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El valle del Panjshir, de nuevo el reducto de resistencia contra los talibanes

Emma Graham-Harrison

21 de agosto de 2021 21:50 h

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Después de que el presidente Ashraf Ghani huyera de Afganistán y los talibanes tomaran Kabul en un solo día y sin derramar una gota de sangre, la larga guerra civil en el país parecía haber terminado. Pero unas pocas horas más tarde, un grupo de combatientes y políticos juraron lo contrario, comprometiéndose a luchar desde la última zona del país en la que el grupo extremista no se ha hecho con el poder.

El valle de Panjshir, al norte de Kabul en la región de Hindú Kush, fue un foco de resistencia durante décadas, primero contra los soldados soviéticos en los 80 y después contra los talibanes en los 90. Aún cuenta con tanques oxidados restantes de aquellos enfrentamientos.

El vicepresidente Amrullah Saleh, nacido y entrenado para la batalla allí, ha prometido retomar su rol como combatiente tras declarar ser el jefe de Estado “protector” bajo la Constitución que los talibanes, según parece, han logrado desplazar con éxito.

En Afganistán, muchos odian a los nuevos gobernantes. La historia de los últimos 20 años es un recordatorio de que los talibanes no deberían creer que, solo por controlar la mayor parte del país, están completamente asentados.

El grupo parecía acabado tras la invasión comandada por Estados Unidos en 2001, antes de reformarse y regresar lentamente al poder. En parte, la fuerza del movimiento radica en que en Afganistán hay quienes sí comparten sus ideas extremistas, aunque repelen a tantos otros.

Cualquier movimiento de resistencia adoptaría la misma dinámica a largo plazo. Hay mucha gente que, por más que se vea obligada a vivir bajo la ley de los talibanes, jamás la aceptará como propia.

Protestas

Estos últimos días ha habido protestas de mujeres en Kabul, además de manifestaciones al este del país a favor de la bandera republicana de Afganistán. Estas personas salieron a la calle a pesar del extenso historial de matanzas y represión despiadada hacia las voces disidentes. En la ciudad de Jalalabad, una persona fue asesinada por hombres armados que atacaron a un grupo que había bajado la bandera talibana.

El embajador de Afganistán en Tayikistán, el teniente general Zahir Aghbar, que solía ser un oficial de seguridad de alto rango antes de ser designado enviado diplomático, ha prometido que Panjshir sería una base para aquellos que deseen continuar luchando. “Panjshir permanece fuerte en su lucha contra cualquiera que quiera esclavizar al pueblo”, dice.

“No puedo decir que los talibanes han ganado la guerra. No, fue Ashraf Ghani quien renunció a su poder tras sus desleales acuerdos con los talibanes”, dice a Reuters en una entrevista.

Videos publicados en redes sociales parecen mostrar a posibles miembros de la oposición reunidos en la que actualmente es la única provincia administrada por opositores a los talibanes. Se ha visto juntos al ministro de Defensa, el general Bismillah Mohammadi; a Ahmad Masud, hijo del líder de la Alianza del Norte asesinado, Ahmad Shah Masud; y al vicepresidente Saleh.

Una fortaleza natural

La geografía del valle de Panjshir, situado al pie del Himalaya, lo convierte en una fortaleza natural. Por ahora los talibanes no lo han atacado, a pesar de su rápida arremetida a lo largo y a lo ancho de Afganistán y su acaparamiento de enormes cantidades de armas, municiones, vehículos y otros suministros militares.

Puede que no hayan invadido la zona aún por estar concentrados en estructurar su nuevo Gobierno, después de que el anterior colapsara tan rápido que hasta los tomó por sorpresa a ellos mismos.

Aunque también puede que se deba a que el repliegue alrededor de Panjshir parece, al menos por ahora, tan político como militar. Es posible que los líderes actuales del histórico grupo anti talibán, la Alianza del Norte, asentados en Panjshir y decididos a combatir, estén apostando formar parte del nuevo Gobierno, además de estar planeando una campaña militar guerrillera.

Tras 20 años al frente de una insurgencia, algunos talibanes han admitido que pasar a gobernar un país resultará un desafío. También puede que dentro del grupo haya quienes reconocen que un Gobierno “inclusivo” podría ayudarlos a alcanzar una mayor legitimidad y algo más cercano a la paz.

Los talibanes han pedido al ministro de Sanidad y al alcalde de Kabul que permanezcan en sus cargos. Se rumorea que se le ha ofrecido un puesto en el Gabinete al expresidente Hamid Karzai, que junto al enviado de paz Abdullah Abdullah está al frente de las negociaciones para dar forma a un nuevo Gobierno.

Aghbar ha anticipado la posibilidad de un acuerdo y ha dicho que los talibanes podrían formar parte de un Gobierno de coalición que represente a todas las facciones afganas si “dejaban que los demás vivieran en paz y en común acuerdo”.

Si esto falla, sigue habiendo la opción de luchar otra vez, aunque cualquier resistencia anti talibán deberá afrontar más desafíos que los que tuvo el movimiento fundamentalista en su larga lucha contra Kabul y sus aliados en Occidente.

Los talibanes tenían una base permanente al otro lado de la frontera en Pakistán, donde sus líderes operaban y sus combatientes descansaban. Es poco probable que alguno de los otros países vecinos de Afganistán apoye un movimiento de resistencia anti talibán, al menos por ahora.

El valle de Panjshir es una fortaleza, pero lo que lo defiende al mismo tiempo lo aísla. Abastecer a un movimiento de insurgencia allí será por eso un desafío. Quizá lo más importante sea que, por su parte, los talibanes se han financiado no solo a través del tráfico de drogas, sino también con el apoyo encubierto de distintos aliados, incluyendo muchos de los rivales de Estados Unidos en la región.

Washington ha dejado claro que se marchará de Afganistán casi por completo. Es probable que Saleh y sus aliados lo tengan difícil a la hora de hallar apoyo internacional significativo.

Traducción de Julián Cnochaert