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Opinión - Ni liderazgo ni autoridad. Por Esther Palomera

Los dos últimos cárteles mexicanos se declaran la guerra en la capital del crimen

David Agren

Haciendo guardia en la escena del crimen, los dos agentes de policía examinan los cristales rotos y la carrocería acribillada del Mercedes Benz y comentan lo sucedido.

“Ojo por ojo”, exclama uno de ellos, repitiendo una expresión que se puede oír a menudo en esta ciudad del litoral, situada a unos 300 kilómetros al suroeste de Guadalajara: “Se trata de un ajuste de cuentas entre dos grupos”.

Mientras los policías sacan sus conclusiones, la pelota de unos niños que juegan al fútbol llega hasta la cinta amarilla que marca la escena del crimen. Los transeúntes caminan impertérritos por la calle comercial.

Tan solo una hora antes, unos hombres armados que iban en motocicleta abrieron fuego contra el coche, que se estrelló contra una clínica hospitalaria. Los dos ocupantes sobrevivieron de milagro.

En el pasado, el Estado de Colima y una de sus ciudades más importantes, Manzanillo, eran famosos por sus playas de arena negra, sus tilos y un volcán que entra en erupción cada cien años.

Sin embargo, desde hace un año la región tiene una nueva distinción: capital del asesinato. Según las cifras del Gobierno, en los nueve primeros meses de 2016 se registraron 434 homicidios en Colima, una cifra muy elevada si tenemos en cuenta que el Estado tiene unos 700.000 habitantes.

Reestructuración del crimen organizado

La policía local afirma que estos asesinatos han sido cometidos por forasteros o que son el resultado de ajustes de cuentas entre bandas de delincuentes de poca monta.

Sin embargo, los analistas que conocen bien las guerras entre cárteles afirman que estos crímenes son el resultado de una reestructuración del crimen organizado que está teniendo lugar a lo largo y ancho del país y de una encarnizada lucha por hacerse con el control del puerto de Manzanillo, uno de los más importantes de la costa del Pacífico en México.

La campaña militar contra los cárteles de México iniciada hace diez años no ha conseguido terminar con el narcotráfico ni ha logrado fortalecer el Estado de derecho en el país. En cambio, sí ha debilitado o fragmentado varias facciones criminales. Los pocos cárteles poderosos que han logrado sobrevivir luchan ahora para quedarse con el botín.

Colima se ha convertido en el escenario de los enfrentamientos entre dos cárteles muy poderosos: La Federación de Sinaloa, liderada desde la cárcel por el narco Joaquín “El Chapo” Guzmán, y el cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG).

“La mayoría de los cárteles [mexicanos] tienen menos fuerza que antaño”, indica Mike Vigil, un exagente de la DEA (agencia antidrogas de Estados Unidos) que trabajaba de manera encubierta en México. “Los dos únicos cárteles poderosos que quedan son el de Sinaloa y el CJNG”.

El CJNG, que tiene su centro de operaciones en Jalisco, el Estado vecino, se ha labrado la reputación de ser uno de los grupos más agresivos y que más rápidamente se está expandiendo, y de estar dispuesto a enfrentarse al mismo tiempo a los cárteles rivales y a las fuerzas federales.

Surgió en 2010, como consecuencia de las luchas entre cárteles para hacerse con el botín de uno de los líderes del cártel de Sinaloa, Nacho Coronel, que fue abatido a tiros por el Ejército mexicano. En los últimos cinco años ha convertido la ciudad de Manzanillo en su base de operaciones para importar precursores químicos de Asia y usarlos en la producción de metanfetaminas.

La chispa: la detención de 'El Chapo'

El año pasado, aprovechando que Guzmán se había fugado de una cárcel de máxima seguridad y permanecía escondido, Sinaloa se instaló en Colima. El cártel anunció su llegada en octubre de 2015, con un narcocorrido (una composición musical que cuenta las hazañas de los narcos) y un mensaje en Facebook con el título “Sinaloa ya está en Colima”. El mensaje anunciaba el lanzamiento de la “operación limpieza”, al más puro estilo de otros grupos criminales mexicanos, que utilizan un lenguaje propio del activismo social para esconder sus actividades delictivas.

Pocos meses después, Guzmán volvió a ser detenido. Ahora El Chapo espera que lo extraditen a Estados Unidos y todo parece indicar que el submundo criminal se está reorganizando y Colima se ha convertido en uno de los principales campos de batalla.

Esta tensión entre cárteles se hizo muy evidente el verano pasado, cuando seis hombres que estaban cenando en un restaurante de Puerto Vallarta, en Jalisco, entre ellos Jesús Alfredo Guzmán, hijo de El Chapo, fueron secuestrados en un episodio bastante confuso. Las autoridades adjudicaron el secuestro al CJNG e indicaron que este cártel advenedizo estaba intentando aprovecharse de la detención de Guzmán.

