¿Quién podía haber imaginado un giro así en la complicada relación que Alemania mantiene con su oscuro pasado? Sobre el Gobierno alemán hay una presión creciente para que se libere del peso de la culpa, y es la Turquía de Recep Tayyip ErdoÄan la que está intentando que el canciller Olaf Scholz haga el cambio.
En una visita a Berlín de principios de noviembre, el presidente turco dijo en presencia de Scholz que Alemania estaba demasiado concentrada en sus propios remordimientos como para comprender la realidad de Oriente Próximo. Antes de su llegada a Alemania, ErdoÄan había cuestionado la legitimidad de Israel debido a su “propio fascismo” y calificado a los terroristas de Hamás como “luchadores por la libertad”.
Scholz se resistió con firmeza a las peticiones de cancelar la visita de ErdoÄan, pero antes de su llegada dejó claro que consideraba “absurda” la opinión que el presidente turco tenía del conflicto.
La incomodidad de esa visita puso de relieve lo complejo que se ha vuelto navegar por la política exterior alemana. Con casi tres millones de personas de origen turco viviendo en Alemania, ErdoÄan es plenamente consciente de la influencia que ejerce sobre Berlín. Ankara proporciona los imanes de unas 1.000 mezquitas de Alemania y Turquía es un socio clave en el apoyo de la OTAN a Ucrania, por los drones que suministra y porque mantiene el Mar Negro abierto a las exportaciones de grano. Más importante aun, Alemania necesita que Turquía controle la inmigración irregular en el Mediterráneo para evitar otra crisis de refugiados.
Los dos líderes evitaron enfrentarse públicamente en Berlín, pero de regreso en Ankara ErdoÄan dijo ante los medios de su país que el presidente de Alemania, Frank-Walter Steinmeier, tenía claramente “mentalidad de cruzado”, y que lo mismo ocurría con “el otro”, en referencia al canciller Scholz. Conociendo el desprecio que ErdoÄan siente por las reglas del decoro diplomático, la reacción de Scholz ante el comentario fue simplemente encogerse de hombros.
Pero el episodio hace pensar en un problema mayor. La postura pro Israel de Alemania, un apoyo casi incondicional, enfrenta a Berlín con muchos de sus socios clave. El año pasado, el vicecanciller y ministro de Asuntos Económicos Robert Habeck viajó a Qatar con la misión de adquirir gas natural licuado (GNL) en grandes cantidades para compensar el gas ruso bajo sanciones. Qatar es el principal mecenas de Hamás y tiene grandes inversiones en marcas alemanas como Volkswagen, Porsche, Siemens y Deutsche Bank.
No es solo eso. Scholz ha estado cortejando a potencias emergentes del llamado Sur Global, como Indonesia, Brasil y Sudáfrica, con el objetivo de reducir el riesgo y la excesiva dependencia que la economía alemana tiene en China. Aunque estas naciones no compartan una postura homogénea sobre el terrorismo de Hamás, todas ven a la lucha palestina a través de su propia historia postcolonial. En Sudáfrica, el Parlamento incluso votó por el cierre de la embajada israelí mientras su presidente, Cyril Ramaphosa, acusaba a Israel de cometer crímenes de guerra y actos “equivalentes al genocidio”.
Las divisiones entre Occidente y el Sur Global se hicieron patentes cuando en 2022 Rusia comenzó la invasión a gran escala de Ucrania y muchos de estos países se negaron a tomar partido. La guerra de Israel en Gaza amenaza ahora con profundizar estas divisiones. La obstinación con que Alemania insiste en el derecho a la autodefensa de Israel, incluso cuando Gaza está siendo devastada, es cada vez más difícil de defender.
Una idea peligrosa
¿Qué hay detrás de la postura alemana? Digámoslo claramente: la clase política alemana no es prisionera de una agobiante forma de pensar que está limitando su capacidad para hablar en contra de Israel. Esa idea es una peligrosa teoría de la conspiración que debe ser desmentida.
