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Cinco teorías (falsas) de la conspiración que está promoviendo Trump para esquivar el 'impeachment'

Ed Pilkington

Se sabe que Donald Trump es aficionado a las teorías de la conspiración. Sabido es, también, que dicha afición se remonta, por ponerle tan sólo una de las muchas fechas y ejemplos posibles, a los ataques del 11 de septiembre de 2001. Afirmó entonces que había visto a “miles y miles” de musulmanes celebrándolo. Y dicha afición llega hasta hoy, por ejemplo con su negacionismo climático y otra larga lista de falsedades que defiende en público.

De hecho, puede afirmarse que su carrera por la presidencia comenzó en 2011 con su obcecación por afirmar que el entonces presidente Barack Obama había nacido fuera de Estados Unidos. No es cierto. Fue en Hawái, como demuestra su certificado de nacimiento.

Pero ahora esa afición maliciosa por la falsedad y la injuria se está volviendo contra él. Y muerde. El Presidente de Estados Unidos se enfrenta a una investigación que podría terminar en juicio político e incluso en su destitución de la presidencia precisamente por eso. Por su incesante búsqueda de teorías de la conspiración.

Aquí explicamos cinco de esas teorías relacionadas con el escándalo ucraniano:

Joe Biden presionó a Ucrania para que destituyera al fiscal general con la intención de proteger a su hijo

En esta acusación radica el núcleo de la investigación para el juicio político que se lanza estos días en Washington. Está relacionada con la “preocupación inmediata” planteada por un informante, una fuente anónima, desde una de las agencias de inteligencia. Según la denuncia presentada por esa persona, Trump pidió en repetidas ocasiones al Gobierno ucraniano que investigara al exvicepresidente con la esperanza de conseguir información comprometedora contra alguien con muchas opciones de convertirse en su rival de cara a la próxima elección presidencial.

La teoría de Trump comienza con una verdad: En 2016 Biden retuvo 1.000 millones de dólares en garantías de préstamos a Ucrania para presionar a quien ejercía como fiscal general, Viktor Shokin. A partir de aquí la historia pierde precisión. Según la versión de Trump, el fiscal investigaba las actividades de Hunter Biden, hijo del vicepresidente, que ejercía como miembro con remuneración del consejo de administración de Burisma, una importante empresa ucraniana del sector del gas.

Para Trump, dos más dos suman cinco: Joe Biden presionó a Ucrania por fuera de la ley para proteger a su hijo.

Pero esta versión de los hechos genera dudas. La investigación sobre Burisma ya dormía cuando Biden presionó para que despidieran al fiscal general. Y Biden no era el único que quería deshacerse de él. Varios gobiernos europeos, e incluso el FMI, habían presionado para que fuera destituido por los escasos de los resultados ofrecidos en la lucha contra la corrupción.

Hunter Biden está salpicado de corrupción

No cabe duda de que el nombramiento de Hunter Biden como miembro del consejo de administración de Burisma en abril de 2014 fue, expresado con cierta ironía, un tanto peculiar. Sin experiencia en el sector del gas era difícil no pensar que algo tendría que ver su apellido en la decisión.

Pero no era ilegal y su padre ha afirmado en numerosas ocasiones que nunca hablaron de negocios. En mayo, el entonces fiscal general de Ucrania dijo a la agencia Bloomberg que no había pruebas de que ninguno de los Biden haya hecho nada incorrecto.

Ni en el pasado ni en el presente ha existido ley ni norma que impida que los hijos o parientes de cargos públicos o personas con poder se beneficien de buenas oportunidades de negocio.

Que se lo pregunten a Billy Carter, hermano de Jimmy Carter; a los hermanos de Hillary Clinton, Tony y Hugh Rodham o a Neil, el hermano de George W. Bush. Como señala un artículo reciente, en todos esos casos, negocios y parentesco con quienes ejercían la presidencia ya hicieron saltar las alarmas en su día. Es más, es fácil sumar a esa lista a los hijos de Trump, Donald Jr, Eric e Ivanka Trump.

