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The Guardian en español

Trump podría dejar de ser presidente en menos de un año, pero en EEUU los problemas acaban de empezar

Es muy probable que antes de Navidad la élite de extrema derecha de Estados Unidos se encuentre ante una encrucijada

Paul Mason

Un rápido repaso de las “incógnitas conocidas” deja entrever que el mandato de Donald Trump tal vez no sobrevivirá un año. Sabemos que desde hace semanas un gran jurado estudia qué papel desempeñó el Kremlin en la campaña presidencial de Trump. También sabemos que una intermediaria del gobierno ruso mandó un correo electrónico a Donald Trump hijo y le propuso una reunión en el contexto “del apoyo del gobierno ruso y de Rusia a Trump”, y que cuando esta reunión salió a la luz el presidente mintió al describir el encuentro.

También sabemos que el asesor especial Robert Mueller no solo investiga los negocios rusos del exresponsable de la campaña presidencial, Paul Manafort, y del exasesor de seguridad nacional, Michael Flynn. En las últimas semanas se ha hecho evidente que Mueller también está investigando los vínculos entre los oligarcas rusos y los negocios de Trump, descritos por el periodista de investigación Craig Unger como una “lavandería” de dinero negro de los mafiosos rusos.

En círculos demócratas pregonan que Trump intentará, sin éxito, cargarse a Mueller, uno o más sospechosos conseguirán la inmunidad y todos los secretos quedarán al descubierto. En este hipotético contexto, Trump tendrá que dimitir o será destituido y Mike Pence se convertirá en presidente de Estados Unidos. Llegados a este punto, descubrimos las verdaderas intenciones de los multimillonarios de derechas que se esconden detrás de este plan. Trump nunca fue su primera opción. Durante los primeros seis meses de la campaña, el principal donante de Trump fue él mismo. Los empresarios de extrema derecha no apoyaron a Trump hasta que fue evidente que el candidato conservador Ted Cruz, de profundas creencias religiosas, no podría atraer a las masas.

Incluso los hermanos Koch, que han donado más de 400 millones de dólares a grupos de presión de derechas, mantuvieron las distancias con Trump hasta que Pence, uno de sus aliados, se convirtió en el candidato a la vicepresidencia. La investidura de Pence como presidente se convertiría en el momento más revelador. La basura que tuitea Trump a las tres de la madrugada y la verborrea de sus mítines no serán más que un prólogo surrealista que dará paso a un gran acontecimiento. ¿De qué gran acontecimiento estamos hablando?

De hecho, la derecha de Estados Unidos tiene dos proyectos distintos, aunque se solapan. Uno, que es el que está estrechamente vinculado con los hermanos Koch, queda muy bien descrito con el eufemismo que utiliza la derecha: “defensa de los ingresos”. Cada dólar de la deuda pública de Estados Unidos, que ya asciende a 19 billones de dólares, será en el futuro una oportunidad para la empresa privada.

Este proyecto propone bajar los impuestos, y como habría dicho en su día uno de los defensores de Trump, Robert Mercer, “reducir la estructura pública al tamaño de una cabeza de alfiler”. Su principal objetivo es eliminar la normativa que limita las operaciones de las grandes empresas, como la referente al salario mínimo, ya que según el principal estratega de los hermanos Koch, el salario mínimo impide que los más pobres tengan el éxito que se merecen.

El dinero “opaco” de los hermanos Koch desempeña un papel importante que ha quedado de manifiesto en un libro que publicó Jane Meyer en 2016, titulado Dark money. Con este dinero financian, entre muchas otras actividades, cerca de 300 cursos universitarios. La derecha fija el contenido de estos cursos y los estudiantes aprenden que Keynes era un mal economista, las maquiladoras son positivas para la sociedad y el cambio climático es un mito.

El proyecto libertario se caracteriza por poner el acento en la economía. De la misma forma que la ideología neoliberal reduce a los humanos al papel de homo economicus, a la ideología de los hermanos Koch le trae sin cuidado las malas prácticas de un Estado o del sector privado.

Los derechos de los negros, los prisioneros, los inmigrantes o los consumidores de marihuana no forman parte de su agenda.

En el otro lado de la ideología de extrema derecha encontramos un proyecto completamente distinto y que quiere un Estado más autoritario, imponer unas normas más conservadoras desde un punto de vista social y, si es necesario, cargarse la Constitución de Estados Unidos para conseguir su fin.

Si en vez de quedarnos con su verborrea analizamos lo que ha hecho Trump en los últimos meses, vemos que esta segunda corriente ha predominado durante los siete primeros meses de su mandato. Cuando un juez dejó sin efecto su decreto migratorio, que prohibía la entrada a Estados Unidos de los nacionales de algunos países musulmanes, Trump criticó al sistema judicial de Estados Unidos. Cuando los medios de comunicación empezaron a publicar artículos sobre sus malas prácticas, los llamó “enemigos de los estadounidenses”. Cuando James Comey se negó a serle “leal”, lo despidió.

Es muy probable que antes de Navidad la élite de extrema derecha de Estados Unidos se encuentre ante la siguiente encrucijada: mantener a Trump, que se esconde detrás de los galones de exgenerales y se enfrenta a un posible proceso de destitución, o poner en marcha el plan que tenía en mente a principios de 2016 y apoyar la presidencia de Pence, socialmente conservadora y libertaria.

Si analizamos la situación de Estados Unidos desde el Reino Unido, podremos ver cierto paralelismo. En ambos países una élite ha conseguido darle la espalda a la globalización. Tanto “Estados Unidos primero” como el Brexit defienden un mercado nacional libre en detrimento de un sistema y acuerdos multilaterales.

Sin embargo, cuando esta corriente de extrema derecha consiga acabar con las limitaciones externas tendrá que enfrentarse a un dilema pendiente: el tipo de libertad económica que quiere siempre generará cierto descontento, que hará necesario limitar las libertades políticas. Los partidarios del Brexit en el Reino Unido y los tipos que se parecen a Steve Bannon en Estados Unidos comparten la fantasía de una sociedad de mercado pero creen que solo se puede alcanzar si primero reina el caos en sus países.

Entre junio y noviembre de 2016 han conseguido crear dos democracias inestables; inestables no porque las instituciones de estos países sean débiles sino porque las élites están divididas y el liberalismo político avanza sin rumbo. Ni destituir a Trump ni dejar de lado el Brexit resuelve este problema fundamental.

Traducido por Emma Reverter

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