice indignado.
También habrá cantos de sirena de gente que podría seguir criticando a Sunak desde la barrera. Nadine Dorries, exministra de Cultura y una de las aliadas más acérrimas de Johnson, ha dicho que él no tenía “ningún mandato” para gobernar y que sería “imposible” evitar un adelanto electoral.
Pero los partidarios del nuevo primer ministro confían en que voces como la de Dorries terminen siendo marginales. “Si yo obtuviera un escaño en los Lores y no tuviera que luchar para mantener mi escaño, probablemente diría lo mismo”, apunta uno, burlándose. “Toda bodega necesita un par de botellas baratas de cerveza para recordar al que bebe la calidad del resto”, dice otro.
Las bases tories a las que se les ha negado un proceso electoral interno en condiciones han generado algún malestar. Varios diputados han informado de militantes solicitando la baja del partido. Joseph Robertson, director del think tank Orthodox Conservatives, señala que Sunak ya fue “rechazado por las bases” en verano y carece de un “mandato democrático”.
Una fuente gubernamental ha admitido que varios diputados expresaron su temor de que el Partido Conservador se hubiera vuelto “ingobernable” hace apenas una semana, cuando se puso en marcha la operación para salvar el liderazgo de Truss.
Si Sunak es capaz o no de mantener la buena voluntad con que la mayoría de sus colegas lo está recibiendo podría depender de los nombramientos del Gobierno. Los primeros nombramientos de ministros este martes mostraron continuidad con el Gobierno de Boris Johnson al que él perteneció como ministro de Economía y, en parte, con el breve Ejecutivo de Liz Truss, con ministros de ambas administraciones. Entre ellos, el de Exteriores, el de Defensa, la de Interior y el segundo ministro de Economía de Truss y fiel de Sunak, Jeremy Hunt. Su última rival en la competición entre los conservadores, Penny Mordaunt, también se quedará en su puesto como líder de la Cámara de los Comunes. Los nombramientos se leen como un intento de acercarse a las distintas alas del partido.
En el horizonte se vislumbran decisiones difíciles. Los diputados tories sin cargo en el Gobierno tendrán motivos para irritarse en las próximas semanas por las decisiones sobre las partidas afectadas por los recortes del gasto público, y si eso influirá o no en la subida de las prestaciones sociales de acuerdo con la inflación; sobre la recuperación del 0,7% del PIB para la partida de ayuda al desarrollo; o sobre una marcha atrás con el compromiso de aumentar el gasto en defensa hasta el 3% del PIB para el final de esta década.
Próxima parada: las elecciones locales
Por el bien de sus propias posibilidades electorales, los parlamentarios tories son conscientes de que necesitan darle espacio a Sunak para triunfar, e intentar no aumentar su actual déficit de 30 puntos (respecto a los laboristas) en las encuestas, agravando aún más la división entre los conservadores.
“Si Rishi quiere esperar, tiene dos años hasta las próximas elecciones”, dice uno de los diputados. “Teniendo en cuenta todo lo que ha pasado en los últimos dos meses, eso significa toda una era, así que tiene tiempo de sobra para cambiar las cosas”, opina.
“Para gobernar con eficacia, nuestro nuevo primer ministro necesita un grupo parlamentario unido”, asegura el antiguo líder conservador Michael Howard. “Los diputados conservadores tienen en sus manos su futuro y el nuestro”, asegura.
El propio Sunak fue muy contundente con ese mensaje cuando, tras ser elegido líder del partido, advirtió a los diputados de que tienen que “unirse o morir”.
Pero cuanto más se acerquen las elecciones generales y cuanto más se tarde en cambiar la suerte electoral del partido, más se agotará la paciencia de los diputados tories. La fe en Sunak caerá si no logra evitar una derrota vergonzosa en las elecciones locales de mayo.
El futuro de Boris Johnson también está en segundo plano. Se retiró del proceso interno para elegir al nuevo líder, pero los últimos días han demostrado su desesperación por emular a su héroe Winston Churchill con un regreso sensacional, en el que podría ser su último acto de venganza política. Mientras siga existiendo la posibilidad de un renacer de Johnson, por lejana que sea, a Sunak le va a costar acabar de verdad con los instintos regicidas de su partido.
Traducción de Francisco de Zárate.
* Este artículo ha sido actualizado por la redacción de elDiario.es para incluir los nombramientos de ministros de Rishi Sunak.