Las víctimas de la violencia machista en Pakistán encuentran algo de justicia en las redes

Farhad Mirza / Sophie Hemery

Sarah Gill es una activista transgénero pakistaní de 27 años. A punto de convertirse en la primera médica trans del país, publicó en septiembre esta llamada de auxilio en Facebook:

“Esa publicación me salvó la vida”, dice Gill. “La manera en que la comunidad online de la que formo parte acudió en mi rescate me dio la confianza que necesitaba para mantenerme firme”.

Gill cree que fue atacada por incitar a la gente a tomar medidas contra una pandilla transfóbica de Karachi. “La banda era responsable de secuestros, asaltos y violaciones, y subía vídeos de sus crímenes a Internet. Pero los miembros de mi comunidad no creían que ir a la policía, que nos trata igual de mal, tuviera ningún sentido”.

Pero una decisión tomada por Gill durante una manifestación resultaría crucial en su búsqueda de justicia. “Habíamos organizado una protesta y la policía intentaba dispersarnos a la fuerza, como siempre”, dice. “Pensé en filmar estas escenas violentas pero me di cuenta de que confiscarían mi teléfono y lo borrarían todo. Así que comencé una transmisión en vivo”.

La policía no ayuda

Poco acostumbrada a ser señalada, la policía se retiró inmediatamente. La noticia de la protesta de Gill comenzó a difundirse y las autoridades tomaron nota. Finalmente, hubo una denuncia contra el hombre que se cree lidera la banda por presuntos actos criminales violentos contra personas transgénero (él ha negado los cargos, pero fue filmado amenazando de nuevo a la comunidad transgénero en cuanto le dieron la libertad bajo fianza). Después de sufrir injusticias a lo largo de toda su vida, Gill dice que para la comunidad trans el giro de los acontecimientos fue una “sorpresa total” .

La violencia a la que se enfrentan Gill y muchas otras mujeres paquistaníes, como matrimonios obligados, violencia doméstica, ataques con ácido, asesinatos por “honor” y violaciones, es descrita como “rutinaria” por la ONG Observatorio de Derechos Humanos. Para la gran mayoría no hay denuncias: aunque el año pasado se aprobó una ley contra la violación, sigue sin haber casi ninguna condena.

Pero mientras que el país tiene una de las mayores brechas digitales de género del mundo (entre el 70% y el 85% de los internautas son hombres), cada vez más mujeres reclaman su espacio en Internet y lo usan para luchar contra el patriarcado. “No vamos a lograr el cambio social apareciendo en un programa de televisión matutino”, dice Gill. “Necesitamos una plataforma para hablar por nosotras mismas”.

“No quería ser una víctima”

Igual que Gill, Suman Ali (20) ha usado las redes sociales para recuperar el control de su individualidad. Tras años de someterla a acoso sexual, en enero de 2016 un pariente cercano la llevó a un lugar apartado para arrojarle ácido en la cara cuando ella rechazó una vez más su propuesta de matrimonio.

“Algunos de los miembros de mi propia familia testificaron en contra de mí; otros me prohibieron hablar con la prensa o publicar en las redes sociales”, dice Ali.

Pero pocos días antes de que los tribunales condenaran a su autor, Ali se unió a Facebook bajo el nombre de Acid Survivor. “Los principales medios de Pakistán reducen a las víctimas de ataques con ácido a un titular fugaz”, dice Ali. “Nos obligan a sentirnos como víctimas, detrás de una puerta cerrada, pero yo no quería ser una víctima”.

Comenzó a compartir sus cicatrices durante la recuperación. Algunas veces tal y como eran, sin filtros. Otras, cuidadosamente inclinadas y filtradas, afirmando su belleza prevaleciente. En respuesta al comentario de una foto en el que un internauta elogia sus ojos, escribió: “El monstruo que me atacó quiso quitarme los ojos porque a todos les gustan mis ojos... pero Alá me salvó”.

Sus publicaciones en Facebook documentaban su recuperación física y también su caso judicial. Ali cree ser la primera superviviente de un ataque con ácido en Pakistán que usa las redes con este objetivo: espera que la publicación de la sentencia final contra su autor, pocas veces mencionada en los principales medios, disuada a otros atacantes al destacar todas las consecuencias del acto.

