Ya nadie aplaude. Han pasado seis meses desde que saltaron las alarmas y se comprendió que la pandemia de la COVID-19 representaba una amenaza para la humanidad. Un país tras otro fue adoptando medidas de confinamiento. Y las muestras nocturnas de solidaridad con los trabajadores que siguieron prestando servicios esenciales (y del sector sanitario) se han ido diluyendo.
Algunos gobiernos que contaron con el apoyo de los ciudadanos al inicio de la pandemia ahora vuelven a enfrentarse a las críticas y al desprecio de la población. En gran medida se ha ido calmando el pánico ante los escenarios que alimentaron el imaginario colectivo en esas primeras semanas, y en los que se temió la muerte de millones de personas, el colapso total de los sistemas sanitarios y la escasez de alimentos.
Sin embargo, el virus no ha dado tregua. Más de 200 días después de que el virus fuera identificado, las autoridades sanitarias señalan que la cifra de contagios se acelera y todavía no se vislumbra el pico de la pandemia. A principios de agosto, el mundo se encuentra inmerso en una etapa nebulosa: hemos superado el shock inicial pero todavía no vislumbramos la luz al final del túnel.
Es un período de intensas negociaciones entre un virus cuya dinámica sigue siendo misteriosa y la necesidad cada vez más apremiante de obtener ingresos, educar a los niños y niñas, y relacionarnos los unos con los otros. Este difícil equilibrio será una constante hasta que se pueda hallar, producir y distribuir masivamente una vacuna, o hasta que alcancemos una inmunidad de rebaño duradera, con un gran coste humano.
“Al principio de la pandemia dijimos que esta situación es como un maratón, no un sprint”, señala Alexandra Phelan, profesora adjunta del Centro de Ciencias de la Salud y Seguridad Global de la Universidad de Georgetown, en Washington DC: “Ahora se está haciendo evidente que más bien es una ultramaratón. Va a ser una carrera increíblemente larga”.
En marzo se calculó que la mitad de la humanidad estaba bajo alguna forma de confinamiento. Meses después, la humanidad ya no comparte una experiencia única. Vivir en un contexto de pandemia se ha convertido en algo normal; pero la nueva normalidad varía dramáticamente de un sitio a otro.
Vivir con el virus
Julia Georgallis explica que las playas cercanas a Lisboa han estado “abarrotadas” este verano y la música en vivo ha sonado desde su restaurante hasta las mesas que ocupan parte de la calle. A tan solo unos kilómetros de allí, los habitantes de cinco barrios de clase trabajadora situados en las afueras de la capital portuguesa han pasado la mayor parte de julio confinados. Los vecinos solo han podido salir de sus casas para comprar comida, otros productos básicos y medicamentos, y para trabajar.
En marzo, aterrorizados por las escenas de hospitales desbordados en Italia y España, países como Portugal optaron por impulsar estrictas medidas de confinamiento y lograron reducir las tasas de contagios. A partir de aquí lo que ha seguido es un experimento en el que se intenta comprender qué grado de normalidad se puede alcanzar en un contexto de pandemia.
Lisboa optó primero por relajar las medidas y, después, se vio obligada a rectificar. “Después de un mes de reapertura, porque todo el mundo estaba de fiesta y la gente bebía en las calles, hubo otro pico, por lo que el gobierno optó por dar marcha atrás”, explica Georgallis.
En Lisboa, las mascarillas son omnipresentes y los propietarios de los establecimientos, también los clientes, navegan en un mar de normas que van cambiando. A las once de la noche la ciudad se paraliza. “Es una situación muy extraña para un país que cena a las nueve y sigue de marcha a las dos de la madrugada”, señala Georgallis.
Estos límites pueden no ser suficientes. Como pueden atestiguar las historias de éxito puntuales como las de Hong Kong, Melbourne o el estado de Kerala en la India, las victorias contra el virus son frágiles. Los casos están aumentando de nuevo en Australia, Oriente Medio y Europa. En Portugal hay cientos de nuevos casos diarios.
En opinión de Babak Javid, especialista en enfermedades infecciosas de la Universidad de California en San Francisco, esta etapa de la pandemia plantea un dilema difícil para los países que hasta ahora han conseguido frenar la propagación del virus. “Si no se consigue suprimir el virus completamente y se cierran las fronteras, siempre habrá un aumento de los casos a medida que se vayan reduciendo”, dice. “La pregunta es: ¿puedes vivir con ello o no?”
Eso significa buscar equilibrios: cerrar sectores de riesgo como los clubes nocturnos, imponer el uso obligatorio de las mascarillas y realizar pruebas de forma generalizada, pero aceptar que no se detendrá la propagación limitada, y que hacerlo tendría un coste demasiado alto para la economía o la sociedad.
