El acuerdo entre la UE y Turquía amenaza lo que conseguimos tras la Segunda Guerra Mundial

Tras algunas de las peores atrocidades de la historia de la humanidad, como el Holocausto y la Segunda Guerra Mundial, los estadistas europeos y de otras partes del mundo intentaron construir un mundo en el que fuera muy difícil volver a repetir esos catastróficos errores éticos.

En 1948, nuestros ancestros elaboraron la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que, entre otros aspectos, considera que pedir asilo es un derecho humano incuestionable. En 1951, los líderes mundiales volvieron a hablar con una sola voz para crear la convención de refugiados de las Naciones Unidas, un documento que hasta la fecha proporciona la base legal para que los refugiados puedan solicitar asilo al Estado parte de llegada.

Este último instrumento no fue solo un proyecto europeo ni tampoco un mero gesto altruista. En parte, fue una contundente respuesta práctica a una crisis de refugiados mucho más grave que la actual. Entre 12 y 14 millones de personas de distintos países de Europa huyeron de sus hogares.

Tanto la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 como la Convención de Refugiados de 1951 fueron el producto de una época en la que los líderes europeos querían lograr la paz en el continente; un continente cuyos países no se quedaran de brazos cruzados ante una crisis humanitaria como la que tiene lugar en sus fronteras.

Parte de la motivación de los líderes obedecía al deseo de no volver a caer tan bajo, desde un punto de vista ético, como en la preguerra y la guerra. No hay que olvidar que Occidente celebró la Conferencia de Evian en 1938 y decidió no aceptar más que un número simbólico de refugiados judíos. 

En resumen, instrumentos como la Convención de 1951 constituían “hitos de la humanidad”, como me lo definió en enero un portavoz de la ONU. Se crearon sobre la base de que algunos valores son esenciales en toda sociedad civilizada y deben mantenerse a toda costa. La Convención de 1951, que fue adoptada por todos los países de la Unión Europea, forma parte de la identidad de una Europa de la posguerra que quiso corregir los errores del pasado.

Cuando todavía no han pasado setenta años, nos enfrentamos a la posibilidad de que gran parte de estos avances se echen a perder y regresemos a los desastres éticos de la década de los treinta. Todavía no se ha cerrado el acuerdo sobre migración entre la Unión Europea y Turquía y podría fracasar. Sin embargo, los expertos en derechos humanos indican que si finalmente prospera en los términos actuales dejaría sin efecto la Convención de 1951.

Este acuerdo obligaría a todos los refugiados a regresar en masa a Turquía sin una evaluación individualizada; un país donde la mayoría de los refugiados no tienen acceso a las garantías del tratado de 1951: trabajo, educación y, a menudo, seguridad. Algunos grupos de derechos humanos también han acusado a Turquía de haber mandado a algunos refugiados a zonas de combate, como por ejemplo, en Siria.

Si se impulsara la medida de “uno dentro, uno fuera”, por cada sirio que fuera enviado de vuelta a Turquía tras su llegada a Grecia, otro podría volar a Europa desde Turquía. Sin embargo, en la práctica los que regresaran a Turquía volverían a ponerse en la cola de los que pueden viajar a Europa. La Unión Europea ha puntualizado que esta medida podría desalentar a todos aquellos que hacen el peligroso trayecto de Turquía a Grecia en una embarcación ilegal, lo que en realidad limitaría las posibilidades de éxito del sistema “uno dentro, uno fuera”: 

Si bien es fácil perderse en la letra pequeña del acuerdo, el objetivo del mismo no deja lugar a dudas: pondría en peligro algunos pilares del mundo que los europeos se esforzaron por construir tras la Segunda Guerra Mundial. 

“Es un acuerdo realmente lamentable” indica John Dalhuisen, director para la región de Europa de Amnistía Internacional: “Está siendo aplaudido por todos aquellos que quieren terminar con el sistema de garantías para los refugiados. Si el acuerdo se cumple en los términos actuales, la cifra de refugiados que asumiría Europa dependería de la cifra de refugiados que estén dispuestos a poner sus vidas en peligro, y esto nos sitúa ante un abismo moral”.

En los años cuarenta y cincuenta, la comunidad internacional impulsó sólidos tratados internacionales a sabiendas de que irían acompañados de cargas administrativas y económicas. Los líderes mundiales sabían que este era el precio que tenían que pagar si querían que la legislación internacional se sustentara en valores éticos. 

Sus sucesores han olvidado esta lección; a pesar de que los retos administrativos de la actual crisis de refugiados en Europa son mucho menores que los de los años cuarenta (Irónicamente, este posible acuerdo abre la puerta a nuevos desafíos, ya que los refugiados podrían intentar llegar a Europa a través de nuevas rutas).

En la actualidad Europa está saliendo de una crisis económica. Pese a ello, sigue siendo más fuerte que la Europa de la posguerra y la cifra de refugiados en sus fronteras es mucho menor. El año pasado, un millón de refugiados llegaron a Europa en barco; una doceava parte de los que huyeron de sus hogares después de 1945. Europa (con una población de 500 millones) es el continente más rico del mundo y lidia con la misma cifra de refugiados que Líbano, un país completamente saturado y que solo tiene 4,5 millones de habitantes.

“Nunca más” era un sentimiento compartido tras la Segunda Guerra Mundial. “Una vez más” podría convertirse en el lema del momento actual. 

Traducción de Emma Reverter