Estados Unidos no puede ni ganar la guerra en Afganistán, ni ponerle fin ni salir del país

Los últimos terribles ataques suicidas cometidos en Kabul y Kandahar que mataron este lunes a más de 50 personas han puesto de nuevo la atención en el fracaso continuo de los esfuerzos estadounidenses por estabilizar el país. Tras 16 años de conflicto, sostienen los críticos, EEUU está en un triple apuro: no puede ganar la guerra, no puede ponerle fin y no puede salir del país.

A medida que aumentan las víctimas civiles y sin indicios de que los recientes refuerzos de la OTAN y de EEUU estén marcando la diferencia, una situación de seguridad ya de por sí extrema se está complicando. Parte del problema es que ISIS y los talibanes parecen estar compitiendo por el título de 'los terroristas más temidos'.

ISIS reivindicó los ataques del lunes en Kabul, así como el atentado la semana pasada en un centro de registro de votantes que mató a 60 personas. Pero fueron los talibanes los que perpetraron dos atrocidades infames en enero. En una, una ambulancia llena de explosivos estalló y mató a cerca de 100 personas. En la otra, el hotel de lujo Intercontinental de Kabul se convirtió en un campo de batalla.

La semana pasada, los talibanes lanzaron su ofensiva de primavera de 2018, amenazando con un caos cada vez mayor. De acuerdo con cálculos estadounidenses, las fuerzas del Gobierno controlan menos del 60% de Afganistán, con el resto en disputa o bajo el control de los insurgentes.

Otro problema es que los terroristas están ahora atacando específicamente la frágil y recién nacida democracia. De ahí los repetidos ataques a ministerios del Gobierno, a los organizadores de las elecciones parlamentarias y locales de octubre y a los periodistas que trabajan para medios locales independientes u occidentales.

Cada nueva matanza en un lugar público de perfil alto debilita la autoridad interna y externa de Ashraf Ghani, el asediado presidente de Afganistán. Ghani presentó en febrero un ambicioso plan para la paz, ofreciendo un alto el fuego inmediato y conversaciones sin condiciones previas. La única respuesta que ha recibido hasta ahora ha sido el derramamiento de sangre.

Ghani no está solo en su impotencia. El pasado agosto, Donald Trump presentó una estrategia de 'combate para ganar', revirtiendo así su anterior posición de no inmiscuirse. Trump ha desplegado unos 3.000 soldados adicionales, ha aumentado el alcance y autonomía de las operaciones antiterroristas y ha pedido a los aliados de la OTAN que hagan más para ayudar en su misión.

La iniciativa de Trump ha resultado ser casi tan inútil como su decisión de tirar 'la madre de todas las bombas', que cumplió un año el mes pasado –conocida así porque en inglés coincide con el acrónimo oficial MOAB (Massive Ordnance Air Blast)–. EEUU lanzó el artefacto sobre lo que se creía que era una red de cuevas y túneles de ISIS al este de Afganistán. Trump se jactó de una gran victoria, dando un nuevo significado a la palabra “bombastic” (grandilocuente).

En lugar de contener la violencia e imponer la paz, la decisión de Trump de dar luz verde a un mayor uso de ataques con drones, a ataques de las Fuerzas Aéreas de EEUU y a operaciones antiterroristas de las fuerzas especiales, parece haber tenido el efecto contrario. De acuerdo con datos de la ONU de febrero, el aumento el año pasado del número de ataques indiscriminados provocó más de 10.000 bajas civiles, incluidas 3.500 muertes. Como ha ocurrido en el pasado, la mayoría de estas víctimas se deben a acciones de los insurgentes, pero en ningún caso todas.

En ausencia de una estrategia completa de Estados Unidos, Afganistán corre el riesgo de convertirse en un gran campo de entrenamiento y un punto de ensayo de armas para las Fuerzas Armadas estadounidenses. Aparentemente, Trump está volviendo a su anterior postura de escepticismo sobre el embrollo afgano.

Rand Paul, senador republicano conocido por sus opiniones aislacionistas, ha afirmado que Trump está de acuerdo en que EEUU debe olvidar el “combatir para ganar” y, en su lugar, promover un concluir y escapar. “El presidente me dijo una y otra vez que nos largamos de allí”, ha declarado Paul esta semana al periódico The Washington Post.

El aparente giro radical de Trump, como el del Gran Duque de York (canción popular en la que un comandante ordena a sus soldados subir y bajar una colina en repetidas ocasiones), es un reflejo de su decisión más reciente e impulsiva de retirar las tropas estadounidenses de Siria.

Estudios más serios del dilema afgano de Estados Unidos creen que diga lo que diga Trump, EEUU está atrapado allí de forma indefinida. Está ampliamente aceptado en Washington que no se puede “ganar” la guerra en el sentido estricto de la palabra. Tampoco se puede ponerle fin, dada la negativa de los insurgentes de hablar sobre la paz, de su creciente complejidad similar a la del conflicto sirio y del desprecio que siente Trump por la diplomacia.

“Pensar en una guerra con una simple dinámica de ganar-perder no es lo correcto. EEUU no está en Afganistán para ganar. Está ahí para que las cosas no empeoren”, señala Nicholas Grossman, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Illinois, en un artículo para National Review.

El objetivo de EEUU ya no es la construcción de un Estado democrático, como era en la época de George W Bush, explica Grossman. No había un estado final ideal a la vista, pero EEUU no tenía más elección que quedarse para impedir que grupos yihadistas llenasen futuros vacíos de poder, tal y como ocurrió en Irak, para impedir la entrada de iraníes y rusos, y para mantener un Pakistán estable y en línea con EEUU.

A medida que aumenta el número de víctimas y que el Gobierno afgano se debilita, el resumen de la reducida ambición estadounidense en Afganistán parece consistir en resistir y cruzar los dedos.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti