Las revueltas sindicales en Francia ponen en cuestión el futuro de Hollande

Angelique Chrisafis

París —

Mientras el humo de neumáticos ardiendo se eleva en los piquetes de refinerías de petróleo francesas, los motoristas hacen colas kilométricas para abastecerse, con miedo, de gasolina racionada, y los conductores de tren y los trabajadores nucleares se preparan para hacer huelga. Con las elecciones presidenciales francesas de 2017 cada vez más cerca, el presidente socialista François Hollande afronta su crisis más complicada y explosiva hasta el momento.

No solo está en juego la supervivencia política de Hollande, sino la propia imagen de Francia. El país se prepara para acoger a dos millones de visitantes en la Eurocopa 2016 dentro de dos semanas, y el telón de fondo no es el ideal: huelgas y temor a una escasez de combustibles, posibles parones de transporte, amenaza terrorista, estado de emergencia y un ambiente de tensión agudizada y violencia entre manifestantes y policías.

Hollande, el líder menos popular en la historia de la Francia moderna, con índices de aprobación que, según varias encuestas, se reducen a entre el 13% y el 20%, no parece poder caer mucho más abajo. Pero en realidad se está aferrando, con los nudillos blancos, al borde de un precipicio.

Se suponía que el socialista pasaría mayo y junio tanteando el terreno para una posible presentación a la reelección repitiendo su nuevo mantra: “las cosas están mejorando”, a pesar de que más del 70% de los franceses no cree que eso sea cierto.

Francia afronta una revuelta sindical explosiva por las polémicas reformas laborales de Hollande. El presidente asediado ha presentado esas modificaciones como una relajación esencial de las protecciones laborales de Francia, famosas por su rigidez, para reducir burocracia y cambiar ligeramente algunas de las normas más engorrosas que impiden a las empresas contratar. Argumenta que esto haría a Francia más competitiva y permitiría lidiar con el desempleo, que supera el 10%. Pero después de más de dos meses de manifestaciones callejeras contra los cambios laborales, el sindicato de izquierdas CGT ha elevado radicalmente su estrategia y ahora intenta cortar el suministro de combustible en el país para obligar a Hollande a abandonar las reformas.

Desde el extranjero podría parecer que las escenas de trabajadores franceses del petróleo en huelga y agitando banderas alrededor de un piquete son una imagen habitual, pero en realidad no lo son. En la última década, los altercados por huelgas y las apuestas arriesgadas de los sindicatos habían dado paso a una mayor tendencia a la negociación sindical sobre la mesa.

Es verdad que el expresidente de derechas Nicolas Sarkozy también sufrió bloqueos de refinerías de petróleo por sus reformas de las pensiones en 2010. Pero la diferencia crucial de ahora es que Hollande es un presidente de izquierdas al que se están oponiendo sindicalistas de izquierdas. Es la primera vez que un gobierno francés socialista afronta una rebelión sindical a nivel nacional en más de 30 años.

Francia está ahora bloqueada en un callejón sin salida. El Gobierno dice que no retirará la ley. Pero la CGT tampoco retrocederá, y tiene poco que perder al mantener el bloqueo del combustible.

“Hollande está en una trampa, haga lo que haga”, valora Pierre Mathiot, profesor de ciencia política en la universidad Sciences Po de Lille. “Si opta por la postura autoritaria estricta, como hizo Sarkozy, y utiliza a la Policía para obligar a abrir las refinerías, enfadará a su base de izquierdas y solo satisfará a los de derechas que de todas formas no lo votarían el año que viene. Si se rinde y da marcha atrás en la legislación laboral, los de izquierdas tampoco lo votarán. Nada de lo que haga tendrá ningún beneficio político; ese es el problema”.

No está claro si Hollande volverá a presentarse a presidente. Lo decidirá este año. El anuncio de esta semana de que las cifras de desempleo se han reducido dos meses seguidos es una buena noticia para él. Pero buena parte de su base de votantes de izquierdas se siente cada vez más alejada de quien fue un político del consenso, que llamaba “enemigo” al mundo financiero hasta que, una vez en el poder, se desplazó a una posición más afín a los empresarios.

El dilema de Hollande sobre si presentarse o no a la reelección podría ser un punto de inflexión histórico. En más de 50 años, no ha habido nunca un presidente francés en el cargo que decidiera no volver a presentarse tras un primer mandato. Tampoco ha habido nunca un presidente en el cargo que fuese eliminado en la primera ronda de unas elecciones presidenciales. Hollande podría ser pionero en una de esas dos cosas: algunas encuestas ya señalan que podría ser abatido en la primera ronda en 2017 por Marine Le Pen, del ultraderechista Frente Nacional.

Es una ironía del conflicto actual que los planes económicos de referentes conocidos como Alain Juppé, que competirá para representar a la derecha convencional en 2017, están mucho más orientados a las empresas y al libre mercado que aquellos por los que Hollande está siendo ahora atacado.

El presidente espera que, al final, la decadencia de su popularidad cuente menos en la carrera presidencial del próximo año que el despliegue de una llamada al acercamiento de los izquierdistas que lo han abandonado: “Votadme otra vez, o los ogros de la derecha, mucho más peligrosos, volverán”.

Traducción de Jaime Sevilla Lorenzo