La democracia es una red de derechos y libertades que protege a los ciudadanos frente al poder. Nuestros gobernantes sólo ceden poder cuando se sienten obligados; cuando no hacerlo les supone un problema mayor que ceder. Sería ingenuo pensar que estas concesiones son eternas. Las élites siempre están al acecho de nuevas oportunidades para recuperar el poder perdido. Una crisis nacional, inventada o real, es una excusa perfecta que normalmente va acompañada de una suma de amenazas internas y externas que requieren medidas drásticas para combatirlas.
El populismo autoritario de derechas que arrasa en Occidente sabe cómo sacar partido del miedo para hacer retroceder las fronteras de la democracia.
El gobierno turco se está convirtiendo en una dictadura pura y dura, envalentonado por el hecho de que Donald Trump es ya el hombre más poderoso del mundo. La semana pasada viajé a Turquía para reunirme con los partidos de la oposición y con algunos medios de comunicación y activistas; todos ellos acosados por el gobierno. Su valentía es admirable y su difícil situación, angustiante.
El pasado julio, un golpe de Estado fallido no consiguió poner fin al régimen autocrático de Recep Tayyip ErdoÄan. La reacción del presidente fue inmediata. Como informó la organización Human Rights Watch, el régimen aprovechó la situación para no respetar los derechos humanos de la población y desmantelar las salvaguardas básicas de la democracia. El gobierno ha destituido a más de 120.000 funcionarios turcos, ha detenido a cerca de 90.000 personas y ha presentado cargos contra más de 40.000. De hecho, 144 periodistas están en la cárcel. Turquía es uno de los países del mundo con más profesionales de los medios de comunicación entre rejas y ha cerrado 160 medios que no eran afines al régimen.
¿Cómo se ha podido deteriorar la situación hasta este punto? Durante muchos años, el Partido de la Justicia y del Desarrollo (AKP) de ErdoÄan colaboraba con un movimiento hermético liderado por Fethullah Gülen, un clérigo que reside en Estados Unidos. Los partidarios de Gülen lograron infiltrarse en todas las instituciones del Estado, también en el ejército, la policía y el sistema educativo. En parte, se trataba de un matrimonio de conveniencia; ambos querían acabar con los elementos autoritarios contrarios al islamismo. Sin embargo, los medios que se utilizaron para lograr este fin fueron, desde una perspectiva democrática, más que cuestionables.
El año 2013 marcó el fin de la buena relación entre el AKP y este movimiento. Los dirigentes turcos afirmaron que los gulenistas estaban detrás del intento de golpe de Estado. Sin embargo, lo cierto es que esta acusación les ha servido para silenciar a una oposición secular que no tenía nada que ver con el movimiento. El régimen ha ido acaparando poder y ha restringido la libertad de información de los medios y otras libertades individuales esenciales para cualquier democracia.
Ahmet Sik es un destacado reportero turco que hace periodismo de investigación y que suele cuestionar la autoridad sin temor a represalias. En su libro The Imam’s Army (El ejército del Imán) Sik describe cómo los gulenistas se infiltraron en las instituciones del país, desde el poder judicial a los servicios de seguridad, y crearon un Estado paralelo. “Ahmet sabía que publicar el libro comportaba un grave riesgo” indica un amigo del reportero “pero decidió hacerlo de todos modos”.
Las autoridades turcas encarcelaron a Sik en 2011 y prohibieron la venta de su libro. Tras su liberación, el periodista se negó a permanecer callado. Afirmó que el AKP y el grupo terrorista clandestino FETÖ, supuestamente afiliado con Gülen, “trabajaban codo a codo”. Sus amigos lo consideraron un héroe; una etiqueta que a él le molesta: “Si los demás no estuvieran callados yo no parecería un héroe”, lamenta.