Como consecuencia de la pandemia, la cifra de turistas en Lisboa este verano ha sido menor que la de temporadas anteriores. La población local está disfrutando de más espacio y de casas de vacaciones más baratas para alquilar. “Los lisboetas afirman que hemos recuperado la ciudad”, dice Georgallis. “Pero cuando llegue el invierno pasarán dificultades porque este verano no han ganado el dinero que suelen ganar”.
Desde el inicio de la pandemia cerca de uno de cada cinco trabajadores del país ha perdido el trabajo. En todo el mundo, el virus ha desencadenado una crisis económica “como ninguna otra”, según el Fondo Monetario Internacional, que ha revisado repetidamente su estimación del impacto.
Según la agencia de la ONU, se ha perdido el equivalente a casi 400 millones de empleos a tiempo completo. El golpe se ha amortiguado un poco en países como Francia, el Reino Unido y Australia, que con la experiencia de la crisis de 2008 entendieron que a largo plazo resultaba más barato pagar los ERTES de las empresas con el objetivo de acelerar la recuperación tras la crisis.
Estados Unidos es uno de los países que pagaron directamente a los individuos. En estos momentos, cerca de 30 millones de trabajadores, uno de cada cinco, están desempleados. A principios de agosto, no sólo los ahorros se están agotando en muchos países, sino también la moral. “Están muy hartos de todo esto”, dice Georgallis. “Ya no prima el miedo...hacen lo que pueden para seguir adelante con sus vidas”.
Donde las curvas nunca se aplanaron
Robin Neely sintió que el coronavirus era un problema que le afectaba directamente cuando leyó un obituario de un compañero de clase. “Pensé, no es un problema lejano que afecta a desconocidos”, dice. “Es un problema de 'nosotros'. Está aquí.”
En los meses siguientes, su estado, Arizona, se convirtió en el estado del país con el mayor número de muertes por coronavirus por habitante. Mientras que la mayor parte de Europa ha conseguido controlar pequeños brotes, Estados Unidos, al igual que otros países de gran tamaño, como Brasil e India, no ha logrado aplanar la curva.
“No tenemos suficientes pruebas disponibles, y tampoco suficientes rastreadores”, dice Neely. “Así que todavía estamos en un cuarto oscuro, luchando contra un fantasma. No sabemos cómo atraparlo”.
Arizona ha confirmado más de 160.000 contagios, y los casos crecen a un ritmo de más de 1.000 al día. Ir de compras, reunirse con amigos y desplazarse en transporte público se han convertido en actividades de riesgo. “Conozco a unas diez personas que han dado positivo y la cifra aumenta cada día que pasa”, dice Neely. “Todos mis conocidos saben de alguien que ha contraído COVID-19”.
Arizona ordenó el confinamiento en marzo, pero fue uno de los estados que optó por volver a la normalidad menos de dos meses después, cuando el virus pasó a ser una fuente de discordia política entre el Partido Republicano y el Partido Demócrata, en plena campaña presidencial. El gobernador del estado, el republicano Doug Ducey, prohibió a los alcaldes de la ciudad obligar a los ciudadanos a llevar mascarillas. Donald Trump desafió los consejos de los expertos en salud pública al hablar ante una multitud de 3.000 personas en una megaiglesia de Phoenix.
Otras respuestas parecidas en Estados Unidos han minado la confianza en la superpotencia y han reforzado el pulso de China en el orden mundial. En Estados Unidos, el enconado debate político en torno a las medidas a adoptar para protegerse del virus también tiene su reflejo en la comunidad, dice Neely. “Si hablo con amigos y les digo que la pandemia es un grave problema me dirán que no es así, que solo es una artimaña de los demócratas en un año electoral”, dice.
La incertidumbre es un caldo de cultivo para el virus. De hecho, ni siquiera está clara la forma en que se propaga. Las gotas procedentes de la boca se consideran el principal culpable de las nuevas infecciones, aunque algunas pruebas sugieren que la gente puede expulsar partículas de virus aún más pequeñas que permanecen en el aire. La gran mayoría de los portadores parecen infectar a pocas personas o a ninguna, mientras que los llamados “súper propagadores” podrían estar detrás del 80% de los casos.
Las primeras esperanzas de que el virus se debilitara con la llegada del verano, como ocurre en el caso de la gripe, se han desvanecido. Si la inmunidad existe, puede ser de corta duración, pero como ocurre con muchas otras cuestiones vinculadas con el virus, es demasiado pronto para afirmarlo con rotundidad. “Sólo hace ocho meses que estudiamos este virus”, dice Krutika Kuppalli, especialista en enfermedades infecciosas. “Estamos en la fase inicial de estudio de una infección. Hace más de 40 años que estudiamos el VIH y todavía aprendemos nuevos aspectos de este virus cada día que pasa”.
La tasa de mortalidad se ha reducido en Estados Unidos; un reflejo de la caída de las tasas de mortalidad en todo el mundo. Angela Rasmussen, viróloga de la Escuela de Salud Pública Mailman de la Universidad de Columbia, señala que probablemente no significa que el virus ahora sea menos mortal sino que hemos conseguido mejorar el tratamiento. Además, tras constatar cómo la COVID-19 se abría paso en las residencias de ancianos de Nueva York y Nueva Jersey, estamos aprendiendo a proteger a las comunidades más vulnerables.
Mientras tanto, está saliendo a la luz el impacto duradero sobre la salud física y mental de la enfermedad entre los supervivientes, y se hace evidente que causa daños potencialmente graves en el corazón, el cerebro y el pulmón.
Ante el aumento de casos, Arizona ha alcanzado un compromiso incómodo: permitir que las administraciones locales obliguen a los ciudadanos a llevar mascarilla, volver a cerrar los gimnasios, bares y teatros, y permitir que los lugares de culto sigan funcionando como consideren oportuno, pero recomendando a los asistentes que mantengan una distancia física los unos con los otros.
La vuelta al cole de finales de agosto es otro tema que genera una profunda división. Algunos estudios realizados en varios países señalan que los niños y niñas pequeños son menos susceptibles de contraer y propagar la enfermedad. “Son buenas noticias”, dice Neely. “Pero los cierto es que pese a ello los niños pueden enfermar y los niños pueden morir”.
También los profesores. En los próximos días Neely tendrá que decidir si se siente lo suficientemente seguro para volver a clase. “Es una decisión muy difícil”, reconoce: “No tengo ninguna intención o deseo de dejar el trabajo que tengo. He sopesado el riesgo y las implicaciones de caer enfermo. Tengo 33 años y soy asmático, así que en mi caso la enfermedad se podría complicar”.
Cuando la cuarentena es un lujo
Cuando empezó a tener síntomas, Zulqarnain Mengal no se sorprendió. Este contable de la ciudad paquistaní de Quetta había visto cómo las fiebres, los escalofríos y la tos se extendían por toda su familia en las semanas anteriores. No se hizo ninguna prueba.
“Uno de mis tíos dijo que si alguien de nuestra familia se hacía la prueba, no habría en la ciudad nadie más furioso que él”, explica Mengal. “Nos dijo que esto mancillaría nuestro nombre”.
Pakistán es uno de los países en desarrollo que más medidas ha adoptado para hacer frente a la pandemia. El uso de mascarilla es obligatorio y se han decretado cierres en algunos puntos del país que presentaron brotes. Sin embargo, desde el inicio de la pandemia las autoridades se han mostrado inflexibles en un punto: en un país sin un sistema de bienestar social, y donde una de cada cuatro personas vive en la pobreza, una cuarentena supone un riesgo mayor para la vida que el coronavirus.
No esquivará el golpe económico. Este año es el primero en que se registrará un aumento de las tasas de pobreza en el mundo desde 1998, y se espera que por lo menos 68 millones de personas queden por debajo del umbral de referencia para vivir, con menos de 1,90 euros diarios.
La catástrofe humanitaria es cada vez más evidente. La ONU informó la semana pasada de que más de 10.000 niños mueren de hambre cada mes como consecuencia de las cuarentenas. Casi 40 millones de niños en Pakistán no han recibido las vacunas contra la polio este año, después de que el coronavirus provocara la suspensión de un programa de inmunización.
El primer ministro, Imran Khan, dice que está salvando a los paquistaníes “del hambre y del coronavirus simultáneamente”. Después de registrar más de 280.000 casos y cerca de 5.700 muertes, el país está reduciendo su tasa de análisis, lo que dificulta conocer las cifras reales del brote.
Según Shereen Khan, jefe de neumología del hospital Rehan de Quetta, los casos se dispararon después de la fiesta musulmana de Eid-al-Fitr en mayo. “Los médicos no tenían material de protección”, dice. “No teníamos respiradores. Nunca nos dimos cuenta de que se necesitaría tanto oxígeno. Carecíamos de médicos y personal de enfermería para lidiar con la situación. Nuestro sistema de salud se colapsó”.
Desde entonces, el brote del Pakistán parece haber disminuido. Podría ser que en realidad ese dato sea el resultado de una mala información y de los prejuicios en torno a la enfermedad y a la resistencia de la población a hacerse las pruebas. Khan confirma que la situación en su hospital es menos grave.
