Donald Trump ha logrado convertir su déficit de atención en una máquina de firmar resoluciones. Y con todas esas medidas saliendo de su escritorio a un ritmo desenfrenado, es casi imposible elegir cuál de ellas se merece el mayor grito de indignación.
Con la fuerza de un vendaval, cada una de esas abominables leyes de la Casa Blanca crea un turbulento desastre. A menudo, la última expulsa a la anterior de los titulares. Primero fue la orden dando instrucciones a las agencias para aliviar “la carga de la regulación” de la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible (la reforma sanitaria de Obama); el primer paso para desmantelarla, no “mejorarla”. Después llegó la aprobación de dos polémicos oleoductos y la retirada de otras regulaciones medioambientales.
Lo de la seguridad nacional ha sido una lluvia de horrores: el muro fronterizo con México, las faltas de respeto a las agencias de inteligencia, el posible regreso de la tortura, el poner a Irán “sobre aviso” y las ofensas a tradicionales aliados como Australia. Apenas hemos tenido tiempo para digerir todas las consecuencias de las restricciones de financiación relacionadas con el aborto y el nombramiento de un nuevo juez para el Tribunal Supemo más de derechas que Antonin Scalia, su predecesor.
Por terribles que sean, todas estas medidas han quedado eclipsadas y superadas por el veto migratorio, que ofende a la decencia estadounidense y a su Constitución. Esta es tan espantosa que ensombrece a todas las anteriores. Pero estos olvidos empiezan a parecer una extraña forma de demencia relacionada con Trump.
El viernes, la atención de todo el país estaba puesta en el valiente juez federal de Seattle que anuló el veto migratorio de Trump. Pero el mismo día, el presidente estaba encerrado en secreto con la mismas personas a las que había denunciado en su campaña populista: la élite de Wall Street. Dio la bienvenida a Jamie Dimon, consejero delegado de JP Morgan, uno de los principales bancos mundiales, y a Larry Fink, de BlackRock, la empresa de gestión de activos más importante del mundo.
Tenía un inmenso regalo para ellos: el desmantelamiento de la ley de regulación financiera Dodd-Frank, aprobada para proteger a los consumidores tras la crisis financiera de 2008, pero considerada excesiva por los banqueros.
La Ley de Reforma de Wall Street y Protección al Consumidor Dodd-Frank complicó a los bancos la creación de todos esos sofisticados instrumentos financieros como los CDS (instrumentos para cubrirse de los impagos) reflejados en libros y películas como La gran apuesta o Too Big To Fail (Malas noticias). La ley limitaba los chanchullos que hicieron que mucha gente perdiera sus hogares, que perdieran sus ahorros de jubilación y que casi provocan una depresión económica. Los bancos y las empresas de capital riesgo vuelven a tener libertad para ser creativas, señala la orden de Trump.
Y hay más. La “regulación fiduciaria” de la Administración de Obama –que requiere a los asesores financieros actuar respetando el mejor interés para sus clientes–, tan odiada en Wall Street, será limitada. La norma protegía a los pensionistas de conflictos con los agentes de bolsa. Sin la regulación, serán los brokers los que queden protegidos.
El mensaje de la Casa Blanca es evidente: vuelven los días felices. Obviamente, las bolsas se dispararon con estas noticias gracias a los nuevos máximos alcanzados por los bancos. Era la segunda visita de Dimon a la Casa Blanca desde la elección de Trump y la alfombra de bienvenida probablemente se extienda a muchos otros banqueros, dado que dos ex altos cargos de Goldman Sachs, Gary Cohn y Steven Mnuchin, estarán al mando de la política económica de Estados Unidos.
Esto incluye, por supuesto, los impuestos. Si el presidente logra promover las grandes bajadas de impuestos que propuso durante la campaña, al club de los multimillonarios le irá realmente bien. Está bajando los impuestos a las empresas y reduciendo el tipo impositivo más alto para individuos; del 43,8% de Obama al 33%. Y una de las grandes promesas populistas de la campaña de Trump, cerrar el resquicio del 'carried interest', tan querido por los fondos de alto riesgo, no se ha anunciado últimamente [el carried interest es un sistema de beneficios financieros para determinados fondos de inversión que permite no pagar la tasa impositiva regular]. Durante la campaña, Trump acusó a los directores de los fondos de alto riesgo de ser unos vagos que estaban “librándose de sus crímenes”.
Hace solo unos meses, Trump, en su pose populista, atacó con dureza a Hillary Clinton por su relación cercana con gente como Dimon, especialmente por el dinero que recibió por sus conferencias y contribuciones. Arremetió contra ella por no lograr cerrar el resquicio del 'carried interest' cuando estaba en el Senado. Veremos si Trump lo hace.
Demócratas y defensores del consumidor hacen todo lo que pueden para denunciar los regalos a Wall Street. “Donald Trump habló mucho y fanfarroneó sobre Wall Street durante su campaña, pero como presidente estamos descubriendo de qué lado está realmente”, declaró la senadora Elizabeth Warren al diario Wall Street Journal el pasado viernes. Warren, una de las más críticas con Wall Street, ayudó a escribir partes de la legislación Dodd-Frank.
Los banqueros no son lo únicos relamiéndose por los favores concedidos. De acuerdo con un artículo de The New York Times el pasado domingo, los productores de energía y las compañías de carbón son las siguientes en la fila.
Hace menos de un mes, el nuevo presidente se mostraba cruel con “el establishment” durante su discurso de inauguración. “El establishment se protegió a sí mismo, pero no a los ciudadanos de nuestro país”, señaló. “Sus victorias no han sido vuestras victorias. Sus triunfos no han sido vuestros triunfos y mientras ellos festejaban en nuestra capital, las familias en apuros en todo el país tenían poco que festejar”.
La semana pasada fue Wall Street quien estuvo de celebración en Washington. Pronto, sin duda, serán los multimillonarios hermanos Koch.
Traducido por Javier Biosca Azcoiti