La semana pasada, el general de brigada y alto mando de las Fuerzas de Defensa de Israel Itzik Cohen reconoció en voz baja lo que la comunidad internacional lleva tiempo negándose a admitir: Israel está haciendo una limpieza étnica en el norte de Gaza y engañando al mundo sobre sus verdaderas intenciones en ese territorio asediado.
Cohen lo admitió el martes durante una sesión a puerta cerrada con periodistas israelíes para informar sobre las actividades del Ejército en el norte de la Franja. Se jactaba de lo cerca que las fuerzas israelíes estaban de la “evacuación completa” de Yabaliya, Beit Hanun y Beit Lahia, las tres localidades más septentrionales de Gaza que han estado sometidas al cerco militar y a bombardeos israelíes desde principios de octubre.
“No hay intención de permitir que los residentes del norte de la Franja de Gaza regresen a sus hogares”, dijo Cohen, antes de añadir que sus órdenes son claras: “crear un espacio limpio”. Los comentarios de Cohen atrajeron la atención de los medios internacionales y el Ejército israelí se apresuró distanciarse de ellos. Lo que puede haber sonado a crímenes de guerra, dijo un portavoz militar, solo eran comentarios sacados de contexto.
Pero, en el norte de Gaza, lo que estamos viendo sobre el terreno es exactamente lo que describió Cohen: decenas de miles de civiles obligados un día tras otro a abandonar hogares, refugios y hospitales debido a los bombardeos, al fuego de artillería, a los drones cuadricópteros o a los batallones armados que llegan a sus puertas –y se aseguran de demoler o quemar todo lo que ha quedado en pie–.
A los residentes que no se van los matan de hambre, obligando a algunos de ellos a sobrevivir a base de agua y sal. Hace más de un mes que en las zonas asediadas no entra comida y los expertos mundiales en seguridad alimentaria alertan por la “alta probabilidad de que la hambruna sea inminente”.
El objetivo político
Israel sostiene que el objetivo de su operación actual en el norte de Gaza, una versión todavía más brutal del tristemente famoso 'plan de los generales', es terminar con los intentos de Hamás de reagruparse en la zona. Nadie duda de que las tropas israelíes están encontrando pequeñas bolsas de resistencia y sufriendo pérdidas durante su operación. Pero, como dijeron altos funcionarios de Defensa al periódico israelí Haaretz poco después del inicio de la campaña, desde la esfera política se está presionando para conseguir un objetivo totalmente distinto: la anexión.
Así lo respaldaba la segunda confesión de alto nivel, hecha la semana pasada por el ministro de Defensa saliente Yoav Gallant. Cesado sin contemplaciones dos días antes por el primer ministro Benjamin Netanyahu, Gallant aprovechó sus últimas horas en el cargo para hablar sin tapujos con varios familiares de los rehenes israelíes que permanecen retenidos en Gaza. En comentarios que recibieron menos atención de los medios internacionales que los de Cohen, Gallant parecía decir que no había una justificación militar para seguir con la guerra ni para mantener a las fuerzas israelíes dentro de la Franja. “No queda nada que hacer en Gaza”, afirmó. “Los [objetivos] principales han sido alcanzados; mi temor es que nos estamos quedando allí solo porque hay una voluntad de quedarse allí”.
Aparentemente, ese deseo gana fuerza cada día entre un segmento creciente de la derecha israelí que lo ve como un momento de redención. Con el norte de Gaza limpio de habitantes palestinos, los colonos israelíes –y los arquitectos ocultos del 'plan de los generales'–, podrán cumplir con lo que llevan gritando desde los primeros días de la actual ofensiva y soñando desde que en 2005 Israel se “retiró” de la Franja: restablecer asentamientos judíos en este territorio. De hecho, los planes ya han sido trazados.
Por supuesto, esta no es una política oficial del Gobierno israelí, al menos, por el momento. Pero está claro que las declaraciones de Cohen y Gallant son pruebas que apuntan en esa dirección. Otro indicio es la entrada en el gabinete de seguridad de Israel de dos nuevos ministros de extrema derecha a principios de esta semana. Son Yitzhak Wasserlauf, ministro de Desarrollo de la Periferia, el Neguev y Galilea; y Orit Strook, ministra de Asentamientos y Misiones Nacionales. Si buscáramos a los miembros de la Knéset (Parlamento) mejor posicionados para asesorar sobre la colonización de Gaza, estas personas serían los candidatos perfectos.
Donald Trump, la pieza que faltaba
Mientras Israel continúa con los preparativos para que esto se haga realidad, es posible que la última pieza del puzle acabe de encajar. El regreso a la Casa Blanca de Donald Trump, cuyo primer mandato estuvo marcado por el abandono de antiguas posiciones de consenso internacionales y estadounidenses sobre Israel y Palestina, pone claramente sobre la mesa el apoyo de EEUU a una anexión israelí del norte de la Franja.
La toma permanente de, al menos, una parte del territorio parece peligrosamente inminente, ya sea con un renovado 'acuerdo del siglo' (promovido por Trump durante su primer mandato) o con otro acuerdo menos grandioso que otorgue a Netanyahu lo que quiere, a cambio de “reducir” las hostilidades en el sur de la Franja.
Mientras tanto, el ministro de Finanzas de extrema derecha Bezalel Smotrich dice tener las miras puestas en un logro aún más grande: la soberanía sobre Cisjordania en 2025. Aprovechando la guerra actual, ya ha dado pasos significativos hacia su objetivo, imitando los éxitos cosechados hace años por el movimiento de colonos. ¿Quién podría decir que Trump no le apoyará?
Tras más de un año, la presión internacional no ha conseguido frenar la enloquecida arremetida de Israel contra Gaza, calificada por muchos expertos de genocidio. Los tribunales internacionales se han demostrado incapaces de seguirle el ritmo a las matanzas sobre el terreno y la sucesión de amenazas vacías por parte de Washington no ha hecho sino envalentonar todavía más al Gobierno de extrema derecha israelí y a sus votantes, que con la victoria de Trump ahora se sentirán invencibles.
Todavía existe la posibilidad de que al presidente electo de Estados Unidos lo lleven por otra dirección sus confidentes saudíes o que en sus últimas semanas la Administración de Joe Biden propine a Israel un golpe decisivo a modo de despedida, antes de su salida en enero. Pero la probabilidad de que se den ambos escenarios es remota y, por tanto, corresponde al resto de la comunidad internacional ejercer sobre Israel una presión real con sanciones globales y un embargo de armas.
Ya es demasiado tarde para los casi 44.000 palestinos muertos hasta ahora por el asalto israelí sobre Gaza –una cifra que podría resultar significativamente superior–, pero muchas más vidas dependen de ello.