“Ya basta”: Francia se enfrenta a décadas de pasividad ante los casos de incesto

Kim Willsher

10 de febrero de 2021 22:30 h

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Cuando Camille Kouchner, hija del ex ministro socialista francés, Bernard Kouchner, e hijastra de un reputado constitucionalista, publicó un libro sobre supuestos abusos sexuales a menores en su familia, provocó otra de las periódicas crisis morales, sociales y políticas de Francia. Una vez más, el país trataba de entender cómo había sido posible que un miembro de su élite abusara de un niño y que sus amigos, pertenecientes a la misma, hubieran hecho la vista gorda. Esta vez el impacto del caso fue mucho mayor.

En su libro La Familia Grande, publicado el mes pasado con gran secretismo, Kouchner, de 45 años, afirma que Olivier Duhamel, experto constitucionalista y presidente del consejo que supervisa la prestigiosa universidad Sciences Po, había abusado sexualmente de su hermano gemelo. En cuestión de horas y bajo el hashtag #MeTooInceste, otros supervivientes de abusos sexuales publicaron sus traumáticas historias en las redes.

El libro se agotó a los pocos días y Duhamel, de 70 años, renunció a todos sus cargos, incluidas sus colaboraciones con algunos medios de comunicación. La policía ya ha anunciado una investigación por “violación y abuso sexual de un menor” y ha entrevistado a su hijastro. De momento, Duhamel no ha hecho declaraciones públicas. 

El precio del silencio

A lo largo de la semana, otros personajes conocidos fueron cayendo como fichas de dominó. El filósofo Alain Finkielkraut perdió su espacio televisivo habitual tras una declaración en la que parecía sugerir que el supuesto comportamiento de Duhamel no era tan grave, teniendo en cuenta que su hijastro era “un adolescente”.

Élisabeth Guigou, ex ministra de Justicia y otra de las amigas de Duhamel, renunció a la presidencia del comité que investiga la pedofilia y el incesto e insistió en que “no tenía ni idea de la gravedad de los hechos”.

El prefecto de Île-de-France, Marc Guillaume, quien también mantenía amistad con Duhamel, renunció a su puesto en la Fondation Nationale des Sciences Politiques, la cual se encarga de supervisar a Sciences Po.

En quince días, Emmanuel Macron se implicó, pidiendo un cambio legislativo y alabando la valentía de los que habían roto el código de silencio que protege a los perpetradores de incesto y abusos a menores.

A última hora del martes, otra figura de alto nivel se convertía en la última víctima del escándalo. Frédéric Mion, el director de Sciences Po, quien previamente admitió haber sido informado de las acusaciones contra Duhamel en 2018, dimitió por haber cometido “errores de juicio”, en sus propias palabras.

El ex capitán de policía Laurent Boyet, que dice haber sufrido abusos a los seis años por parte de un hermano mayor, es hoy el director de Les Papillons, una asociación que ayuda a los jóvenes a hablar del incesto y de los abusos. En su opinión, el libro de Kouchner ha puesto a Francia en una encrucijada. “Lo que han permitido este libro y el #MeTooInceste es que las familias puedan decir 'ya está bien, basta, no quiero seguir formando parte de este horror, ya no hay que invitar más a ese tío a las bodas si se sabe que es un abusador'”, dijo. “Es la exigencia de un examen de conciencia en todas y cada una de las familias, por eso ha dado esperanza a las víctimas”.

La Familia Grande

Para la generación francesa posterior a 1968, la promiscuidad sexual de los años 60 era válida no sólo para las relaciones entre adultos sino también con jóvenes. Una petición de 1977, apoyada por un grupo de intelectuales de izquierda, entre ellos Bernard Kouchner, pedía bajar a los 13 años la edad del consentimiento sexual. Entre los firmantes figuraban Jean-Paul Sartre, Michel Foucault, Jacques Derrida y Simone de Beauvoir.

A finales de los ochenta, Duhamel y su esposa Évelyne Pisier, una escritora feminista que tuvo un romance de cuatro años con Fidel Castro, recibían todos los veranos a sus amigos intelectuales en la finca familiar de Sanary-sur-Mer, en la Costa Azul. Era ‘“La familia grande” del libro. Había fiestas, baños desnudos en la piscina y paseos sin ropa por la orilla del mar. El lema, escribe Kouchner en el libro, era “la libertad por encima de todo”.

