En plena ola de calor, hay miles de personas en la playa Robert Moses de Long Island, a las afueras de Nueva York, pero pocos se aventuran en el agua del Atlántico más allá de los tobillos o las rodillas.
Las madres mantienen a sus hijos cerca. Un conjunto de barcos, helicópteros y drones se mueven arriba y abajo más allá de las olas. Y, en sus puestos, los equipos de socorristas están preparados con silbatos para ordenar a la gente que salga del agua.
“En cuanto tengamos avistamiento de tiburón, tenemos que sacar a todo el mundo del agua”, dice Orlando Díaz, un socorrista con 30 años de experiencia. Díaz estima que, solo en este tramo de playa, los guardias ya lo han tenido que hacer 10 veces este año. “Vemos ballenas, vemos delfines, a veces rayas, pero es una pena cuando tenemos un avistamiento de tiburones porque arruina el día a los bañistas”, añade. Pero “ellos [los tiburones] pertenecen al océano. Nosotros no”, dice el socorrista.
Esta perspectiva -en esencia, “mi casa, mis reglas”- es una a las que los bañistas se han adaptado rápidamente durante estos días de miedo a los tiburones (blancos) de 2022. Se han producido al menos seis encuentros entre tiburones y seres humanos en este tramo de costa en lo que va de año. Ninguno ha sido mortal, pero algunos han requerido atención médica.
A principios de julio, el socorrista Zach Gallo estaba haciendo de víctima en un ejercicio de entrenamiento acuático cuando un tiburón de 1,5 metros de largo le mordió en el pecho y en la mano derecha frente a la playa de Smith Point, unos 100 kilómetros al este de Manhattan. Gallo pudo salir del agua, fue vendado y atendido en un hospital local y pronto volvió al trabajo.
Dos semanas más tarde, después de que las autoridades intensificaran las patrullas, una cría de tiburón blanco apareció en una playa cercana. La marea se llevó el cadáver antes de que los científicos pudieran estudiarlo.
Los biólogos marinos saben que las aguas de Long Island son un vivero de la especie. De hecho, es una señal de la salud del océano -y del éxito de los esfuerzos de conservación a largo plazo- el hecho de que los tiburones estén aquí y se alimenten de los bancos de peces de cebo, principalmente el sábalo atlántico. El aumento de los encuentros entre tiburones y personas no es complicado de explicar: las temperaturas más cálidas del mar, significan más alimento y más razones para que los tiburones se acerquen.
“También hay una docena de otras especies, como los tiburones tigre de arena, los tiburones de banco de arena y los tiburones oscuros, que comparten el hábitat”, dice Tobey Curtis, especialista en gestión pesquera y especies migratorias de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos. “Si hay más tiburones y más gente en el mismo lugar al mismo tiempo, hay más posibilidades de que haya una interacción”, asegura.
La mayoría de las veces, según Curtis, los tiburones y las personas están muy cerca unos de otros, y la gente simplemente no se da cuenta. Pero con más comida, más tiburones y más gente en las playas, mientras intentan escapar de las brutales olas de calor, las interacciones se han vuelto más habituales.
“La comida natural de los tiburones está cerca de las playas, así que los tiburones están persiguiendo a sus presas, y hay miles de bañistas neoyorquinos allí, así que eso ha provocado este aumento de mordeduras”, añade Curtis. Los probables culpables, dice, no son los jóvenes tiburones blancos sino los tigres de arena.
“Esta es la casa del tiburón”
Pero para muchos, el propietario de los dientes -grandes o pequeños- es menos preocupante que los propios dientes. Y, por supuesto, su filo y las mandíbulas que hay detrás de ellos.
Una madre comenta que sus hijos no se meterán en el agua. “Seguiría entrando, pero quizá no tan lejos”, explica Dawn Gary, riendo. “Esta es la casa del tiburón y solo estamos usando un poco de ella”, dice.
Otra mujer les pide a sus hijos que no se alejen ante la amenaza de los tiburones. “Como estamos hablando de ello, no te lo quitas de la cabeza, así que ni siquiera yo me metí mucho más que los niños”, dice Suzanne Francis.
Scott Carberry, surfista de Long Island, explica que ha notado cambios en el agua. Las grandes cantidades de medusas rojas han desaparecido, y hay menos algas. “De repente, estamos viendo toneladas de delfines, así que supongo que eso significa que las aguas están más limpias”, dice Carberry.
Las aguas más limpias no son suficientes para atraer al agua a la esposa de Carberry, Liz. “Normalmente iría, pero este año no”, dice. “Estoy bien. No quiero que me muerda un tiburón”, apunta.
La semana pasada, en respuesta al aumento de los encuentros con tiburones, la gobernadora del estado de Nueva York, Kathy Hochul, dio la orden de aumentar las patrullas en tierra, en aire con drones y helicópteros, y en mar, y reforzar la educación de los bañistas sobre los tiburones.
La gobernadora dijo que se suspenderá el baño durante al menos una hora después de un avistamiento de tiburones, para que la costa pueda ser inspeccionada por un dron. “Nuestra máxima prioridad es su seguridad”, añadió Hochul.
“Un regalo del cielo”
Greg Metzger, coordinador jefe de campo del programa de investigación y educación sobre tiburones del Museo de Historia Natural de South Fork, en Bridgehampton, Nueva York, dice que este año ha capturado, marcado y liberado muchos tiburones de diferentes especies.
Metzger asegura que los esfuerzos de conservación están empezando a dar sus frutos, y añade: “No es el cambio climático, no es Donald Trump, no es que a los tiburones les guste comer a los humanos, son los esfuerzos positivos de conservación que están ayudando a las presas y a los depredadores”.
Pero, según Metzger, en términos porcentuales, con más tiburones y humanos en el agua, las posibilidades de un “encuentro” son probablemente las mismas que siempre: casi cero.
Sin embargo, para un investigador de la especie, el verano de 2022 ha sido un regalo del cielo. “Los estamos capturando y consiguiendo tantos datos que es fantástico”, dice.
Tal vez la mejor forma de que los bañistas reduzcan los encuentros entre tiburones y seres humanos sea aprendiendo sobre cuándo nadar y cómo hacerlo de forma más segura.
Las primeras horas de la mañana y del atardecer, cuando los peces empiezan a moverse y alimentarse con poca luz, no son tan buenas. Si se ven bancos de peces, aves alimentándose o ballenas y delfines, los tiburones estarán en la zona para alimentarse.
“Todos los aviones no tripulados, los socorristas y los helicópteros del mundo no van a impedir que los humanos y los tiburones interactúen”, dice Metzger. “Si ves mucha actividad, sal del agua”, aconseja.
Traducción de Lara Lema