Según Ali, “el trauma de la desfiguración te hace sentir como si no tuvieras voz para definir tu identidad”. “Por eso la mayoría de las supervivientes se retira de los espacios sociales”.

“Las normas sociales tienen prioridad sobre la justicia”

Este verano, otra superviviente de la violencia patriarcal obtuvo justicia gracias a las redes sociales en un caso de apuñalamiento que comenzaba a parecer desesperanzador.

“El 3 de mayo de 2016 fui emboscada y apuñalada 23 veces por mi compañero de clase, Shah Hussain”. Ese fue el alegato que la estudiante de derecho, Khadija Siddiqi, presentó a sus abogados. Le hicieron el vacío. La muy unida comunidad jurídica paquistaní rechazaba el caso. Su agresor, según se supo luego, era hijo de un influyente abogado.

“Casi me rindo”, recuerda Siddiqi. “Las normas sociales tenían prioridad sobre la justicia, incluso para los abogados”.

Cuando finalmente encontró abogados que la escucharan, varios de ellos le aconsejaron abandonar. Decían que fotos “comprometedoras”, de Khadija Siddiqi socializando con amigos varones, podían ser filtradas para poner en duda sus afirmaciones. “De alguna forma, no se trataba de lo que había hecho mi atacante, sino de quién era yo”, dice Siddiqi. “Sentí como si mi alma, mi carácter y mi paciencia hubieran sido puestos a prueba”.

Se refugió en chats online con activistas de derechos humanos hasta que uno de ellos, el activista y abogado en ciernes Hassan Niazi, se ofreció a llevar su caso. Según Niazi, “Khadija había intentado todas las opciones convencionales a su disposición”. Propuso un enfoque poco tradicional: una campaña en los medios sociales que contrarrestara los prejuicios judiciales y provocara la indignación pública.

Cambios gracias a las redes sociales

El día que Niazi subió fotos explícitas de las heridas de Siddiqi a su página de Facebook, el caso se transformó. Las condenas y condolencias eclipsaron a los apologistas y negadores. Se lanzaron grupos de Facebook exigiendo “Justicia para Khadija”, y el hashtag #FightLikeKhadija comenzó a marcar tendencia en Twitter. Los presentadores invitaron a Siddiqi a sus programas de televisión en horario de máxima audiencia.

El juicio se convirtió en el eje de un muy necesario debate nacional sobre la desigualdad de género, el estado de derecho, la política de clases y la democracia. La defensa intentó desacreditar el caso con ataques a su persona, pero ya era demasiado tarde: “Todas sus difamaciones demostraban que no tenían nada en lo que apoyarse”, dice Siddiqi.

Su atacante fue condenado a siete años de prisión por intento de asesinato, una victoria sin precedentes en un país donde la violencia contra las mujeres es casi siempre ignorada, especialmente cuando es ejercida por hombres influyentes. “Las redes sociales convirtieron mi caso en un movimiento nacional ”, explica.

Gill, Ali y Siddiqi forman parte del creciente movimiento de mujeres pakistaníes que utilizan Internet para exigir justicia por los crímenes que han sufrido. Este mes, la campaña #MeToo, en la que mujeres de todo el mundo usaron las redes para condenar acoso y agresiones sexuales, también fue tendencia en Pakistán. Como dijo un comentarista de medios de comunicación, a diferencia de las anteriores campañas populares contra la violencia patriarcal, el movimiento #MeToo ha ganado “una tracción alarmantemente alta” en el país.

La fundadora de la Digital Rights Foundation y principal activista por las mujeres online, Nighat Dad, es optimista pero cautelosa: “La reproducción en las redes de la violencia que se practica en la vida diaria contra las mujeres –incluido el acoso cibernético, el abuso y el chantaje– es una herramienta para el activismo feminista”, dice. “Pero cuando lucho por la seguridad de las mujeres online, lucho para que sean libres de usar Internet en todo su potencial”.

Si estos tres casos de mujeres establecen un precedente podrían desencadenar el tan esperado cambio en Pakistán y mucho más allá.

Traducido por Francisco de Zárate