La seguridad de la central nuclear en primera línea de la guerra de Ucrania pende de un hilo
El misil ruso que impactó durante la noche destruyó la pared de un apartamento en el último piso. Solo queda el aire helado que sopla desde el río Dniéper y las vistas de la mayor central nuclear de Europa en la otra orilla.
La silueta de la planta de Zaporiyia, con sus dos gruesas torres de refrigeración y su hilera de seis bloques, ha dado la vuelta al mundo desde que fue bautizada como el lugar más peligroso de la Tierra: seis reactores nucleares en primera línea de una guerra catastrófica.
La semana pasada, en una noche bastante común, los soldados rusos de la orilla izquierda del río dispararon 40 obuses y misiles contra Nikopol, ciudad de la orilla derecha controlada por los ucranianos. La artillería impactó contra las hileras de edificios khrushchyovka, monobloques de viviendas de cinco plantas construidos para los trabajadores de las fábricas en los años 60 y bautizados con el nombre del líder soviético de la época (Nikita Kruschev).
Tras 10 meses de guerra, los edificios están medio vacíos, por lo que hay menos gente a la que matar. La única víctima de esa noche fue un hombre de 65 años que fue trasladado al hospital y desde cuyo piso se podía ver la central eléctrica.
A la mañana siguiente, las obras de reparación ya habían empezado. Un electricista restableció el suministro eléctrico en el resto del edificio, y había dos hombres en lo que quedaba del apartamento, barriendo y colocando tableros de aglomerado en el lugar que habían ocupado las paredes derribadas.
Los artilleros del Ejército ucraniano situados en la orilla abrieron fuego contra las posiciones rusas y, unos minutos más tarde, sonaron las sirenas aéreas de Nikopol a la espera de una respuesta rusa, aunque esa mañana no se produjo ninguna.
Los sótanos de los khrushchyovka se han convertido en refugios con camas y pupitres, pero la mayoría de la población está tan acostumbrada a los bombardeos que se limita a seguir con su día a día.
Peligro radiactivo
Los ucranianos insisten en que son extremadamente cuidadosos con lo que disparan, incluso cuando reciben ataques desde las inmediaciones de la central de Zaporiyia. Hace una semana, la empresa ucraniana de energía nuclear Energoatom acusó a Rusia de acercar sistemas de lanzamiento múltiple de cohetes Grad al reactor número seis, que está cerca de la zona donde se guarda el combustible nuclear gastado. El objetivo probable, según Energoatom, era bombardear Nikopol y la cercana localidad de Marzanets, utilizando su posición como refugio.
Las paredes de los reactores son lo suficientemente gruesas como para resistir el fuego de artillería, pero un impacto directo en los contenedores de combustible gastado podría provocar la liberación de material radiactivo a la atmósfera. Desde que se hicieron con el control de la central en marzo, los rusos han empezado a construir un refugio de hormigón sobre el combustible gastado, pero las autoridades ucranianas afirman que se está haciendo sin seguir los protocolos internacionales de seguridad habituales.
A principios de la semana pasada, el ministro de Defensa ruso, Sergei Shoigu, acusó a Ucrania de “terrorismo nuclear”, afirmando que sus fuerzas armadas habían disparado 33 proyectiles de gran calibre contra la central de Zaporiyia en las dos semanas anteriores. En un informe del 2 de diciembre, el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), que cuenta con cuatro inspectores en el emplazamiento ocupado por Rusia, afirmó que no se había producido ningún bombardeo contra la planta desde el 20 de noviembre, aunque sí había caído fuego de artillería en las inmediaciones.
Petro Kotin, presidente de Energoatom, asegura que los bombardeos de la zona que rodea los reactores nucleares son ataques de falsa bandera llevados a cabo por las fuerzas de ocupación rusas. “Tienen dos camiones especiales, que sabemos que llevan morteros en su interior, que se adentran en el bosque y cada vez que van allí, hay bombardeos alrededor de la central”, dice Kotin a The Guardian.