“Padres e hijos se besaban en la boca. Mi padrastro coqueteaba con las esposas de sus amigos. Los amigos ligaban con las niñeras. Los jóvenes se ofrecían a las mujeres mayores”, escribe. Su madre, fallecida en 2017, se lo había explicado, “No hay nada malo en ello, mi pequeña Camille. Sé lo que está pasando”.

Otro pasaje del libro relata cómo una joven, invitada a la finca de los Duhamel, se quejó a la policía después de que un hombre se colara en su cama sin ser invitado. “La joven fue repudiada, denigrada por mi padrastro y por mi madre, que estaban horrorizados por semejante vulgaridad. Me explicaron que tenía que entenderlo. La chica había exagerado”, escribe Kouchner, que hoy es abogada y profesora universitaria.

También cuenta que su hermano gemelo, al que en el libro llama “Víctor”, acabó contando a su madre que Duhamel abusaba sexualmente de él desde los 13 años. Pisier acusó airadamente a su hijo de seducir a su marido. En el libro la autora afirma que los abusos no eran ningún secreto. “Todo el mundo lo sabía”.

La lucha contra la impunidad

En una encuesta realizada por Ipsos en noviembre, uno de cada diez encuestados en Francia dijo haber sido víctima de abusos sexuales en el seno de la familia durante su infancia o adolescencia. En el 78% de los casos se trataba de mujeres. El sondeo también sugería que el número de casos de incesto había pasado de representar el 3% de la población en 2009, 2 millones de víctimas, al 10% en 2020, 6,7 millones de víctimas.

Según la psiquiatra Muriel Salmona, superviviente de abusos en la infancia y presidenta de la asociación Memoria Traumática y Victimología, el libro de Kouchner ha llegado en un momento en el que la sociedad francesa está dispuesta a “romper la ley del silencio que hay en torno al incesto”.

“Ha habido una cultura de impunidad para las acciones contra las mujeres y los niños, especialmente para los que ocupan posiciones de privilegio, poder y dominación”, dice. “Estas personas, en su mayoría hombres blancos, los todopoderosos, son adorados y agasajados. Esto genera una especie de privilegios sexuales para explotar impunemente a mujeres y niños”.

“Tenemos que admitir que hemos dejado que ocurra algo atroz y enmendarlo. Debemos luchar contra esta impunidad. Decían que éramos las mujeres y niñas tontas y estiradas, incapaces de liberarnos, de tener un pensamiento más elevado, pero ahora los vamos a mandar a la cárcel”, dijo también.

La legislación francesa no fija una edad mínima para el consentimiento sexual, aunque el Senado votó el mes pasado a favor de poner el umbral en los 13 años. En la actualidad, las víctimas de violación o abuso tienen que demostrar que la relación no fue consentida, ya que por defecto se considera que hay consentimiento. La nueva ley propone tipificar como delito los actos sexuales entre un adulto y un niño menor de 13 años -actualmente es una “falta” y no un “delito”-, y ampliar el plazo de prescripción para dar más tiempo a las víctimas de emprender acciones legales.

El ministro de Justicia, Eric Dupond-Moretti, dijo el martes en France TV que quiere que la edad legal se fije en 15 años y que los abusadores ya no puedan alegar el consentimiento de sus víctimas para rebajar las acusaciones en su contra. Hace tres años, y después del movimiento #MeToo, fracasó una iniciativa para fijar en esta edad el consentimiento.

Laurent Boyet dice que espera desesperadamente que la ola de indignación desatada por el #MeTooInceste no termine desapareciendo frente a la indiferencia. Su asociación, Les Papillons, ha instalado buzones en más de una docena de colegios y clubes deportivos juveniles donde las víctimas pueden romper el silencio autoimpuesto y depositar sus testimonios. Su plan es instalarlos por todo el país.

Según Boyet, para los abusos sexuales contra los niños dentro de las familias no hay fronteras sociales, económicas o geográficas. “Un día ponemos una caja y al día siguiente tenemos cartas de niños que necesitan ayuda”, dice. “No hay excepciones. Puede ocurrir en cualquier familia”.

No es sólo el abuso lo que deja un legado “catastrófico”, asegura. “No es sólo lo que se hace. Para mí, también fueron los 30 años de silencio, miedo, vergüenza, culpa... 30 años de autodestrucción y adicción, fue una anti vida, de estar pero no estar, por eso hay que decir basta, ya está bien”.

Traducido por Francisco de Zárate