Con el terrible y absurdo asesinato de David Amess el pasado viernes, el dolor ha vuelto a sobrecoger a nuestra familia. Los paralelismos son demasiado evidentes y a todos nos ha impactado con fuerza. Ahora es Kim Leadbeater, hermana de Jo, la que está en el Parlamento, así que no es solo dolor por el pasado lo que el asesinato nos ha reavivado. También sentimos miedo por el presente.
Es un miedo que conocen casi todos los diputados, igual que los miembros de su personal y que sus familiares. El pasado fin de semana habrá habido cientos de conversaciones en torno a la misma pregunta: ¿vale la pena? La pregunta sería fácilmente descartable si el atentado fuera un hecho aislado. A cinco años del asesinato de Jo, y tras los atentados contra Stephen Timms y Nigel Jones, la gente ya no está tan segura.
Brutalidad cotidiana
Pero lo que realmente hace surgir la pregunta no es solo la noticia de los horribles asesinatos, sino la brutalidad cotidiana en la que nuestro debate político se desenvuelve: desde las cada vez más comunes amenazas de muerte hasta las agresiones por Internet. El equipo policial de investigación formado tras el asesinato de Jo encontró 582 denuncias de comunicaciones maliciosas y se ocupó de 46 casos de acoso entre los años 2016 y 2020. Nueve de esos casos fueron clasificados como relacionados con el terrorismo.
David y Jo habrían tenido diferencias en muchas cosas pero si una cosa compartían era el compromiso profundo y permanente con nuestro sistema democrático. Es una de las cosas más fundamentales que tenemos en común. Más allá de nuestras diferencias de opinión, la mayoría de nosotros compartimos la fe en la democracia. Según un informe reciente de la organización ‘More in Common’, en cuya creación contribuí tras el asesinato de Jo, nueve de cada diez ciudadanos británicos seguimos compartiendo el compromiso con el sistema democrático.
El poder para unirnos que tiene la democracia es el que hace que los terroristas quieran atacarla y que los estados extranjeros quieran debilitarla. Pero los terroristas y las naciones hostiles no son las únicas amenazas contra la democracia. De hecho, lo más probable es que ni siquiera sean las peores. La polarización, la deshumanización del opositor y frecuentar menos a personas con un punto de vista o un origen diferente debilitan aún más a la democracia.
La organización 'More in Common' descubrió que el compromiso con la democracia de aproximadamente un tercio de nosotros es pequeño y que un 36% está dispuesto a apoyar a un “líder fuerte que rompa las reglas”. Así que lo que todos deberíamos estar preguntándonos tras el asesinato de David es qué podemos hacer para fortalecer nuestro sistema democrático.
Qué hacer desde la izquierda
La pregunta tiene respuestas concretas. Desde mejorar la seguridad hasta la labor específica de lucha contra los extremismos que conducen al terrorismo. Pero muchas veces estas soluciones parecen responsabilidad de otros. Es posible que no esté en nosotros impedir que un extremista cometa actos horribles, ¿pero hay otras maneras en las que podemos reforzar nuestra cultura democrática? Creo que la respuesta es sí. Y no solo eso, también creo que en la izquierda tenemos una responsabilidad especial.
Lo primero que podemos hacer es tratar de ver los argumentos de nuestros opositores con la mejor luz. Es muy sencillo, sobre todo ahora con las redes sociales, presentar las ideas a las que nos enfrentamos eligiendo a una persona fácilmente censurable que sostiene un argumento especialmente ridículo para defender una política con la que no estamos de acuerdo. Pero eso también es lo fácil y una visión reduccionista.
Los medios de la derecha lo suelen hacer: encuentran un poco conocido campus universitario donde rige una extraña interpretación de la cultura ‘woke’ [término que suele referirse a la toma de conciencia de las desigualdades sociales en relación con la raza, el género o la orientación sexual] para ridiculizarlo y provocar la indignación. Pero no solo Fox News lo hace: desde algunas partes de la izquierda se emplean las mismas tácticas habitualmente, y eso nos está distanciando aún más.
En segundo lugar, deberíamos dejar de deshumanizar y de esperar lo peor de nuestros opositores. Una mayoría de nosotros puede pensar que Boris Johnson es una mala elección como primer ministro. ¿Pero acaso es un fascista? ¿Es de verdad una escoria humana? ¿Son racistas todos los votantes del Brexit? Es responsabilidad de todos confrontar a las personas de nuestro propio bando que deshumanizan a otros con los que no estamos de acuerdo. Aunque no sea de forma deliberada, crea un ambiente propicio para la violencia.
En tercer lugar, ¿conoce realmente un votante de izquierdas a algún conservador? Una proporción importante del Reino Unido ha votado en algún momento al Partido Conservador, y si una persona de izquierdas no ha tenido una charla en condiciones con alguno de sus simpatizantes tiene que preguntarse por qué.
No tener amigos conservadores no te convierte en alguien con principios. Lo que significa es que estás desconectado. La política debería ser el arte de la persuasión. Para eso, lo primero es conocernos y comprometernos con los demás.
Nada de esto evitará ataques como el del pasado viernes. Pero son las cosas que podemos hacer desde la izquierda para ayudar a construir una cultura democrática más sólida. No se trata de transigir ni de venderse, sino de decencia, de tolerancia y de aferrarse a eso que tenemos en común.
Traducción de Francisco de Zárate