Desde aproximadamente las 20.30 hasta mucho después de la medianoche, el oscuro cielo azul que cubre Babaji se ilumina con cohetes y bengalas que cruzan sobre el puñado de pueblos cercanos a la capital de la provincia de Helmand, Lashkar Gah.
En una fortaleza de barro más allá de un puente pintado con los tres colores de la bandera de Afganistán, 24 miembros de la policía afgana fronteriza aguardan. Ellos no deberían estar ahí. “No fuimos entrenados para luchar en primera línea de fuego”, dice el capitán Ghulam Wali Afghan, cuando the Guardian llega al lugar. Están destinados a proteger los poros de la frontera afgana, lugares por los que los contrabandistas introducen drogas, armas y gente. Pero hace siete meses, el capitán y otros 122 hombres de la policía fronteriza fueron trasladados a Babajim, a unos 300 kilómetros de la frontera con Pakistán, en un intento de reforzar la defensa contra los talibanes, que continúan tomando territorio de una coalición internacional que ha tardado años en conseguir un control muy inestable.
En su primer día en la primera línea de fuego, tres policías fronterizos fueron asesinados, dice Raz Mohammad, un soldado destinado en Babaji. “Durante dos meses, tuvimos problemas para conocer la zona”, explica. Finalmente, la policía repelió el ataque talibán. Pero con la calma tras el final de la recolección de la amapola y la temporada de combates a punto de empezar, es poco probable que los policías regresen a la frontera en un futuro cercano.
Con unos 25.000 soldados desplegados en Helmand, el Gobierno debería tener suficiente músculo como para enfrentarse a los talibanes. El problema es que muchos de esos soldados no existen.
A lo largo de Afganistán, listas de soldados y policías se completan con nombres falsos, o con nombres de hombres que han muerto durante los enfrentamientos pero que no han sido declarados oficialmente. El capitán Wali y sus hombres están en Babaji para rellenar el vacío de esos “soldados fantasma”.
Una investigación reciente del consejo provincial de Hermand revela que aproximadamente el 40% de las tropas alistadas no existen. Los autores del análisis encargado por el Gobierno afgano –y obtenido por the Guardian– dicen que la cifra puede ser todavía mayor.
Las garras de la corrupción
Los oficiales estadounidenses también están preocupados. En un informe realizado el 30 de abril, el inspector general oficial para la reconstrucción de Afganistán (SIGAR) aseguró que “ni Estados Unidos ni sus aliados afganos saben cuántos soldados o policías afganos existen realmente, cuántos hay disponibles para la lucha o, por extensión, la verdadera naturaleza de sus capacidades operativas”.
Los soldados fantasma son algo muy utilizado por un enemigo que posiblemente es más dañino que los radicales: la corrupción. Toofan Waziri, un analista político que hace poco visitó Helmand como parte de una delegación elegida por el Gobierno, explica que encontró una base en la que el comandante había ordenado a la mitad de sus 100 soldados marcharse, sin notificárselo a sus superiores, solo para quedarse con sus salarios.
Otra razón por la que las cifras está hinchadas es que los comandantes a menudo deciden no notificar las víctimas mortales o las deserciones en sus filas, para enmascarar sus errores. Un oficial de seguridad dijo en un informe del Gobierno que 300 militares habían sido desplegados en la base de Sangin, pero que cuando la base cayó, quedaban menos de 15.
Otro de los problemas que subraya el informe es la falta de ánimo. La primera línea de combate afgana es deprimente. Los soldados en Babaji estaban casi entre algodones, con verduras frescas y ocasionalmente con carne para cenar. Pero en los puestos que the Guardian visitó la dieta se basaba en arroz y té verde.
Otro ejemplo que se cita en el informe, los soldados de Marjah habían ofrecido a los talibanes una ametralladora por un saco de harina. También se apunta que muchos oficiales están envueltos en el tráfico de drogas.
Muchos soldados consumen drogas
“La mayoría de los soldados y policías consumen drogas”, dice Waziri. “Los talibanes reciben información desde las bases y atacan cuando los soldados están bajo los efectos de las drogas”.
En medio de la carretera principal a 12 kilómetros al norte de Lashkar Gah se encuentra Babaji, un preciado objetivo para los talibanes. En 2009, fue el escenario de un gran operativo de guerra encabezado por el Reino Unido, donde más de 4.000 militares necesitaron semanas para recuperar el control del lugar.
Otras partes de Helmand, en las que numerosos militares afganos y extranjeros murieron, están ahora bajo el control de los talibanes o existen arduas disputas. Según el informe del Gobierno, los insurgentes controlan el 95% del distrito de Kajaki, eje central de las operaciones británicas para ganar “los corazones y las mentes” poniendo en marcha una presa que proporciona electricidad al sur de Afganistán.
En Marjah, donde una coalición del 15.000 militares organizó la Operación Moshtarak, una de las mayores ofensivas de toda la guerra, los talibanes controlan el 80% del territorio. En Sangin, solo el cuartel del ejército y la comisaría de policía siguen en pie. Nawzad y Musa Qala están por completo bajo el control talibán. Sucede lo mismo con el 60% de Gereshk, base de la mayoría de soldados de Reino Unido y Estados Unidos.
“Los talibanes en Helmand parecen estar ganando fuerza día a día”, dice Waziri. “Hasta el momento, el Gobierno no ha podido llevar a cabo reformas de seguridad en Hermand porque no tiene una estrategia real”.
Un reciente repunte de ataques aéreos estadounidenses en Helmand tampoco es una estrategia consistente, sin planes socioeconómicos a largo plazo para complementar los ataques militares, según el informe, el cual dice que la coalición internacional parece no haber aprendido del pasado.
Unos 1.200 policías fronterizos están actualmente en Helmand, según un portavoz que se negó a decir cuántos de ellos estaban en la primera línea de combate. La decisión de transferirles ha dejado la frontera, ya inestable, mucho más expuesta. También se opone a la misión oficial de la policía fronteriza, que incluye la lucha contra los insurgentes pero solo 50 kilómetros frontera adentro.
“Hay problemas en la frontera y ya no tenemos suficientes hombres allí”, dice el capitán Wali Afghan. “Pero no podemos volver sin el permiso de nuestro comandante”.
Traducido por Cristina Armunia Berges