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The Guardian en español

La Venecia insoportable: cada vez más habitantes se marchan de una ciudad desbordada por el agua y el turismo

Un hombre arrastra una carretilla por la plaza de San Marcos inundada

Angela Giuffrida

Venecia —

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Patricia Blaci lleva 25 años en Venecia disfrutando de la belleza y complejidad de una ciudad que ha sobrevivido varios siglos rodeada de agua. Pero cuando su casa resultó dañada por una inundación el pasado noviembre, la peor que ha sufrido la ciudad desde 1966, decidió que era hora de abandonar.

“La decisión no fue fácil, siento un profundo afecto por esta ciudad y he peleado por ella”, dice Blaci, arquitecta y guía turística. “Pero es demasiado difícil quedarse. Es como vivir en un barco. A veces entra agua, otras sube y baja el nivel como si fuera una marea. Esta vez subió mucho más y duró cinco días”.

El año pasado, Venecia y sus 11 islas habitadas perdieron 1.092 residentes. Eligieron mudarse a otras ciudades y países. Blaci, que se muda a España, llevaba tiempo pensándolo. La inundación fue el detonante final de su decisión.

La supervivencia de Venecia, que en su momento fue corazón de una poderosa república marítima, afronta múltiples retos a medida que sube el nivel del mar. Uno de los más desalentadores es la pérdida de población. Inundaciones recurrentes, un coste de la vida que no deja de aumentar, la falta de vivienda asequible y un turismo que no se ha gestionado bien son responsables de que la ciudad haya perdido 120.000 habitantes desde principio de la década de los cincuenta.

La mayor parte deja la laguna para instalarse en tierra firme. El ritmo se ha acelerado estos últimos 20 años. La llegada de los vuelos baratos y el turismo de cruceros no han ayudado. En verano, al centro de una ciudad en el que viven 52.000 personas llegan hasta 60.000 turistas al día.

“Venecia ha vendido su alma”

Caminar por las intrincadas callejuelas de Venecia por la noche, cuando los turistas del día se han ido, permite darse cuenta de cuántas persianas cerradas reflejan una tendencia que las últimas administraciones a cargo de la ciudad no han sido capaces de revertir.

“Mira eso”. Blai señala una tienda que vende souvenirs en el barrio de San Polo. “Las tiendas de artesanos han cerrado y han sido sustituidas por 'eso'. El dinero manda. Ya no quedan infraestructuras que permitan vivir aquí de manera cómoda”.

Maria Teresa Laghi, que gestiona una de las pocas tiendas tradicionales que quedan en la zona cree que “Venecia no ha perdido su alma. La ha vendido”.

Asunto central en un referéndum celebrado en diciembre

La despoblación fue el tema central de un referéndum celebrado en diciembre. Se votaba sobre la separación administrativa de las islas y Mestre, la parte de la ciudad más industrial, levantada sobre tierra firme. Los partidarios de la separación sugerían que podría frenar el éxodo al darles mayor control sobre lo que les sucede.

Se trata del quinto referéndum celebrado desde 1979. Fracasó porque no alcanzó la cifra mínima del 50% de participación requerido para su validez. Pero la mayor parte de quienes votaron fueron habitantes del centro histórico de la ciudad y apoyaron la autonomía.

Los llamados “supervivientes” estuvieron a favor de la división pese a que en el pasado, la mayor parte de los votantes estaba a favor de la unión, explica Gilda Zazzara, profesora de historia en la Unversidad Fiscari de Venecia.

El alcalde de Venecia, Luigi Brugnaro, pidió a los ciudadanos que no apoyaran el referéndum. Quienes opinan como él creen que explota el miedo causado por la pérdida de población. Y argumentan que el problema no es tanto la gente que se va como el número de fallecimientos. En los primeros diez meses de 2019 fallecieron 1.030 personas y solo nacieron 361. Al mismo tiempo, mientras se iban 1.092 personas, el ayuntamiento registró 1.172 nuevos residentes.

Matteo Secchi, líder de Venessia, un organización social, no está de acuerdo con la cifra de inmigrantes. “Es una cifra falsa. En muchos casos, es alguien que llega, compra una casa, consigue la residencia y luego alquila la casa para el turismo mientras vive en otro lugar. Creemos que unas 5.000 personas se dedican a eso”.

Las autoridades locales tratan de atraer a nuevos residentes jóvenes. Han gastado más de siete millones de euros en restaurar 168 casas abandonadas en el centro histórico. El año que viene abrirán un concurso para alquilarlas a precios más bajos que los del mercado.

Pero no hay ley que regule uno de los mayores problemas de la ciudad. El de los propietarios que alquilan sus casas a turistas utilizando plataformas de Internet y hacen así que sea imposible alquilar una casa a largo plazo a un precio razonable. Para la vicealcaldesa de la ciudad Luciana Colle, ese es “el principal problema que tenemos, el de los propietarios que son libres para hacer lo que quieran pero deberían tener algo de sensibilidad respecto a las necesidades de los demás”.

Quienes se han resistido a irse dicen que sus representantes electos debería ser más sensibles a sus necesidades. Argumentan que los políticos son incapaces de empatizar con las dificultades de la vida en la laguna porque la mayoría vive en tierra firme. Brugnaro, por ejemplo, vive a más de una hora. Y Colle vive en Mestre.

Giorgio Suppiej, presidente de Venezia Serenissima, una asociación cultural, opina que “les gusta la idea de representar Venecia como si fuera algo único en el mundo y eso da prestigio, pero ninguno de ellos se ha mojado los pies ni ha visto su casa inundarse”. “Perdemos unas 1.000 personas al año y si las cosas siguen así, esto se acaba”, apuntala.

Las cifras demográficas de Venecia ofrecen alguna esperanza. A lo largo de los años, algunos de los descendientes de quienes se fueron han regresado atraídos por la paz (al menos en invierno), la ausencia de coches, su rica historia y una comunidad que hace piña.

Martina Cavagnis es una de ellas. “Mis padres se mudaron a Mestre después de casarse. Soñaban con una casa nueva, supermercados y poder usar el coche. Al principio, una cree que esas cosas están bien, luego empiezas a echar de menos la laguna y a su gente”.

Traducido por Alberto Arce

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