La toma de la bolsa de basura no falla. En ¡A ordenar con Marie Kondo!, la serie de Netflix protagonizada por la exitosa experta japonesa en poner orden que se ha convertido en autora de superventas, siempre hay al menos una toma que se detiene en la pila de desperdicios. Brillantes bolsas de basura a reventar de cosas, apiladas de forma improvisada. Cuantas más bolsas, mejor. Una de las parejas que aparecen en el programa calculó que se llegaron a deshacer de 150 bolsas llenas.
Ahí están las bolsas, bien cerradas y listas para desaparecer. Hacen más felices a los que ordenan, más sanos y aliviados de que toda la basura que habían acumulado durante años haya desaparecido. Es la escena que grita: ¡Éxito! ¡Has ordenado a lo Kondo! ¡Ahora tu vida será infinitamente mejor! Es esa toma precisamente la que ilustra el problema que tenemos con el despilfarro. Y Kondo no nos ayuda con eso.
Hace unos años seguí el método KonMari, la guía paso a paso para poner orden y deshacernos de cosas que se explica en uno de los libros más vendidos de Kondo. El método es muy claro: hay que revisar cada cosas que tenemos, categoría por categoría, y sostenerlo cerca para ver si nos “hace felices” (la traducción al inglés, Spark Joy, es el título del libro de Kondo). Nos desharemos del objeto si la respuesta es negativa, y lo guardaremos de forma ordenada en caso contrario.
Esos tres días que pasé ordenando en 'modo propósito de año nuevo' fueron una maravillosa maratón de depuración. Ropa que no me apasionaba, aparatos de cocina que no utilizaba nunca, vajilla que ya no combinaba entre sí, pilas de papeles viejos e innumerables productos de belleza caducados; todo se fue de casa en bolsas de basura. Algunas fueron a parar a organizaciones de caridad, otras a los contenedores y las cajas con libros acabaron en tiendas de libros usados. Cuantas más bolsas llenaba, más me felicitaba a mí misma. Luego ordené y doblé lo que quedó en casa. Incluso llegué a dominar el oscuro arte de doblar medias y ropa interior.
Me sentía genial. Mi piso no era exactamente un paraíso minimalista pero me encantaba ver el mueble de la cocina tan bien organizado y mi pequeña pila de camisetas ordenadas por color descendiente. El cajón de los cubiertos estaba ordenado y mi vajilla combinaba. Aquella extraña taza naranja y la salsera que nunca usaba y que alguien me había regalado ahora estaban ahora en una caja frente a una tienda de caridad, esperando para hacer feliz a otra persona.
Y ahí está la cosa. ¿Qué pasa después? ¿Dónde acaban todas esas bolsas de basura? El método Konmari hace hincapié en deshacerse de lo que no utilizamos, pero las cosas no se esfuman en el aire. Sacamos las bolsas de basura de casa y luego nos olvidamos de ellas al regresar a nuestros hogares recién ordenados. Ojos que no ven, corazón que no siente.
La mayoría de esas bolsas acabarán en el vertedero, junto con los residuos de verdad. Y las organizaciones benéficas gastan millones cada año enviando basura a los vertederos. Los basurales de todo el mundo rebosan de cosas que no “hacían felices” a nadie.
La idea de “si no te gusta, deshazte de él” alimenta la cultura de lo descartables. Como me dijo una vez Eiko Maruko Sinewer, autora de Desechos y Consumismo en el Japón de Posguerra (el libro se titula Waste. Consuming Postwar Japan), el método Konmari es una estrategia de corto plazo. “Si sales de compras y ves una camiseta que te da alegría, la compras. Luego, dos semanas después, ya no te da alegría y puedes deshacerte de ella. No se presta atención al hecho de que deberías haber pensado en el ciclo de vida de esa camiseta cuando la compraste”.
No nos deshacemos solo de camisetas descoloridas y viejos recibos de impuestos. Si bien esa camiseta solo te costó ocho euros, para fabricarla se utilizaron innumerables recursos. Los materiales, el agua, la energía, la fuerza laboral, el transporte y el embalaje; todo eso también se está desperdiciando.
Y no podemos darnos el lujo de hacer como si nada. Según el Banco Mundial, cada año producimos más de 2.000 millones de toneladas de basura, y se calcula que esa cifra ascenderá a 3.400 millones en los próximos 30 años. Los vertederos de todo el mundo están atestados de basura por ejemplos como el australiano: este país arroja unos 6.000 kilos de ropa a los vertederos cada 10 minutos.
El reciclaje no es la panacea. El año pasado, China desató una crisis mundial de reciclaje cuando le cerró las puertas a la importación de materiales reciclados y contaminados. La práctica común en el mundo es que los ayuntamientos acumulan la basura reciclable o la envían directamente al vertedero.
Y enviar lo que ya no queremos a las organizaciones de caridad tampoco es la solución. Por ejemplo, solo un pequeño porcentaje de la ropa donada se pone a la venta. Lo que no sirve se envía al vertedero y algunas cosas se exportan a países pobres donde se venden relativamente baratas. En teoría suena bien, pero, en la realidad, el impacto puede ser devastador para el mercado local, dada la calidad variada de la ropa usada. También puede limitar el desarrollo de las industrias locales y puede acelerar la desaparición de la ropa tradicional. ¿Por qué fabricar algo original si hay vaqueros baratos y camisetas de imitación disponibles?
Hay otra tradición japonesa que Kondo (y todos nosotros) debería incorporar. Se llama mottainai. Tiene una larga historia, pero básicamente se lamenta por la noción del despilfarro y genera conciencia sobre la interdependencia y la impermanencia de las cosas. Mottainai se trata de reutilizar las cosas, darles un nuevo propósito, repararlas y respetarlas. Qué poderoso habría sido ver a Kondo transformando camisetas viejas en trapos para limpiar y reemplazar esponjas y servilletas. O quizás podría haber instado a sus acumuladores desesperados a reparar los zapatos viejos, las bicicletas y los electrodomésticos, en lugar de arrojarlos al cesto de la basura.
Incluso para los que no soportan reutilizar o darle un nuevo propósito a las cosas que no emanan alegría, hay otras opciones además del vertedero. En Australia, además de vender cosas en eBay o Gumtree, en Facebook se encuentran grupos locales de trueque u organizaciones de caridad que pasan a recoger muebles o ropa usada para la gente más necesitada. Quizás no se consigue la sensación instantánea de tener el piso ordenado, pero las cosas acaban teniendo un destino mejor.
Pero más que nada, quisiera que Marie Kondo dijera ¡basta! Basta de comprar tantas cosas. La única solución para la crisis de desechos es ponerle freno al consumismo que está haciendo rebosar nuestros vertederos, contaminando los océanos y reventando nuestros hogares. Porque lo que realmente “haría feliz” sería un mundo que no esté atestado de basura.