El ministro de Justicia de Turquía ha asegurado que Gülen es un gran erudito del Islam. Sin embargo, en 2013 Sik dejó al descubierto una “guerra a gran escala” entre el gobierno y los gulenistas. Tras la intentona de golpe de Estado, Sik se negó a dejar de informar sobre los vínculos que el AKP había tenido en el pasado con los gulenistas. “Si responsabilizan a FETÖ del golpe”, indica su amigo: “entonces el AKP tiene parte de culpa ya que durante mucho tiempo trabajaron en equipo”.
El mes pasado, las autoridades detuvieron a Sik y lo acusaron de difundir propaganda terrorista en las redes sociales, no solo en nombre de FETÖ sino también en el del PKK, que defiende el derecho a la autodeterminación de los kurdos y que está diametralmente opuesto al gulenismo. Así que un periodista perseguido por haber informado de los vínculos entre el régimen y el gulenismo ha terminado en la cárcel por su supuesta relación con los gulenistas.
Durante mi estancia en Estambul, visité el periódico Cumhuriyet, cuyas oficinas se encuentran frente a las Torres Trump de la ciudad. Muchos de sus periodistas han sido detenidos y su plantilla se encuentra bajo mínimos. No solo eso; 189 periodistas han sufrido abusos físicos o verbales y las autoridades turcas han confiscado las acreditaciones de prensa de cientos de ellos. En la práctica esto supone que no pueden hacer su trabajo. Los periódicos de la oposición se están quedando sin ingresos publicitarios, ya que los anunciantes reciben presiones del gobierno para que no contraten publicidad.
Y luego está la oposición. Las detenciones de miembros del Partido Democrático de los Pueblos (HDP) han sido masivas. Los integrantes de este partido de izquierdas también han tenido que hacer frente a la acusación de tener vínculos con el terrorismo y han sufrido redadas en sus oficinas. Un representante del Partido Republicano del Pueblo (CHP), de centro y secular, me dijo: “Representamos los valores occidentales pero Occidente nos ha abandonado”.
Tanto los periodistas como otros miembros de la sociedad civil han sido acorralados por haber “insultado” al presidente ErdoÄan. Tal vez, como muestra de solidaridad, todos los pueblos de la tierra deberían mencionar su nombre cuando quisieran pronunciar la máxima ofensa.
El presidente no solo quiere destruir a los partidos de la oposición; también quiere reformar la Constitución a su antojo para tener más poder.
En gran medida, Occidente permanece callado. ErdoÄan está exultante. En julio del año pasado, Trump lo elogió por “haber conseguido revertir la situación” tras el intento de golpe de Estado. Por su parte, ErdoÄan elogió la agresiva rueda de prensa que Trump celebró la semana pasada. El presidente de Estados Unidos se negó a contestar las preguntas de un periodista de la CNN y le espetó que su medio difundía noticias falsas. En opinión de ErdoÄan, Trump puso al periodista “en su sitio” ya que los medios de comunicación como la CNN “socavan la unidad nacional”.
La frágil democracia de Turquía se encuentra al borde de la muerte. Tampoco son buenos momentos para las democracias de Polonia y de Hungría, con gobiernos populistas y de derechas que mantienen las apariencias y pretenden respetar los valores y libertades pero que, en la práctica, hacen lo posible para fulminarlos.
Ahora que el demagogo de Trump es el hombre más poderoso del mundo, los líderes más autoritarios creen que están en el bando correcto. O creen que la historia está de su parte.
La situación de Turquía es una advertencia: la democracia es valiosa pero frágil. A menudo, los derechos y libertades se consiguen con grandes dosis de sacrificio y es fácil perder estas garantías cuando los regímenes se aprovechan de crisis nacionales para acaparar poder. Corremos el peligro de que Turquía no sea la excepción sino la regla; el modelo a seguir por aquellos países que quieran terminar con la democracia. Esto debería ser suficiente motivo para apoyar a los demócratas turcos. ¿Quién sabe qué país podría caer a continuación?
Traducido por Emma Reverter