La vida a la intemperie de los niños perdidos de Calais
Poco antes de la medianoche, voluntarios de un centro francés de caridad para refugiados encontraron a seis adolescentes eritreos escondidos entre los arbustos en una pendiente, al costado de la autopista A216 que va hacia Calais.
Mientras les daban té, comida y sacos de dormir, un coche se detuvo al costado de la carretera y cinco policías de civil se bajaron, iluminando con sus linternas los rostros de los jóvenes. El menor tenía 14 años. “Coged la comida y corred”, les dijo a los jóvenes Sarah Arrom, una voluntaria de Utopia56. Los chavales se perdieron rápidamente en la neblina helada.
Intentar ayudar a los cerca de 200 niños refugiados que duermen a la intemperie en los alrededores del puerto se ha convertido en una tarea peligrosa y a menudo clandestina. La policía apuntó los nombres y domicilios de los estudiantes voluntarios que estaban intentado darles sacos de dormir a los jóvenes y les dijeron que lo que estaban haciendo era ilegal.
Luego de que en noviembre pasado se demoliera el enorme campo de refugiados de Calais, las autoridades locales han tomado medidas para evitar cualquier tipo de asentamiento, así que los niños duermen sin tiendas de campaña para que no los vean y no se arriesgan a pasar dos noches en el mismo sitio ni a encender fuego para calentarse. Si las condiciones de supervivencia en el campo eran inapropiadas para niños, ahora están mucho peor.
“Hace mucho frío. No tenemos comida, ni agua, ni camas, ni lavabos. Es peligroso”, dijo uno de los mayores, un joven de 17 años de Asmara, Eritrea. “No podemos dormir. No hay ningún sitio seguro para dormir”. En cuanto vio la luz de las linternas de los policías, desapareció. Sabe bien cómo trata la policía francesa a los refugiados.
A estos seis jóvenes se les había dicho que tenían la posibilidad de entrar al Reino Unido de forma legal gracias al programa Dubs, que se estableció el año pasado durante el breve aumento de la preocupación por el futuro de los niños refugiados en Europa. Durante dos meses fueron hospedados en un centro de alojamiento temporario francés mientras se procesaban sus solicitudes de asilo.
Cuando les dijeron a fin del año pasado que los habían rechazado, volvieron a Calais a dormir a la intemperie para continuar su travesía, intentando cada noche meterse en algún camión para entrar al Reino Unido de contrabando.
“Cuando demolieron el campo, nos hicieron promesas, pero ahora volvimos a esta situación horrible. No queremos estar aquí”, dice un joven de 16 años. “Queremos estudiar”.
Solo 150 menores, de 1.000 solicitantes
Estos jóvenes son algunos de los mil adolescentes solicitantes de asilo que fueron llevados del campo de refugiados a centros de alojamiento temporal en distintos puntos de Francia, donde fueron entrevistados por funcionarios del Ministerio del Interior británico. Sólo se les otorgó permiso para entrar al Reino Unido bajo el programa Dubs a 150 jóvenes.
Del resto, algunos han decidido quedarse en Francia, pero otros que tienen familiares en Reino Unido o hablan bien inglés, o sus padres les han dicho que sigan intentando entrar al Reino Unido, han ido regresando a Calais.
Los voluntarios que intentan ofrecer comida a los jóvenes dicen que el número de personas que duerme a la intemperie crece cada día. La mayoría proviene de Eritrea, Etiopía y Sudán. Los menores de edad de Afganistán e Irak son llevados a otros campos de refugiados a lo largo de la costa.
El regreso de estos adolescentes refugiados pone a los grupos de caridad en una situación incómoda. Por un lado, no quieren alentar que más jóvenes lleguen a dormir a la intemperie y por eso no les dan tiendas de campaña, pero por otro lado ven la necesidad urgente de ofrecerles comida y mantas. Intentan informarles que quizás sería una mejor opción para ellos quedarse en Francia, pero logran convencer a pocos. Mientras tanto, los voluntarios les reparten comida (y pan, cuando lo dona la gente del pueblo) y llevan a los jóvenes a un hospital si se ponen enfermos. Generalmente sufren hipotermia.