Dmytro Orlov, alcalde de Enerhodar, la ciudad vecina a la central nuclear en la que viven los trabajadores, asegura que hay más pruebas que demuestran que se trata de un ataque ruso. “Se oye el estruendo de salida de los disparos y dos o tres segundos después cae el proyectil, así que viene de muy cerca y no hay fuerzas ucranianas tan cerca”, dice Orlov en una entrevista en el lado ucraniano del frente, en la ciudad de Zaporiyia, donde sigue ejerciendo sus funciones en el exilio.
“Mi opinión personal es que quieren asustar a la población local para poderles decir: 'Ya veis: nosotros os protegemos y son los ucranianos quienes os bombardean”, indica.
The Guardian no ha podido verificar las versiones de Kotin y Orlov sobre los bombardeos ni las réplicas de Moscú. Sin embargo, las imágenes por satélite confirman que el Ejército ruso almacena material militar en el interior de la planta.
En teoría, los inspectores del OIEA que se encuentran in situ podrían averiguar la trayectoria de los mísiles o proyectiles que se aproximan, pero esa labor detectivesca no entra dentro de su mandato. El organismo está negociando la creación de una zona de seguridad sin fuego alrededor de los reactores, pero Kiev insiste en que Rusia debe retirar primero todas sus armas y blindados de la central, algo a lo que Moscú no ha accedido hasta ahora.
Trabajadores bajo presión
Mientras tanto, existe una amenaza paralela para la seguridad dentro de la propia planta: el constante desgaste de su personal en estos casi 10 meses de conflicto. Muchos trabajadores clave se han marchado por el peligro que corrían sus familias o porque se negaban a trabajar para los rusos. De los 11.000 trabajadores que había antes de la invasión, solo quedan 4.000. En un intento de detener esta fuga, los rusos han distribuido listas del personal de las fábricas en todos los puestos de control militares de la región con órdenes de que no se les permita salir, pero ha sido demasiado tarde para detener la salida más masiva.
“En algunos casos, solo hay tres personas para cubrir un turno de siete u ocho”, dice Orlov. “Los trabajadores no descansan lo suficiente. Eso provoca agotamiento”, sostiene.
El hecho de trabajar bajo ocupación armada se suma al estrés. Los trabajadores que siguen en la central están sometidos a una presión constante para firmar contratos con Rosatom, la empresa energética rusa, lo que significa que aceptan el control de Moscú.
“Se llevan a los trabajadores de uno en uno y lo primero que les preguntan es por el paradero de sus familias. Los presionan a través de sus familias. A un trabajador lo interrogaron durante ocho horas”, dice Oleksii Melynchuk, exempleado de la central nuclear. Según él, a pesar de esa presión, solo cerca del 10% del personal de la central ha firmado contratos con Rosatom.
Recientemente, los rusos han desactivado los pases electrónicos de algunos de los trabajadores que se han negado a firmar, reduciendo aún más el grupo de operarios de reactores disponibles.
Según Melynchuk, solo queda personal suficiente para mantener la central en su actual estado de animación suspendida, con todos los reactores apagados y dos de ellos mantenidos deliberadamente en caliente, para proporcionar calefacción a Enerhodar.
Hacer “lo imposible”
Pero mantener los reactores en este modo de espera caliente es un proceso difícil y delicado, que aumenta la carga de los operarios. La situación podría empeorar aún más. La central de Zaporiyia está actualmente conectada a la red ucraniana, pero en algunas ocasiones las líneas de transmisión han quedado interrumpidas por bombardeos, lo que ha obligado a la central a recurrir a generadores diésel para mantener en funcionamiento el sistema de refrigeración y evitar la fusión del recipiente del reactor.
Si la conexión a la red volviera a interrumpirse, aumentaría la presión sobre la sobrecargada plantilla y sobre los generadores, que solo se diseñaron como reserva temporal. Necesitarán mantenimiento y nadie sabe cuánto combustible diésel le queda a la central. Si los generadores diésel fallaran, la fusión comenzaría en cuestión de horas.
“Los que permanecen en sus puestos están haciendo lo imposible para que la central nuclear siga siendo segura. Han demostrado su profesionalidad al mundo entero”, asegura Melynchuk. “Incluso sin la ocupación rusa, sería muy duro física y psicológicamente hacer funcionar la central con la plantilla actual. Pero si se añade la presión de los ocupantes, todavía resulta más complicado”, concluye.
Traducción de Emma Reverter
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