Mientras Hillary Clinton daba su discurso de vencedora de las primarias que se celebraron en la noche del martes, el presentador del canal de noticias MSNBS, Joe Sacarborough, tuiteó dos frases que casi toda mujer norteamericana ha escuchado en algún momento de su vida.
“Sonríe. Acabas de tener una gran noche”. A las internautas, por decirlo de una forma elegante, no les entusiasmó el comentario. Muchas se enfrentaron a Scarborough de inmediato; incluso la presentadora de Full Frontal, Samantha Bee, le contestó con una foto suya nada sonriente.
Ese momento viral forma parte de una tendencia mucho más amplia en esta temporada electoral. El machismo explícito que sufrió Clinton durante su campaña presidencial en 2008 ha sido neutralizado en su mayoría o condenado como algo inaceptable. Y la respuesta visceral en contra de Scarborough pone de manifiesto lo cansadas que están las mujeres de tener que explicar cómo funciona el machismo una y otra vez.
De todas las cosas que podemos escuchar de los hombres –ya sean acosadores de la calle o críticos en la televisión– existe un desprecio especial hacia ese “sonríe”, por su significado condescendiente y el cliché de que las mujeres deben estar siempre alegres, incluso cuando caminas por la calle o –qué sé yo– te postulas a presidenta de los Estados Unidos. De hecho, que los hombres digan a las mujeres que sonrían es una especie de provocación universal para el feminismo que ha motivado proyectos de arte, listas de Buzzfeed con respuestas imaginarias (“tirarse un pedo, en su lugar”), y el famoso gif de las protagonistas de la serie Broad City.
Pero las mujeres no solo encuentran familiar el tuit simplón de Scarborough. Hay muchas frases, opiniones o actos que en un primer momento no parecen discriminatorios, pero que son una muestra tan cotidiana de machismo que nos exaspera.
Cuando Bernie Sanders contestó de malos modos a Clinton por interrumpirle, con un “perdona, pero estoy hablando”, se encendió el polémica en torno a si esa respuesta era o no machista. Sacado de ese contexto, reprochar a un contendiente que te ha interrumpido durante un debate parece un gesto inofensivo. Los partidarios de Sanders insistieron en que había hecho lo correcto al criticar su grosería (a pesar de que un analista demostró que el senador había interrumpido tres veces más a Clinton que ella a él). Pero para las mujeres que han tenido que escuchar una y otra vez a los hombres elevar el tono cuando defienden sus opiniones –tanto en el entorno de trabajo como en sus vidas privadas–, ese momento fue la gota que colmó el vaso.
Lo mismo ocurre con la forma en la que Sanders levanta el dedo repetidamente hacia donde se encuentra Clinton. Algunas mujeres lo relacionan con la agresividad con la que algunos hombres invaden su espacio personal, y porque cuando una mujer gesticula mucho suele ser acusada de tener algún tipo de crisis neurótica.
La respuesta de Scarborough ante la ira que despertó su tuit es también significativa, ya que no ve “a Clinton como una mujer”. En su mente, y en la de muchos otros, ser feminista e igualitario significa no pensar en el género cuando se habla de una candidata presidencial. No es solo una forma bastante superficial de pensar –todos tenemos una opinión sesgada, seamos conscientes o no–, sino también bastante irresponsable. Como político hábil, crítico o figura pública que se preocupa por la igualdad de género, es fundamental reconocer que las cosas que le decimos a una mujer cambian totalmente de significado si se las decimos a un hombre.
Comentar el traje de chaqueta de un político, por ejemplo, no supone el mismo menosprecio que describir el vestuario de una mujer. Un estudio demostró que hacer referencia al aspecto de las candidatas perjudica a sus expectativas de voto.
La permanencia de esta clase menos explícita de machismo es desalentadora, eso está claro, pero quizá pueda ayudar a Clinton en las elecciones generales, especialmente porque su posible rival aglutina todas las clases de sexismo posibles. Las mujeres están hartas de que les manden sonreír mientras que sus homólogos masculinos consiguen lo que ellas no podrían ni soñar. Veamos si este empacho de discriminación le abre el camino a la presidencia. Yo creo que lo hará.
Traducido por: Mónica Zas