Se creía que la pandemia iba a ser fulminante en los países pobres, “porque eso es lo que vimos con la gripe”, dice Javid. En Pakistán, la cifra de casos es elevada, y en la vecina India está aumentando, pero las tasas de mortalidad en ambos países parecen ser más bajas que en los países más ricos. Nigeria, el país más poblado de África, ha registrado menos de 1.000 muertes.
“Podría ser que los países de escasos recursos contraigan muchas enfermedades que causen problemas en el futuro, pero todavía no sabemos lo suficiente”, dice Javid. “Pero no estamos viendo a los hospitales de estos países con el nivel de saturación que se había previsto”:
El hecho de que estos países tengan una población joven y una baja tasa de obesidad pueden ser factores que hayan contribuido a ello, según los médicos. Los países de África occidental están especialmente preparados para enfrentarse a este reto, ya que en los últimos años han luchado contra el cólera, el sarampión y el Ébola.
“Estos son lugares acostumbrados a tratar con brotes de enfermedades infecciosas”, indica Kuppalli, que dirigió un hospital del Ébola en Sierra Leona. “Están acostumbrados a movilizar sus limitados recursos y a hacer cosas que para nosotros son pura teoría”.
También podría ser cuestión de tiempo. El fin de semana pasado fue Eid-al-Adha, otra fiesta religiosa, y los mercados y mezquitas de Quetta se llenaron de gente. Khan está preparado para que esto tenga consecuencias. “Podría derivar en una de las peores fases”, dice.
Seguros, sellados
El primer ministro de Jordania, Omar Razzaz, recuerda que al inicio de la pandemia se le presentaron tres gráficos. “Teníamos un peor escenario, un escenario medio y un buen escenario”, dice.
En su opinión, el limitado y precario sistema de salud de esta monarquía de Oriente Medio podría absorber, como mucho, unos 200 nuevos casos de coronavirus al día. Se esperaría que un brote fuera de control produjera alrededor de 600 nuevos contagios que requirieran tratamiento. Es por este motivo que él cree que es necesario “evitar el peor de los escenarios que se contemplan”.
En estos momentos, Jordania se encuentra entre un grupo de países afortunados, entre los que también se incluyen Nueva Zelanda y Tailandia, que afirman haber eliminado la transmisión comunitaria del virus.
El país ha registrado un total de 11 muertes y sólo está informando de casos entre los recién llegados del extranjero y el personal médico que los trata. Como optó por cerrar sus fronteras e impuso de uno de los confinamientos más estrictos del mundo, se propició el mejor de los escenarios.
La vida en la capital, Ammán, no está sincronizada con el resto del mundo: las calles y los restaurantes se llenan de jordanos que disfrutan de las frescas noches de verano. Si llevan mascarillas, a menudo las llevan colgadas del cuello, y los jordanos vuelven a saludarse con un beso.
“Me alegró que en Jordania dejáramos de besarnos”, explica Razzaz. “Sólo en la última semana hemos vuelto a esta costumbre. Es difícil impedirlo cuando no tienes nuevos casos en el país. Es positivo pero peligroso”.
Mantener las fronteras cerradas hasta que se descubra una vacuna no es una opción viable. En los últimos ocho meses, los científicos han batido récords en términos de desarrollo de vacunas, con al menos cinco vacunas que ya se encuentran en la fase que permite hacer pruebas masivas en humanos. Pero incluso a este ritmo récord, es poco probable que se apruebe una vacuna antes de fin de año, y entonces tendría que ser distribuida en todo el mundo. Es probable que eso lleve meses por lo menos, o más tiempo si los países siguen sin colaborar en sus respuestas a la pandemia. “Ningún país estará a salvo de que estas brasas provoquen un nuevo incendio hasta que el mundo entero tenga acceso a una vacuna”, dice Phelan.
Jordania se ha mostrado reacia a reabrir su aeropuerto pero finalmente ha fijado la fecha para el miércoles. En ese momento, dejará de estar cerrada al mundo. Razzaz reconoce los riesgos que eso conlleva y afirma que el país está preparado. “Constantemente nos preguntamos cuándo va a llegar la próxima ola de coronavirus, no si va a llegar”, señala. “Sería una tontería no hacerse esa pregunta cuando somos conscientes de la situación en la región”.
La bulliciosa vida de Amman podría ser una imagen de futuro para los lugares más afectados por la pandemia, como Arizona. Sin embargo, a estas alturas de la epidemia es evidente que también podría darse la situación contraria.
Traducido por Emma Reverter