Mientras las consecuencias del conflicto en Afganistán se aceleran, los líderes de la UE trabajan frenéticamente ante el riesgo de una nueva versión de la crisis de refugiados sirios de 2015.
En una rueda de prensa en Berlín la semana pasada, Armin Laschet, el probable sucesor de Angela Merkel, sostuvo: “No deberíamos dar señales de que Alemania puede recibir a cualquiera que lo necesite. El foco debe estar en el apoyo humanitario en el lugar, no como en 2015”. Aunque el presidente francés, Emmanuel Macron, reconoció que Europa debe recibir algunos de los “defensores de derechos, artistas, periodistas y activistas que están en riesgo”, lo acompañó de una gran salvedad. “Europa no se puede enfrentar a las consecuencias de la situación actual por sí sola. Debemos anticiparnos y protegernos de los considerables flujos migratorios irregulares”, dijo en una rueda de prensa.
Sus preocupaciones ocultan la realidad de que la UE y los estados miembros llevan años tomando medidas duras para reducir la migración irregular. Esto evitará una repetición de 2015, cuando más de 1,2 millones de refugiados solicitaron asilo dentro de la UE (0,16% de la población total de Europa), provocando una oposición política basada en la supuesta amenaza que estas personas representaban para la UE.
Menos solicitantes de asilo
La situación actual es muy distinta. El pacto migratorio entre la UE y Turquía, que entró en vigor en 2016, ha reducido significativamente la cantidad de solicitantes de asilo, que cayó a 631.300 en 2019 – cerca de la mitad de lo que había sido cuatro años antes. Las autoridades fronterizas y costeras de las capitales de la UE no tenían ni el personal operativo ni la habilidad para realizar operaciones de búsqueda y rescate. Ahora tienen equipos permanentes con embarcaciones y vehículos, y negocian con otros países.
Distintos estados expuestos en “primera línea” a los refugiados también han adoptado políticas migratorias extremadamente duras. Grecia, por ejemplo, ha rechazado inmigrantes de manera agresiva desde 2020 para prevenir su llegada a las islas del Mar Egeo y evitar procesar las solicitudes de asilo.
A diferencia de las crisis de refugiados anteriores, la UE no estará dividida entre países de línea dura y defensores de las “puertas abiertas”. La mayoría de los miembros de la UE solo recibirán un número limitado de afganos que hayan trabajado en las misiones diplomáticas del bloque o de los países particulares, así como segmentos de la población en alto riesgo de ser perseguida por los talibanes, como las mujeres, niñas, personas LGBTQ, artistas, periodistas y activistas. No habrá un retorno a la posición de Alemania o de Suecia en 2015, que los críticos atacaron por considerarlos una “puerta abierta”.
Ruta más difícil
Además, la ruta clave para los refugiados hacia Europa, que pasa por Irán y luego por Turquía, ahora será más difícil de atravesar. A fines de 2020, Irán propuso una nueva legislación dirigida a los afganos que expondría a los migrantes a penas de prisión de hasta 25 años. En las próximas semanas podrían ser miles los afganos que lleguen a Irán.
En Turquía, el sentimiento en contra de los refugiados también empujará al presidente, Recep Tayyip ErdoÄan, a tomar una posición más dura. En 2019, las autoridades turcas detuvieron a 455.000 migrantes irregulares, según el Ministerio de Interior, y la posibilidad de recibir más refugiados llega en un mal momento para ErdoÄan. Su Gobierno ya está bajo presión por la mala gestión de incendios forestales, inundaciones y a causa de la recesión económica. Una encuesta de Metropoll en julio muestra una oposición del 67% a abrir las fronteras a refugiados afganos, incluyendo más de la mitad de los votantes del Partido Justicia y Desarrollo (AKP) de ErdoÄan.
Por ello, Ankara quiere construir un muro a lo largo de casi la mitad de la frontera entre Turquía e Irán –cavando trincheras, instalando alambres de púas y reforzando el patrullaje para prevenir los cruces. Las fuerzas de seguridad turcas también han incrementado su presencia en la frontera con Irán.
Así, a diferencia de 2015, cuando Ankara desplegó una política de “brazos abiertos” con los refugiados sirios, Turquía y la UE ahora están alineadas en la determinación de prevenir más migraciones. Esto habilitará una cooperación diplomática, financiera y de seguridad que antes no existía.
Las primeras señales de Bruselas y las capitales de la UE sugieren que el bloque cooperará estrechamente para detener la migración irregular, mientras sus socios, liderados por Turquía, intentarán conservar a los refugiados afganos en la región –principalmente en torno a Pakistán, Irán o cualquier país del Asia central que esté dispuesto a albergar o brindar asistencia a los refugiados a través de las fronteras. Bruselas también buscará despertar una respuesta internacional, encabezada por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados y apoyada por los EEUU y otros aliados occidentales.
La situación en Afganistán no tiene precedentes y la posibilidad del desplazamiento de muchas personas a través de las fronteras, que los líderes de la UE entienden como un gran problema, seguirá existiendo. Mucho dependerá de la naturaleza del régimen talibán. Pero la presión de los refugiados afganos probablemente no será un desafío sistemático para la UE o los estados miembros.
Los líderes de la UE no toman en cuenta las defensas ya desplegadas, y se ven empujados en cambio por consideraciones de política doméstica: ya sean las elecciones en Alemania y Francia, o el intento de evitar que los populistas, que han fracasado mayormente en capitalizar la pandemia, ganen terreno.
Traducción de Ignacio Rial-Schies.