Mientras en el aeropuerto de Kabul hay escenas de caos, a más de 6.000 kilómetros de distancia los veteranos de dos décadas de conflicto y las familias que perdieron a sus seres queridos en el campo de batalla se hacen una dura pregunta: “¿Valió la pena?”
“Hay una generación de afganos que han saboreado la libertad, así que nunca sabes, pero este es un momento bastante triste”, dice Andrew Fox, antiguo comandante del regimiento de paracaidistas que participó en tres despliegues en Afganistán y que ha hablado públicamente sobre el impacto del estrés postraumático en su propia salud.
“Pero como me dijo un amigo: lo que definió nuestras vidas adultas parece cerecer de sentido. Creo que todos estamos en eso ... esta semana. Cuando patrullábamos, veíamos a las niñas y niños correr y jugar con sus cometas. Hablaban con nosotros y les dábamos golosinas. Ahora probablemente tengan 16 o 17 años y pensar que esos pequeños se convertirán en adultos que conocieron solo una pizca de libertad y ahora se ven arrojados nuevamente a la opresión me rompe el corazón”.
Mirar atrás
Al ver las imágenes de los talibanes entrando en la capital afgana después de encontrarse con poca o ninguna resistencia, otros veteranos como Ben McBean sienten ira porque todo por lo que él y otros creyeron luchar se ha desmoronado en cuestión de semanas.
“Incluso algunas personas que estaban convencidas han cambiado de opinión con solo verlos entrar sin ningún tipo de resistencia”, dice McBean, que perdió una pierna y un brazo por el estallido de una mina en 2008, cuando prestaba servicios con los marines de Reino Unido en la provincia afgana de Helmand.
“Ni siquiera puedes mirar hacia atrás y decir 'al menos fui parte de eso', porque no quedará nada si destruyen todo”.
Días después de tuitear “¡fue todo en vano!¡estoy que echo humo!” en respuesta a la caída de Kabul, explica que todavía se siente así y añade: “Digamos que si las niñas continúan con su educación, al menos podremos decir que les hemos ayudado, pero ahora escuchamos historias de mujeres jóvenes obligadas a quemar sus identificaciones y certificados escolares o forzadas a convertirse en refugiadas”.
También expresó preocupaciones por sus compañeros veteranos, en particular por quienes han tenido que lidiar con heridas que alteraron sus vidas: “Alguien como yo puede contemplarlo ahora y pensar 'qué pesadilla', pero puede que otros regresen a la bebida, por ejemplo. También hay padres que han perdido a sus hijos y que estarán furiosos”.
Jack Cummings, antiguo ingeniero de los Royal Marines y experto en desactivar bombas, comenta lo que ha pasado 11 años después de haber perdido sus piernas en una explosión. Tuiteó: “Valió la pena, probablemente no. Perdí las piernas por nada, así parece. Mis compañeros murieron en vano. Sí. Mi onceavo aniversario de la bomba es sombrío. Muchas emociones pasan por mi cabeza, enojo, traición, tristeza, por citar unas pocas...”.
Desde el comienzo de las operaciones en octubre de 2001, han muerto 2.448 soldados de Estados Unidos, 457 de Reino Unido y 102 de España. Se estima que han muerto más de 66.000 soldados afganos.
Padres que perdieron a sus hijos
La determinación por aferrarse a la convicción de que sus hijos no habían muerto en vano es compartida por los padres afligidos como Carolyn Hughes, cuyo hijo Danny Winters fue cabo de los Royal Marines, y Sarah Adams, cuyo hijo James Prosser fue soldado del segundo batallón de los marines de Gales. Ambos hombres murieron en 2009 en distintos incidentes.
“Se me rompe el corazón por el pueblo afgano y por mi hijo, James, y todos los que perdieron su vida”, dijo Adams a la BBC Radio Wales. “Solo necesito tratar de pensar que James no ha muerto en vano, o que no hemos perdido tantas vidas en vano”.
Hughes publicó en la página conmemorativa de Facebook de su hijo: “Danny y todas las fuerzas involucradas marcaron la diferencia para un país salvajemente desgarrado por la guerra. Ellos evitaron los ataques terroristas en su país y salvaron incontables vidas. Las mujeres de Afganistán pudieron caminar a salvo por las calles y recibir una educación, algo que antes les estaba vedado. Mi hijo no murió en vano y mi orgullo por él estará grabado para siempre en mi corazón”.