La tesis de que Alemania sufre una sobredosis de vergangenheitsbewältigung (el término alemán para referirse al pasado nazi) no es ninguna novedad. La extrema derecha lleva décadas diciendo que Alemania está demasiado limitada políticamente debido a la vergüenza nacional. El partido de extrema derecha Alternativa por Alemania (AfD, por sus siglas en alemán) acusa a la cultura de mantener viva la memoria de ser un schuldkult (culto a la culpa). Según AfD, que en todo el país suma un 20% de los votos, hay que quitarle importancia a los aspectos más oscuros del pasado alemán y centrarse en el lado positivo de su historia.
Lo sorprendente es que es el otro lado del espectro político el que está adoptando la postura, hasta ahora de la derecha, de negar la responsabilidad histórica de Alemania. “Liberen a Gaza de la culpa alemana” se ha vuelto un lema popular entre los izquierdistas que se manifiestan en Berlín por la defensa de los palestinos. Las cosas tienen que ir mal si hay un tema que une a la extrema derecha, a la izquierda y a un autócrata que niega el genocidio turco contra los armenios.
Digámoslo claramente: los políticos alemanes no necesitan liberarse de la historia para saber cómo manejarse en el debate por la guerra de Gaza. Es un mito que Alemania apoye al gobierno israelí de manera acrítica. Durante anteriores guerras en Gaza, Alemania expresó su preocupación públicamente cuando Israel se sobrepasaba en el uso de la violencia. Berlín ha criticado una y otra vez la expansión de los asentamientos de colonos. Hace más de una década, el entonces ministro de Asuntos Exteriores Sigmar Gabriel habló de “apartheid” para referirse a la situación en Hebrón, en la Cisjordania ocupada. Berlín ha entregado más de 1.000 millones de euros a la Autoridad Palestina y es uno de los países que más han donado a la UNWRA, la agencia de Naciones Unidas para ayudar a los refugiados palestinos.
Nunca hubo ningún amor entre el gobierno de Merkel o el de Scholz y el de Benjamin Netanyahu. Angela Merkel sabía que Netanyahu conspiraba a sus espaldas con Donald Trump para poner fin al acuerdo nuclear con Irán. También sabía que no era sincero cuando decía que aceptaba la solución de los dos Estados. En Berlín no hay nadie relacionado con el tema de Oriente Próximo que confíe en Netanyahu. Los políticos de Berlín ponen los ojos en blanco cuando escuchan eso de que Israel los tiene en la palma de la mano.
¿Qué explica entonces el obstinado apoyo de Berlín a Israel en la guerra contra Hamás? Hay que mirar más allá de la crisis actual. La clase dirigente de la política exterior alemana ha sufrido una conmoción profunda. De hecho, se trata de la segunda después de que en 2022 comprendieran que no era posible apaciguar a Rusia con insinuaciones diplomáticas, acuerdos sobre oleoductos y lograr el “cambio a través del comercio”.
Las piedras angulares de la política exterior alemana se han derrumbado.
A los alemanes, como decía Helmut Kohl, se les prometió que estaban “rodeados de amigos”, y se despertaron sin muchas herramientas para enfrentar un mundo de enemigos acérrimos. En su ataque contra Ucrania, Rusia pulverizó décadas de ostpolitik alemana y, con ella, el orden europeo de posguerra.
Alemania también se había valido de la diplomacia para gestionar las ambiciones nucleares y regionales de Irán. Berlín fue uno de los principales patrocinadores del Plan Integral de Acción Conjunta (JCPOA, por sus siglas en inglés) con Teherán. Para salvar ese acuerdo, Alemania incluso aceptó no incluir al Cuerpo de la Guardia Revolucionaria iraní en la lista de organizaciones terroristas.
Y entonces el eje de resistencia iraní en Gaza hace su aparición con el ataque de Hamás contra Israel el 7 de octubre, encerrando al estado judío entre Hamás y Hezbolá en un movimiento de pinza, y abriendo la posibilidad de una guerra más amplia. Una crisis existencial para Israel.
Las piedras angulares de la política exterior alemana se han derrumbado. Los acuerdos con Rusia y con Irán han fracasado. La opinión de Berlín es que estas dos potencias deben ser detenidas, y eso incluye la destrucción de Hamás. Esa es la razón del apoyo incondicional de Alemania a la guerra de Israel contra Hamás. Pero la profunda desconfianza hacia Netanyahu sigue ahí. También, el deseo de verlo fuera del cargo en cuanto terminen las hostilidades.
Traducción de Francisco de Zárate.