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La historia perdida de los hippies soviéticos

Luke Harding

En 1968, Aksel Lampmann era un adolescente que vivía en la Estonia soviética. Aquel verano asistió a un campamento internacional, donde conoció a estudiantes de Checoslovaquia y comenzó a escuchar a Los Beatles. No comprendía las letras (“Nadie entendía inglés en esa época”), pero le encantaba la música. “No teníamos idea de qué estábamos cantando. ¡Qué extraña sensación!”.

Aprendió a tocar la guitarra y se dejó el pelo largo. En 1969, Lampmann ya era un hippie soviético hecho y derecho. El Telón de Acero hacía imposible un viaje a Estados Unidos, así que hizo autoestop desde su casa en el Báltico hasta Crimea. “Nuestras vidas cobraron color, nos sentíamos más vivos”, afirma. “Las demás personas no tenían acceso a los mismos encuentros ni las mismas emociones”.

Lampmann es uno de los protagonistas de Hippies Soviéticos, un documental de la guionista y directora estonia Terje Toomistu sobre un episodio perdido en la historia soviética. El documental explora una subcultura que se inspiró en Occidente, pero que tuvo rasgos claramente locales, desarrollada en una sociedad marcada por el comunismo y vigilada por la KGB.

“En Occidente, a nadie se lo llevaron preso por tener el cabello largo o por llevar ropa rara”, explica Toomistu. En cambio, la Unión Soviética pretendía ejercer un control total sobre las vidas de sus ciudadanos: de qué trabajan, cómo se vestían o incluso qué música bailaban. Cualquier persona que rechazara el Homo Sovieticus podía “meterse en problemas”. Incluso podían cortarle el pelo a la fuerza.

El movimiento hippie soviético emergió en Moscú y Leningrado entre 1966 y 1967, en los primeros años del gobierno de Leonid Brezhnev. Los primeros hippies rojos fueron hijos e hijas de la clase privilegiada soviética, los hijos bien educados de las familias de la élite, ellos tenían acceso a música y vaqueros del mundo capitalista. A principios de los años 1970, el movimiento ya era lo suficientemente grande y revoltoso como para alarmar a las autoridades, aunque según Toomistu la cantidad de hippies no pasaba de un puñado de miles. La policía secreta comenzó a seguir a los jóvenes que tenían pelo largo. En junio de 1971, los hippies obtuvieron permiso para manifestarse contra la guerra de Vietnam a las puertas de la embajada estadounidense en Moscú.

Era una trampa. La KGB rodeó y arrestó a los manifestantes, con el objetivo de eliminar la cultura hippie. Algunos manifestantes fueron enviados a instituciones psiquiátricas donde les inyectaban insulina, otros fueron enviados al ejército y a campos de prisioneros cerca de la frontera con China. El documental recrea esta embestida y utiliza fotos de vigilancia halladas en los archivos de la KGB en Lituania.

Según Lampmann, era común sufrir el acoso de la policía y la KGB. “Uno de mis mejores amigos acabó en la cárcel”, relata. Los hippies eran condenados por delitos penales, en vez de políticos. Podían encontrarse compartiendo la celda con asesinos y pandilleros. Para evitar ser arrestado, Lampmann siempre tenía sus documentos personales en perfecto orden.

A fines de los 70, los hippies se habían convertido en una contracultura, con su propia jerga en ruso y su propio movimiento musical. Tenían algo que Toomistu llama “el Facebook analógico”, cuadernos con listas de nombres y números de contactos por toda la Unión Soviética, que utilizaban los viajeros que buscaban un sitio para pasar la noche.

Esta subcultura 'underground' conectaba a personas de diferentes contextos sociales, explica el escritor Vladimir Wiedemann. Incluía a hippies, disidentes, místicos, activistas religiosos y activistas por los derechos humanos. Algunos eran adeptos al espiritualismo, otros al yoga o al veganismo, pero todos rechazaban al régimen soviético y por ello tuvieron un papel en su eventual desaparición.

Wiedemann tuvo acceso a la cultura del Rock and Roll gracias a la televisión finlandesa y a la radio de Luxemburgo, que podía captar con una antena desde su casa en Estonia. “El Telón de Acero no era tan fuerte”, dice. Ahora vive en Londres y ha escrito un libro sobre los hippies, Forbidden Union (Unión Prohibida), que actualmente se ha adaptado al teatro y se está representando en Moscú con el título Cómo los Hippies Estonios Hundieron a la Unión Soviética.

El documental presenta entrevistas a Wiedemann y otros supervivientes del 'underground peludo', como lo llama Toomistu. La mayoría son hombres, que mantienen sus ideales hippies, sus barbas y su pelo largo, solo que ahora con canas. Toomistu dice que quedan pocas mujeres hippies soviéticas –la mayoría dejó la escena para tener hijos–. Casi todos los carismáticos líderes del movimiento han muerto, a menudo a causa del alcohol y las drogas.

Las drogas se conseguían fácilmente en la Unión Soviética, al no poder viajar físicamente más allá del bloque oriental, los hippies soviéticos se convirtieron en “psiconautas”, afirma Toomistu. Consumían marihuana de Asia Central y del Cáucaso, opio y té de amapolas, y algunos bebían Sopals, un detergente soviético que contenía éter.

Toomistu creció en la Estonia post-soviética. Desde que era adolescente se interesó en la escena hippie y era fanática de Jim Morrison. Pasó medio año en Rusia estudiando y escribió su tesis sobre la cultura de la memoria. Dice que la idea del documental se le ocurrió después de un viaje de mochilera por Sudamérica. Actualmente, está terminando un doctorado en antropología. Toomistu afirma que queda muy poco material sobre los hippies de la época soviética, ya que la prensa soviética los ha ignorado, borrándolos de la historia. Ella encontró una caja con vídeos de festivales y encuentros gracias a un hippie que había huido de Rusia. En 2017, varias de las personas que entrevistó para el documental asistieron a una congregación hippie que se realiza cada año en el Parque Tsarítsino de Moscú para recordar la emboscada de la KGB a la manifestación de 1971.

El encuentro es emotivo, la guerra rusa en Ucrania y la adhesión de Crimea en 2014 dividieron las aguas. Algunos hippies apoyan a Vladimir Putin y su idea de una gran Rusia espiritual, otros tienen ideas más pacifistas y creen que toda guerra es mala. El documental finaliza con la policía de Putin irrumpiendo en el encuentro, como una metáfora del vínculo entre los hippies y el estado, de ayer y de hoy.

Traducido por Lucía Balducci