Veinte minutos después de que se fuera la policía, los jóvenes vuelven a aparecer de entre los matorrales y cogen los sacos de dormir. Sarah Arrom, que dejó por un tiempo sus estudios de Derecho en París para hacer trabajo voluntario, les dice a los adolescentes que tienen que poner el saco de dormir sobre una manta aislante para protegerse de la escarcha del suelo, pero duda de que vayan a seguir su consejo.
“Siempre les preguntamos: ‘¿Tienes tu gorro, tus guantes, tu ropa térmica?’. Pero son niños. Es muy peligroso que duerman a la intemperie”. En las últimas semanas, conoció varios niños de 13 y 14 años de Eritrea, aunque la mayoría son un poco mayores, de entre 15 y 18 años.
“Si tienen demasiado frío, los metemos en el coche un rato, ponemos música, los dejamos que entren en calor. Con la adrenalina, no se dan cuenta del frío que hace. Hablan de Trump y de Theresa May, son cultos y están preocupados por su futuro”, explica Arrom.
A un kilómetro y medio de distancia, al final de una calle sin salida en una zona industrial desierta en las afueras de la ciudad, unos 15 jóvenes se apiñan bajo una torre de tendido eléctrico, esperando que Utopia56 llegue a la una de la madrugada con comida. Pero en cuanto los voluntarios comienzan a repartir el té, llega una furgoneta policial y los jóvenes dejan caer los sacos de dormir y la comida y en sólo segundos desaparecen en la oscuridad del bosque.
Un policía más amistoso de Burgundy dice que su trabajo es proteger a los jóvenes y señala que las patrullas nocturnas tienen como tarea asegurarse de que los adolescentes no corren peligro, pero los voluntarios lo escuchan con escepticismo y sugieren que el Estado debería proveerles de vivienda y comida.
“Soy humano. No me gusta verlos durmiendo a la intemperie mientras yo me voy a mi casa con calefacción. Les tengo compasión, pero es una situación difícil. ¿Qué debería hacer Francia? No podemos acoger a todo el mundo”, dice el policía, y luego predice que el número de refugiados aumentará cuando mejore el clima.
Enterrar comida
Por la mañana, había signos de que los refugiados habían pasado la noche en el bosque y en los páramos arenosos más allá de las fábricas, en las afueras de la ciudad. Se encontraron zapatillas, cartones de leche vacíos, y los sacos de dormir empapados por la humedad del suelo estaban escondidos tras la escasa protección de unos arbustos.
Najie, un joven sudanés de 16 años, llegó de un centro de alojamiento francés hace tres semanas, solo. Su solicitud de asilo al Reino Unido fue rechazada y ahora está intentando entrar al país de forma ilegal. Cuenta que está cansado y que no puede dormir.
“Caminan toda la noche, hasta que están realmente agotados. Entonces descansan un poco escondidos bajo un puente. Un chaval nos dijo que durmió de pie, apoyado contra un árbol para que la policía no lo viera. Están sucios, cansados y hambrientos”, afirma Vincent de Coninck, director del centro de día Secours Catholique en el límite de Calais.
Unos 50 jóvenes pasaron el viernes por el centro, 30 de ellos se quedaron a dormir sobre mantas en el suelo. “Otro chaval me dijo que había comenzado a enterrar comida y un termo con café, así incluso si lo persigue la policía sabe dónde encontrar comida. Es espantoso: niños enterrando comida en Francia”.
Para justificar el fin del programa Dubs, el gobierno británico explicó que quiere evitar un “efecto llamada” que aliente a los padres a enviar a sus hijos a Europa, pero Coninck dice que es ridículo pensar que estos niños o sus padres estén al tanto de la legislación británica. La mayoría llega a Calais simplemente porque saben que es un buen sitio para intentar meterse en un camión con destino a Reino Unido.
“No saben nada de legislación. Les intentamos decir que están mejor en Francia, pero los traficantes de personas les dan información falsa. La única forma de luchar contra la mafia es ofrecerles una forma legal de entrar a Reino Unido, pero el gobierno británico ha hecho exactamente lo contrario”, explica. “No sé con quienes estoy más enfadado, si con los franceses o con los británicos”.
Traducción de Lucía Balducci