Quien haya filtrado la información tiene cierta intencionalidad política

Trump ha atacado en repetidas ocasiones a la persona a la que se refiere como “esa persona a la que llaman informante” o “#falsoinformante” (#FakeWhistleblower) cuestionando su motivación y patriotismo.

Nace entonces una nueva teoría de la conspiración. Trump ha tuiteado un artículo de una publicación conservadora, the Federalist, que sugiere juego sucio a partir del hecho de que Andrew Bakaj, el abogado del denunciante, hizo prácticas con políticos demócratas relevantes como Chuck Summer y Hillary Clinton.

Stephen Miller, el principal asesor de Trump, ha señalado en Fox News: “Sé cual es la diferencia entre alguien que presenta una información comprometida y una operación de las cloacas del estado”.

La verdad es que se sabe poco del informante y sus preferencias políticas. El Inspector General del sistema de agencias de inteligencia, la primera persona en recibir la información, encontró “algún indicio de cierto partidismo”.

Pero también llegó a la conclusión de que las acusaciones “parecían creíbles”. Es más, el jefe de asesoría jurídica de la Dirección Nacional de Inteligencia afirmó: “Tenemos muchas razones para creer que [el informante] ha actuado de buena fe”.

En relación con los mismos hechos, The federalist ha publicado que poco antes de que estallase el escándalo ucraniano, las agencias de inteligencia de Estados Unidos “eliminaron en secreto una petición para que quienes filtran información ofrezcan datos de primera mano sobre los supuestos actos incorrectos a los que hayan tenido acceso”. Esa información, apoyada por figuras públicas del ámbito mediático conservador a las que se sabe que Trump sigue, ha sido desmentido.

‘CrowdStrike’

Esta es la más extraña de todas las fantasías ucranianas de Donald Trump. Se resume así: Crowdstrike, una empresa de seguridad informática contratada por el Comité Nacional Demócrata para investigar un ataque masivo a sus correos electrónicos durante las elecciones de 2016, estaba confabulada con demócratas relevantes para acusar a Rusia como responsable del ataque.

De hecho, y sigue la teoría, el servidor del Comité Nacional Demócrata no fue atacado por Rusia, sino desde una localización secreta en Ucrania. El conjunto de la trama rusa no fue más que una maniobra artera para mancillar a Trump orquestada a favor de la candidatura de Hillary Clinton.

Hay tantas mentiras en esta teoría que es difícil elegir por cual comenzar. No hay ningún servidor del Comité Nacional Demócrata ni está, claro, en Ucrania. Está confirmado por las agencia de inteligencia, el FBI y el Departamento de Justicia de Estados Unidos que el origen del ataque a los demócratas fue Rusia.

El domingo pasado, Thomas Bossert, uno de los principales asesores en seguridad nacional de Trump, poco sospechoso de veleidades demócratas, dijo al canal ABC que la idea de que fue Ucrania y no Rusia el país que interfirió en las elecciones de 2016 “ha sido totalmente descartada” y “no tiene ninguna validez”.

George Soros tiene la culpa de todo

El excalde de Nueva York, Rudy Giuliani, convertido ahora en abogado personal de Donald Trump, pregona la idea de que Soros, un filántropo multimillonario, es la mente que orquesta y la cuenta que financia los trapos sucios de los demócratas en Ucrania.

“George Soros está detrás de esto, su empresa lo financió”, dijo Giuliani en en una entrevista con ABC y en referencia a la teoría de la conspiración que defiende que Ucrania y Clinton estuvieron compinchados.

Desde la década de los noventa, Soros es uno de los enemigos favoritos de los ataques de los defensores derechistas de teorías de la conspiración. Muchas de estas acusaciones tienen un trasfondo antisemita. La vertiente Soros-ucraniana ha sido desmentida en repetidas ocasiones. Una investigación publicada por Daily Beast encontró que esa línea de acusación no sólo es “endeble”, sino que se basa “casi totalmente en insinuaciones”.