En lo más oscuro de una noche de abril, un grupo levantado en armas contra el gobierno de Sudán del Sur, secuestró a Patricia y a su hermana, de 13 y 11 años, mientras dormían.
Las niñas fueron arrancadas de sus hogares durante un ataque del Movimiento de Liberación Nacional de Sudán del Sur contra su pueblo, en el distrito de Yambio, cerca de la frontera con la República Democrática del Congo.
Durante su cautiverio obligaron a Patricia a transportar comida y cocinar para ellos. A veces, y aunque no se tratara de su actividad principal, también tuvo que espiar al ejército. También fue forzada a tener relaciones sexuales con algunos de sus captores.
“Cuando llegamos a la base, me asignaron como mujer de un combatiente. Él era mayor, tenía unos 40 años. Me negué y me golpearon”, cuenta Patricia, que ahora tiene 17 años, sentada bajo un árbol de mango en casa de sus padres. Su relato avanza. “Me resistí durante dos semanas. El hombre vino una noche y me agarró. Traté de pelear, me enfrenté a él. Pero era más fuerte que yo y pudo conmigo. Traté de hacer ruido, de llamar la atención, pero nadie vino a ayudarme”.
Su hermana permaneció sentada al lado, impotente, mientras violaban a Patricia. Después, las violaciones se repitieron casi a diario.
El 7 de febrero de 2018 terminó su tormento a manos de los rebeldes. La liberaron en Yambio, como parte de un acuerdo entre el Gobierno de Juba, la capital de Sudán del Sur, y los rebeldes. Cuando regresó a casa, lo hizo embarazada de cuatro meses.
La cantidad de niños y niñas forzados a participar en conflictos a lo largo del planeta no cesa de aumentar. Según Child Soldiers International, desde 2012 han aumentado un 159%. Unos 30.000 menores de edad.
Como niña soldado, Patricia tenía derecho a recibir apoyo psicológico, físico y material de las agencias de protección de la infancia de Naciones Unidas. Pero más de año y medio después de su liberación, aún pelea por superar el trauma de lo sucedido y encontrar un trabajo que le permita sobrevivir junto a su hijo de un año.
“Sigo teniendo flashbacks”
flashbacks“Sigo teniendo flashbacks”, cuenta. “Hay veces que me siento muy mal. Muy frustrada. Me aíslo de los demás. Mi madre trata de ayudarme, me recomienda olvidar el pasado y seguir adelante. Es difícil. Necesito medicación para hacerlo”.
Se calcula que desde que comenzaron los combates en Sudán del Sur, en diciembre de 2013, más de 19.000 menores de edad han sido reclutados por fuerzas y grupos armados, según un informe publicado por UNICEF en Marzo.
Esos menores pueden verse obligados a combatir, cocinar, cargar, ejercer de enlaces o espiar. Las niñas sufren violencia sexual. Reclutar a personas menores de 15 años es un crimen de guerra, pero, a pesar de las campañas internacionales para terminar con la impunidad, se investigan pocos crímenes de guerra.
Desde febrero del año pasado 360 niñas y 610 niños han sido liberados en Yambo gracias al trabajo de la Comisión Nacional de Reintegración, Desmovilización, Desarme y Desmovilización (DDR por sus siglas en inglés) en alianza con las misiones de Naciones Unidas y UNICEF en Sudán del Sur. Más de 3.000 menores han sido liberados en el resto del país.
Cuando fue desmovilizada, Patricia, como otras niñas combatientes, recibió un paquete que incluye ropa, menaje de hogar, zapatos, alimentos para tres meses y diversos insumos básicos. Tuvo el apoyo de personal de Médicos Sin Fronteras y se le asignó un trabajador social. Se espera que con ese apoyo, junto al de su familia, Patricia pueda comenzar una nueva vida.
Vanessa Saraiva, asesora principal de World Vision para Sudán del Sur dice que “Patricia habla a veces con su madre sobre el pasado en lo que supone uno de los mejores círculos de apoyo psicosocial para el bienestar. Está respondiendo bien y mejora la relación con su hermana, una buena señal”.
Saraiva añade que “a medida que pase el tiempo, esas sesiones [de apoyo] dotarán a Patricia de los instrumentos para procesar lo sucedido, sanar y construir una resiliencia que le permita avanzar hacia la normalidad” y que “el apoyo de la comunidad también es crucial, sobre todo a la hora de ayudar a los niños a que se reintegren no sólo en las comunidades sino en sus propias familias”.
Al menos 752 niños que han sido soldados en Yambio han recibido apoyo psicosocial y tratamiento específico por parte de World Vision. Además, 200 han finalizado un proceso de formación profesional, 80 han recibido apoyo para abrir pequeños negocios y 60 han recibido recursos para desarrollar actividades agrícolas. World Vision trabaja para conseguir más dinero del Reino Unido para poder gastarlo en proteger a menores en situación de crisis.
Pero Luciano Damian Canchelara, responsable de un programa de salud mental de Médicos Sin Fronteras en Yambio dice que se necesita más. “Las organizaciones ofrecemos algunos servicios, pero hay casos en los que no es suficiente y los niños aún pasan por situaciones muy complicadas”.
Miedo a los estigmas sociales
Jean Lieby, responsable de protección infantil de Unicef en Sudán del Sur, indica que el miedo y los estigmas sociales impiden en ocasiones que las niñas y las mujeres reciban todo el apoyo que necesitan. “Las niñas reciben una atención especial y se las asesora en función de los resultados de esos exámenes. Se reconoce que hay problemas en ciertas zonas para identificar a las niñas que abandonan fuerzas y grupos armados. No quieren cargar con esa identificación”. Añade que “a menudo las niñas regresan solas a sus lugares de origen y no dan el paso de identificarse para poder recibir ayuda”.
Según las pautas de actuación de Naciones Unidas, las niñas desmovilizadas deberían recibir formación profesional “para todo tipo de trabajos, incluidos aquellos que tradicionalmente se reservan para niños y hombres”. Y ese apoyo debería incrementarse destinando recursos que mejoren su educación.
Patricia no cree haber recibido el apoyo adecuado para lidiar con lo que sucedió y para adaptarse a la vida con un bebé a su vuelta a casa. “Me siento frustrada. Me resulta complicado cuidar de mí misma y del bebé. Tengo que hacer trabajos eventuales para conseguir dinero. Tengo que trabajar en la granja para conseguir dinero para comprar comida, ropa y pagar tratamientos médicos”. Sus problemas no terminan ahí. “Nadie me apoya. Mis padres son pobres. No pueden ayudarme a mí y a mi bebé de manera adecuada. Necesito ayuda. Pero cuando regresé de mi cautiverio, nadie quería estar cerca de mí”.
Pese a haber regresado hace más de un año, tuvo que esperar hasta poder apuntarse a un curso de costura de seis meses que podría servirle para ganarse la vida. Cuando termine la formación, le entregarán un paquete de apoyo para crear su propio negocio.
“No puedo permitirme regresar a la escuela. Pero quiero apoyar a mi hermana en su educación. Si estudia, ayudará a nuestros padres, que no fueron a la escuela”, concluye Patricia.
Los nombres de las víctimas han sido modificados.