Sin embargo, poco después, el hijo de Guzmán fue liberado y los expertos aseguraron que las informaciones sobre la debilidad del cártel de Sinaloa tras la detención de El Chapo eran precipitadas. “El CJNG está ganando terreno pero ni mucho menos tiene un poder remotamente parecido al del cártel de Sinaloa”, indica Miguel Ángel Verga, periodista de una agencia de noticias con sede en Sinaloa.

Vega afirma que la posición del cártel es sólida, tanto en las escarpadas sierras donde produce heroína, marihuana y metanfetaminas, como en las esferas de poder, donde tiene conexiones con funcionarios de todos los niveles.“El cártel de Sinaloa no empieza y acaba con El Chapo”, sentencia.

El jefe del cártel, exagente de policía

El CJMG también ha demostrado que puede corromper agentes de la policía. En setiembre salió a la luz una grabación en la que un jefe de la policía recibía instrucciones del responsable del cártel, Nemesio Oseguera Cervantes, conocido como “El Mencho”.

Bajo el liderazgo de El Mencho, exagente de la policía, el CJNG ha convertido la violencia en su tarjeta de visita. El grupo se presentó ante el país en 2011, cuando dejó 35 cadáveres en un puente situado en la zona metropolitana del puerto de Veracruz. Por aquel entonces el grupo se hacía llamar “los Matazetas” y afirmaba que los miembros del poderoso cartel Los Zetas eran su blanco de ataque. Sin embargo, el CJNG tenía otro objetivo: hacerse con Veracruz.

En mayo de 2015, a medida que los agentes federales iban estrechando el cerco en torno a El Mencho, el CJNG trazó un plan para hacer una demostración de fuerza a lo largo y ancho de Jalisco y en las regiones colindantes. Bloqueó decenas de carreteras con vehículos secuestrados e incendió bancos y gasolineras. Ese mismo año, unos hombres armados del CJNG tendieron una emboscada a un convoy de la policía y mataron a 15 agentes. Se trata del ataque más sangriento contra las fuerzas de seguridad de la historia reciente del país. También consiguieron derribar un helicóptero del Ejército.

El cártel también ha estado implicado en una serie de ataques “justicieros” contra criminales de poca monta de Jalisco; no hace mucho se encontraron los cadáveres de seis personas con las manos amputadas. También han atacado a altos cargos del Estado, entre ellos el secretario de Turismo.

The Guardian intentó entrevistar a varios funcionarios de Colima pero no obtuvo respuesta, si bien en el pasado han intentado restar importancia al peso que tiene la guerra del narcotráfico en el Estado.

En un encuentro con los medios de comunicación locales, el fiscal del Estado, Felipe de Jesús Muñoz Vázquez, explicó que el 90% de los homicidios guarda relación con el crimen organizado; y que el 85% de estas muertes está vinculada con pequeños traficantes de droga. A pesar de que la tasa de homicidios aumenta sin cesar, los lugareños y las autoridades del Estado siguen afirmando que la situación está bajo control.

“No hay pánico en las calles”, afirma Miguel Ángel Vargas, el nuevo director de la emisora de radio Ángel Guardián. Subraya que a los habitantes de la ciudad de Colima les preocupa su situación económica y problemas locales, como la corrupción y los recortes.

Las autoridades de Manzanillo también aseguran que la ciudad es segura, si bien un estudio de la agencia de noticias Animal Político la clasificó como la tercera localidad más violenta del país, solo por detrás de Acapulco y Tecomán, otra ciudad de Colima. Manzanillo tiene 103,87 homicidios por cada 100.000 habitantes.

“Hasta la fecha, en estos incidentes no han muerto personas inocentes”, indica el jefe de policía de Manzanillo, un vicealmirante jubilado.

Los periodistas locales afirman que esta violencia es el resultado de la falta de un capo poderoso que controle “la plaza”; el territorio local o las rutas de tráfico. Otros creen que las deserciones de algunos miembros del CJNG, que optan por unirse al cartel de Sinaloa, son la causa de los enfrentamientos.

“Es una guerra para conseguir el control del mercado local”, afirma un veterano periodista que pidió no ser identificado por motivos de seguridad: “El cártel de Jalisco vende hielo [metanfetamina], mientras que el de Sinaloa vende cocaína” 

Los habitantes creen que esta guerra no se ganará con la fuerza sino con un acuerdo político.

Muchos están convencidos de que los enfrentamientos seguirán hasta que uno de los cárteles se haga con el control, con la ayuda del Gobierno. Destacan que la llegada del cártel de Sinaloa al Estado ha coincidido con cambios en la oficina del gobernador.

“No hay un pacto en Colima”, explicó uno de los periodistas, en referencia a un acuerdo entre las autoridades y uno de los cárteles: “La situación no se calmará hasta que haya uno”.

Traducido por Emma Reverter